La Jornada Semanal,   domingo 4 de abril  de 2004        núm. 474
Los límites 
del lenguaje

Miguel Ángel Muñoz

En la cuarta década del siglo emergieron simultáneamente en España diversos baluartes de la abstracción, entre los que destacaron Antoni Tápies (Barcelona, 1923) y Albert Ràfols-Casamada (Barcelona, 1923). Tápies defendió una estética universal que enfatizaba los principios del surrealismo y, después, los de una abstracción pura. Ràfols-Casamada abogaba por una abstracción geométrica y por una teoría del color, inspirada tanto en el mundo del inconsciente como el del pintor uruguayo Joaquín Torres García, como en el del italiano Giorgio Morandi. No retoma: transforma su forma de ver la pintura. Le da conciencia. Diálogo que le abrió nuevos caminos, signos símbolos. De Torres García descubrió la oscilación entre el balbuceo y la iluminación; de Morandi, la pureza esencial del color.

La búsqueda estética de Albert Ràfols-Casamada ha sido radical y deslumbrante; esto lo ha llevado a lograr la consolidación de un lenguaje pictórico universal. Su aventura siempre lo lleva más allá de sus propios límites. En su pintura de densas superficies y poéticos movimientos se propone una estética que se transforma y cambia constantemente; su proceso es global, no de simples experimentos. Otro elemento definitivo en su obra es la desmesura de trazos, líneas, superficies. El fundamento de esta actitud es la idea de renovar. Innovar es ritmo, límite es mesura y ambos son la prefiguración de un lenguaje.

La pintura de Ràfols-Casamada se construye sobre cierta precariedad de elementos que el artista va explorando y convirtiendo en juegos de figuras sobre el fondo del cuadro. Cada forma es un equilibrio momentáneo. Su propuesta ha culminado en la recomposición y descomposición de la línea: irrupción, fragmentación y limitación de la pintura. En esto se basa su fuerza y su agresión en contra de las formas: destaza y construye el trazo sobre la simple mancha. Línea mágica y veloz, creadora de sensaciones pictóricas que tienen actualidad y antigüedad. La uniformalidad de la forma recuerda a Gris, a Klee, Miró, Láger y Mondrian, pero no como logro sino como rebeldía extrema. Mundo contradictorio: la línea y la forma, el color y la mancha, lo vacío y lo pleno. Es ahí donde el artista busca el equilibrio. Convergencia entre fuerzas, entre levitación y gravitación, que definen el espacio magnético de su pintura. Ràfols-Casamada extrae toda la magia del espacio y la genealogía ancestral del tiempo. En ese momento descubre otros espacios y, de nuevo, tropieza con ellos. Lo mismo sucedió con Giorgio Morandi: no negó la figura, la revolucionó; le dio un orden, un sentido. Riguroso aprendizaje. El artista lucha durante años por conquistar su lenguaje, apenas lo logra, debe abandonarlo y comenzar nuevamente, sólo que en dirección contraria. Es la vía descubierta: purificación, eliminación. Esta operación es un acto creativo: no niega, busca espacios indeterminados.

En lo que podríamos decir o definir su primera época, que abarca un periodo artístico de 1947 a 1967, el pintor no parece intentar una plástica pura, definitiva. No en el sentido de lo que muchos críticos han llamado "pintar bien", pues con la influencia de grandes movimientos de vanguardia europeos –dadá, surrealismo, informalismo y expresionismo abstracto– Casamada no se propone "dominar el oficio", sino indagar en nuevas formas de entender y confrontar la pintura. Quizá por ello no es extraño que lo marcaran primero los pintores contemporáneos, que en muchos momentos lo enseñaron a entender la pintura. En ellos encontró un mundo de formas significativas que contenían múltiples valores plásticos. El ejemplo de Matisse, según ha dicho Casamada, fue sorprendente para él. Matisse descubrió otra realidad: la naturaleza. Aunque a ésta nunca la pintó en bruto, inmediata, sino que con ella transformó su pintura.

A partir de los años setenta, las texturas pictóricas de Ràfols-Casamada adquieren un sentido arquitectónico-constructivista, conseguido mediante gruesos empastes: composición estética que descubre la correspondencia entre el flujo de la poesía y el reflujo de la pintura. En este proceso logró colores transparentes y una gran variedad de tonos; el color es trabajado en superficies planas y en profundidades delirantes. El trabajo es poético y esa poesía es ritmo: cada línea es prolongación del trazo del artista; con esa mano descubre, hiere, delimita, pule, transforma y acaricia los materiales hasta convertirlos en parte de una composición definitiva. Y más: una forma que se hace y se deshace sin cesar. No existen los límites, lo ilimitado lo limita todo. El espacio consigue desvanecerse, pero tenemos la posibilidad de descubrirlo. 

La continuidad no es reiteración sino transformación: Casamada persiste cambiando. El artista es un inventor de formas, un innovador de espacios. Es uno de los pintores más puros de Europa, un poeta exquisito y poderoso en su figuración estética, que contribuye a una visión universal del arte. Su aventura pictórica aún se encuentra en proceso; la suya es una obra que siempre está en movimiento, que transforma el tiempo y se apropia de él para deslumbrarnos. Su fuerza radica en grandes descargas destinadas a encontrar nuevas formas de expresión plástica. Nuevamente, la libertad estilística recobra toda su importancia. Ràfols-Casamada se niega a lo inmediato y se sitúa en distintas direcciones; la composición vibra, el color existe, la línea sirve como motivo y se somete a una estructura elemental: un lenguaje que no responde sino que propone. La figura y la forma, fuerzas contradictorias, adquieren aquí un sentido absoluto. La forma señala el espacio, lo nombra, lo significa. Es en momentos una contradicción, pero, al mismo tiempo, una percepción puramente sensible.

En los años noventa, periodo de gran madurez y vitalidad, Ràfols-Casamada retoma, cuestiona y cambia de materiales y formas, revela no sólo uno de los rasgos de su intelectos (la inteligencia) sino la dirección de su espíritu. En estas síntesis se regresa a los grandes espacios planos, presentes ya en las formas de los primeros años, sólo que transportado al lienzo de manera más sabia, paciente. La llegada de esta sabiduría al mundo del artista no es accidental: es parte del proceso que lo llevó de la figuración a la abstracción. En el admirable libro Huésped del día, el diario de Ràfols-Casamada, guía insustituible, el artista recoge una frase de su cuaderno de apuntes: "Salvar la luz, pero atacar los colores. Intensidad. No contenerse nunca con el ‘que quede bonito’. Llegar a los límites de la desmesura. Por la medida, por el color, por la composición." 

El arte de Ràfols-Casamada dice sin decir o, más bien, es una visión de la realidad, de esa realidad a la que los impresionistas llamaron sensación. Música que engendra la batalla constante entre forma y espacio, entre trazo y color, entre materia y línea. El mundo de Casamada es un equilibrio, un poema interminable, un momento de convergencia. ¿Idealismo, realismo? Signos y enigmas que se enfrentan, que discurren en su pintura y que encuentran voz en la escritura invisible del espacio, y éste encuentra sentido en la forma. La poesía es un signo de la forma. Al observar retrospectivamente la obra de Ràfols-Casamada descubro que es, como la poesía, un signo no sólo de la forma, sino del espacio; cada una dice secretos, traduce signos. Ver es atravesar el horizonte de la mirada, una inquisición pictórica que nos mantiene en expectativa y al mismo tiempo nos sostiene, nos descubre nuestro propio universo.