Jornada Semanal,  4 de abril de 2004         núm. 474

ANA GARCÍA BERGUA

LA CIUDAD DE LA ESCRITURA

Uno de los géneros más hermosos y difíciles de la prosa son los libros de viajes. En ellos, el viajero-escritor debe dar cuenta de su asombro y de su propia transformación al recorrer un territorio distinto, y en ese viaje inusual arrastrar al lector, como si juntos se escabulleran del guía de turistas para perderse en las callejuelas de una aldea. En ese sentido, son textos memorables, por ejemplo, aquel que Italo Calvino escribió sobre su viaje a México, lleno de insinuaciones gastronómicas algo macabras y sorprendentes, o los que ha escrito Sergio Pitol alrededor de sus viajes innumerables, tejidos de lecturas, historias y admirables ensayos. 

La prosa límpida de Fabio Morábito es una de las más bellas de nuestra literatura actual; este escritor alejandrino, italiano y mexicano posee un estilo claro, algo melancólico, gracias al cual le es posible transmitir de manera exacta una percepción sutil e inteligente. Su último libro, También Berlín se olvida, editado por Tusquets, es un libro de viajes sobre la ciudad de Berlín, en la que vivió durante un año. En él, la sensibilidad inusitada de este escritor nos devuelve una ciudad en la que el agua, el idioma, los transportes, las personas, representan coordenadas para el viajero, límites que al irse traspasando transforman la percepción y la forma misma de aquella ciudad en la que, según nos cuenta, no leyó nada y se dedicó a caminar.

Los pasos de este escritor recorren Berlín un poco a la busca de una escritura formada por los signos de esta ciudad gris: "El gris es un color correctivo, obra en el espíritu como una lija que quita sedimentos inútiles, y Berlín, tan gris y extendido, tan reacio a levantar la voz, tan lleno de paréntesis de agua que lo salvan de ser perfecto, sabe reducirse a un asunto íntimo de cada uno, lo que es ideal para escribir y caminar. No agobia con su belleza, porque carece de ella, ni con alguna peculiaridad, porque casi no tiene."

En ese caminar y en la observación fina de aquello que lo circunda, es muy notable su percepción del agua en las ciudades: hay ciudades que se mueven con el agua, las que secundan a los ríos que corren, y ciudades que se dispersan, impávidas, junto al agua quieta, ciudades que no se pueden concentrar. Otra línea que su escritura señala es la del S-Bahn, un tren que recorre la ciudad a la altura de las copas de los árboles, donde el viajero descubre una intimidad inusitada, entre los nidos de los pájaros y la vista del interior los departamentos. Al ceñir a la ciudad a media altura, dice Morábito, "el S-Bahn tiene algo de aguja que cose un hilo alrededor de Berlín y tal vez cuando se construyó a fines del siglo pasado, se quería, más que proveer a Berlín de un medio de transporte, crear alrededor de esta ciudad que es fruto de una agrupación de pueblos, un lazo que la cohesionara, una última vuelta de tuerca que dejara todo apretado y en su sitio". 

Las líneas que traza la ciudad proponen al escritor las historias que continúa en un viaje narrativo, como cuando sigue al pasajero del S-Bahn que se levanta para ocupar uno de los sitios con vista panorámica del autobús, pero al serle ganado el asiento debe bajarse del camión para no hacer el ridículo y echa andar hasta que sus pasos, guiados por aquel impulso, están a punto de expulsarlo de la sociedad. También la escritura de Fabio Morábito nos lleva a una panadería donde un hombre jamás muestra la cara, pasa junto a un lago rodeado de nudistas y se solidariza con un fauno turco al acecho de una ninfa nalgona; se asoma a los kleingarten de los alemanes como quien inspecciona unas casitas de muñecas; estudia el comportamiento de unos automovilistas que chocan bajo su balcón; elucubra la historia de la caída accidental de un trozo del muro de Berlín antes de la caída "oficial", o bien establece una relación entre los trozos de muro sembrados en medio de la ciudad y la puntuación que aprenden los niños en las escuelas, entre muchas otras. Las historias que Fabio teje alrededor de aquellas coordenadas están cubiertas del humor punzante y fino de aquel que observa y sonríe para sí mismo, o bien de la melancolía ante ciertos límites: la dificultad para hablar con soltura el alemán, el frío que encierra en sus casas a las putas e impide la amistad del hijo y los compañeros de escuela, la cual florece por fin en primavera.

Los buenos libros de viaje reconstruyen paisajes y ciudades de manera semejante a la pintura, con pinceladas únicas e irrepetibles. El cuadro trazado por Fabio Morábito de Berlín nos muestra cuán apasionantes pueden ser nuestras ciudades grises cuando las recorremos con un escritor admirable.