Jornada Semanal,  domingo 4 de abril de 2004           núm. 474

JAVIER SICILIA

LA PARADOJA DEL REINO
Y EL CRISTO DE AUSCHWITZ

Una de las grandes paradojas de las que el cristianismo está lleno se refiere al Reino. Gran parte de los relatos evangélicos hablan de él. El Reino, dicen, llega y no hay modo de detenerlo; llega en la noche, inesperadamente, como un ladrón y es fuente de paz y alegría para los creyentes que han quedado liberados del demonio, cuyo poder ha terminado.

Lo paradójico de estas afirmaciones está en que pese a que ese poder terminó, el Evangelio nunca dice que su aniquilación fue total: es un "ya" que al mismo tiempo es "aún no". Entre uno y otro, es decir, entre su llegada y su cumplimiento definitivo o, en otras palabras, entre la victoria del hombre sobre los poderes demoníacos y la entrada en el Reino, hay un umbral, no menos paradójico y escandaloso: la derrota de la Cruz. El Reino es victoria sobre los demonios y derrota bajo los poderes frenéticos que llevan a la Cruz. De ahí su escándalo, de ahí también que, como esa otra parábola que habla sobre el Reino, sea tan imperceptible como un grano de mostaza.

Léon Bloy, ese gran escritor que Albert Beguin llamó "el místico del dolor" y que si de algo sabía era del sentido paradójico y místico de la Cruz, decía –es su teoría sobre la historia– que ese acontecimiento no sólo se repite en la historia personal de cada hombre, sino en la historia humana, hasta el final de los tiempos. "Satanás –escribía– ciñe la tierra con sus dos brazos inmensos, como un cíngulo de duelo y muerte... nada escapa a su abrazo; nada salvo la libertad crucificada con Cristo"; yo añadiría algo más: salvo la libertad y el amor crucificados con Él.

Esta paradoja que Jesús descubre y revela, y que Bloy supo ver magistralmente con su mirada mística, tiene uno de sus rostros modernos en los campos de exterminio de Auschwitz. Albert Camus consigna asombrado el acontecimiento en sus Cartas a un amigo alemán, pero desconoce el nombre del protagonista: Maximiliano Kolbe; Juan Pablo II lo llevará a los altares en 1982.

Sacerdote polaco de la orden franciscana, Kolbe, encerrado en 1941 en los campos de la muerte de Auschwitz por proteger a muchos judíos contra el poder demoníaco que el nazismo había desatado contra ellos, se enfrenta en un momento determinado a la paradoja del Reino. En el bloque 40, en donde se encontraba Kolbe, dos prisioneros se habían evadido. El sargento Fritsh, con el fin de realizar una purga, saca a los 600 prisioneros: diez de ellos, elegidos al azar, serán condenados a morir desnudos de hambre, de sed y frío en los sótanos de la prisión. La selección se hace. Uno de ellos, Francis Gajowniczek, se quiebra en llanto. Habla de su mujer y de sus hijos. Al verlo, Kolbe se levanta, sale de la línea de prisioneros y se dirige hacia la fila de los condenados. Los guardias cortan cartucho y ponen en alerta a los perros.

Kolbe, sereno, continúa avanzando. Fritsch, que ha llevado también su mano hacia el revolver, le grita que se detenga. Kolbe, sin dejar de avanzar, responde: "Quiero hablar con el comandante". Al llegar cerca de él se detiene y señalando a Gajowniczek agrega: "Quiero morir en lugar de ese prisionero. No tengo mujer ni hijos [...]". "¿Quién eres?", pregunta Fritsch. "Un sacerdote católico", responde Kolbe. Fritsch acepta.

Después de dos semanas, sólo quedan cuatro vivos. Kolbe es uno de ellos. En medio de su debilidad no ha dejado de orar, de reconfortar a sus compañeros y de ayudarlos a bien morir.

Los nazis, que han decidido rematar a los sobrevivientes, llevan al criminal Bock, que se ostenta como médico, para inyectarles ácido carbónico. Bruno Borgowiec, llevado por los nazis a esa macabra ejecución, dice: "Cuando Bock llegó, tuve que acompañarlo hasta la celda y vi al padre Kolbe, siempre en oración, extender él mismo su brazo al verdugo [...]"

Esa es la paradoja del Reino. Una presencia que se manifiesta y se verifica por una negación o ininitegibilidad impenetrable. Ahí donde el conocimiento claro se oscurece, en el momento en que toda explicación es impotente para explicar nada, en el centro de la paradoja, en el umbral, el Reino surge. Aunque parece no estar, está sin embargo ahí, como si en esa oscuridad se produjese otra claridad, cegadora para la inteligencia y deslumbrante para la más fina de las facultades del alma.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y levantar las acusaciones a los miembros del Frente Cívico Pro Defensa del Casino de la Selva.