Jornada Semanal,  domingo 4 de abril  de 2004                núm. 474

Luis Tovar
Luis Tovar
CRISTO SE DETUVO
EN EL CINE (III Y ÚLTIMA)

No recuerdo otra película extranjera que haya sufrido en México una censura tan prolongada y que al mismo tiempo –a pesar de y en cierta medida a causa de ello– sea tan conocida como La última tentación de Cristo, dirigida por Martin Scorsese hace dieciséis años y exhibida por primera vez en nuestro país. En aquellos tiempos la copia pirata, orgullo de la videoteca personal, fue común denominador de todo cinéfilo que se respetara; luego vino el ridículo de un fugacísimo lapso, cortado de tajo por Yasabemos Quiénes, en que se puso a la venta el VHS; más recientemente se le encontró de nuevo en la infalible piratería, en DVD, hasta que por fin concluyó un trayecto que suele y debe ir en sentido contrario.

LA LEY DE DIOS

El Cristo imaginado por Nikos Kazantzakis –en cuya novela homónima se basa el guión de la cinta, escrito por un respetuosísimo Paul Schrader– no es aquel que va de Nazareth a Canaán a Galilea y de ahí a Jerusalén ya para siempre envuelto en un aura que lo instale fuera del alcance de las miserias humanas; al contrario, este Jesús duda, se resiste y lucha por momentos contra sí mismo y por momentos contra Dios; conoce su propia debilidad y, antes de aceptar la misión que se le encomienda, admite haber sido un hombre lleno a partes iguales de soberbia y de temor, y no niega que esos dos polos muy probablemente seguirán tironeando de él, como de hecho sucede. Y no basta la súbita capacidad de hacer milagros –prueba de que está por encima del común de los mortales–, ni el reconocimiento ajeno de que él es el Salvador; ni siquiera las muestras de que Dios lo ha elegido, para arrancar de su alma el más humano de los sentimientos: el miedo al dolor y a la muerte.

Para Kazantzakis, como para Scorsese, lo importante es explicar hasta donde sea posible la profunda, compleja y cambiante relación entre el cuerpo y el alma. Como si fuera una múltiple demostración de la segunda ley de Newton, La última tentación de Cristo expone en varios niveles la acción física y la reacción espiritual; el suceso en el cuerpo y la consecuencia en el intelecto; el acto de la carne y la repercusión en el alma; la decisión en la Tierra y el resultado en el Mundo...

COMO DIOS MANDA

Quince años antes que Scorsese, en 1973, Norman Jewison dirigió Jesucristo Superestrella, malograda versión cinematográfica del musical al más puro estilo Broadway creado por Andrew Lloyd Weber, que no conservó siquiera la hechura musical a cargo de la rockmetalera banda Deep Purple. Hay en esta cinta un atisbo, ciertamente tibio y edulcorado, de lo que ofrece con toda la fuerza de una idea bien trazada y mejor expuesta La última tentación de Cristo: cuánto hay de humano en lo divino y viceversa.

En 1990, es decir dos años después de que Willem Dafoe interpretara –de manera insuperable hasta hoy, en opinión de un servidor– a Jesús de Nazareth, el canadiense Denys Arcand dirigió la también conocida Jesús de Montreal, en la que traslada la pasión de Cristo a la época contemporánea y la ubica en el medio teatral.

La lista de películas que recrean el hecho fundamental del cristianismo es prácticamente inabarcable, pero ninguna es tan redonda, poderosa y sugerente como la filmada por Scorsese hace más de tres lustros. La diferencia fundamental entre La última tentación de Cristo y las demás consiste en algo tan sencillo como contundente: aquí hay una idea, y las imágenes están concebidas y armadas de modo que tal idea sea explícita no sólo para los ojos del espectador, sino también a su entendimiento. Tampoco es, como sucede con la mayoría de las otras, una historia signada por la complacencia de quien pareciera estar poniendo en escena un cuento de hadas.

Apreciar La última tentación de Cristo en la pantalla para la que fue creada es una experiencia que no debe dejar de vivirse, sin importar si uno es religioso, y si es o no católico. Es una lástima que su paso por la cartelera haya coincidido con el de la formulita hollywoodense de idéntico tema. Esa convivencia temporal ha traído como consecuencia que buena parte del público crea que da lo mismo ver una que otra, cuando la realidad es muy distinta. Usted que tiene su copia, original o pirata, y que ha visto montones de veces la película, dése un gusto que la intolerancia nos negó durante tanto tiempo: véala en el cine, como Dios manda.