La Jornada Semanal,   domingo 4 de abril  de 2004        núm. 474
Carlos Alfieri
entrevista con Daniel Jonah Goldhagen

El papa Pío XII:
una deuda histórica

Si con su primera obra, Los verdugos voluntarios de Hitler (Taurus, 1997), en la que abordaba la responsabilidad de los ciudadanos alemanes en las atrocidades cometidas por el régimen nazi, el norteamericano Daniel Jonah Goldhagen desató una polémica de tan vastas proporciones que aún no se ha aquietado, con su segundo libro está generando una conmoción que apenas acaba de empezar. Se trata de La Iglesia católica y el holocausto. Una deuda pendiente (A Moral Reckoning. The Role of the Catholic Church in the Holocaust and Its Unfulfilled Duty of Repair), publicado en castellano también por Taurus.

El tema de este exhaustivo, apabullante y candente estudio es nada menos que las relaciones (de complicidad) de la Iglesia con el nazismo y, específicamente, el papel que desempeñó la institución religiosa en el holocausto. Las conclusiones son altamente inquietantes: entre otras, que el papa Pío xii fue "un colaboracionista nazi".

Goldhagen es consciente de que navega en aguas extremadamente turbulentas, pero se comporta en ellas con la serenidad y pericia de un marino experimentado, de quien sabe desde muy joven lo que significa situarse en el ojo del huracán. Tiene cuarenta y tres años y, tras estudiar en Harvard primero la carrera de Ciencias empresariales y luego la de Ciencias políticas, en la que se doctoró, ejerció la docencia en la misma universidad durante muchos años. Pero la ha abandonado para dedicarse por completo a la escritura.

-Después de señalar la responsabilidad de los ciudadanos alemanes en la barbarie nazi analiza ahora la de la Iglesia católica. ¿Es usted un historiador kamikaze?

–Creo que realizo un ataque bastante educado. Me adentro y profundizo en el material histórico y luego lo analizo como científico social. Las conclusiones que saco, entonces, son evidentemente devastadoras, porque hay muchísimos alemanes que cometieron muchísimos crímenes. Esto en cuanto a mi primer libro, Los verdugos voluntarios de Hitler. Con respecto al que ahora nos ocupa, demuestro que la Iglesia católica fue cómplice del holocausto. Claro que hay razones como para que algunos lo interpreten como un ataque. Pero lo que intento hacer con mis obras, al observar que ha existido una cierta confusión sobre estos temas, es plantear una serie de problemas y hablar de ellos. Lo que hago es chocar con las personas, sorprenderlas, porque trato temas importantes acerca de los cuales se han dicho montañas de falsedades; se ha mentido durante muchos años y yo procuro acabar con los tabúes y con quienes han erigido una historia falsa. Es una tarea difícil, por supuesto, porque hay gente a la que le interesa mantener los tabúes y las mentiras, y cuando los ven cuestionados responden con furia.

Mi trabajo es intelectual –por cierto, no soy historiador sino científico político– y lo que me interesa es decir la verdad, decirla según la entiendo y de la mejor manera posible. Los temas que abordo son trascendentes; en este libro sobre la Iglesia y el holocausto, además de plantear la situación, hablo de la reparación moral que ésta exige, algo de lo que, creo, se ha hablado muy poco. Y no me preocupa para nada la reacción de aquellos que no quieren escuchar la verdad. Mi ambición es poner orden en todo esto. Creo que con mi primer libro, Los verdugos voluntarios de Hitler, conseguí cambiar la comprensión del holocausto. Con éste espero que se tome conciencia de la reparación moral que debe la Iglesia.

–¿A qué se refiere exactamente cuando habla de Iglesia católica? ¿A las más altas jerarquías del Vaticano, a las de la Iglesia de cada país o al conjunto de la institución?

– Como usted sabe, la Iglesia es una institución muy compleja. Por lo tanto, me refiero a diversos escalones de ella, pero lo dejo muy claro según el contexto. Algunas veces, al hablar de la Iglesia me refiero al Vaticano y al Papa. Otras veces estoy hablando de la institución en general, y otras de las diferentes iglesias nacionales. Pero creo que mi libro no deja lugar a confusiones, en cada caso, acerca de a quién me refiero.

– Algunos miembros del clero católico se opusieron a las persecuciones a los judíos por parte del régimen nazi y a su exterminio. ¿Considera que éstos fueron una absoluta minoría dentro de la Iglesia?

– He aquí una pregunta sencilla que tiene una respuesta complicada. Hay que separar las persecuciones de antes de que empezaran los crímenes en masa de las de después de este hecho. La evidencia nos enseña que la gran mayoría de la Iglesia, en su sentido más amplio, y del clero aprobaba la persecución de los judíos sin estar de acuerdo con la violencia extrema ni con las matanzas.

Hay varios ejemplos de esto, como el del mismo Vaticano. El Vaticano aceptó las leyes racistas. La Iglesia cristiana alemana aceptó las leyes de Nüremberg; la Iglesia eslovaca también. Es decir que existía la creencia de que era bueno mantener al judío separado del resto de la sociedad cristiana, restringido, aislado. Después sobrevinieron los asesinatos en masa, y está claro que hubo gente de la Iglesia que se opuso a ellos, pero no sabemos cuántos fueron exactamente. Eran una minoría. Sabemos también que hubo una minoría del clero que ayudó a los judíos; es digna de nuestra alabanza y así lo hago constar en mi libro. Pero desgraciadamente no tuvieron el apoyo de la Iglesia como institución. Por el contrario, la Iglesia ayudó, digamos, de muchas formas a los medios que llevaron al crimen, e incluso participó, en ocasiones, en las propias matanzas.

– Usted señala en su libro que la Iglesia católica erigió en el pasado las estructuras de represión y segregación de los judíos, como el ghetto. ¿Puede deducirse de esta afirmación que los nazis completaron y llevaron hasta un punto inconcebible para la Iglesia el supuesto antisemitismo de ésta?

– Me hace usted una pregunta por la cual podríamos estar hablando horas y horas. Es difícil establecer el límite exacto de las responsabilidades. Pero es indudable que si la Iglesia no hubiese defendido el antisemitismo, si no hubiera sostenido la idea del carácter demoníaco de los judíos, si no hubiese hablado de éstos como de hijos de Satán, los nazis no se habrían podido "inventar" esta teoría que luego llevaron a la práctica. Y hay ejemplos concretos y conocidos. Claro que tampoco caben dudas acerca de que la Iglesia nunca habría iniciado la matanza masiva de judíos que luego se produjo, porque va en contra de la moralidad misma de la institución. Pero los nazis se apoyaron en los muchos siglos que llevaba la Iglesia abonando el antisemitismo y construyeron sobre esta base, aunque cambiaron la dirección, se desviaron evidentemente de la doctrina cristiana.

No hay más que ver cuando, en 1937, el periódico de referencia obligada del Vaticano Civiltà Cattolica publicó un artículo en el que se hablaba del "problema judío", para cuya "solución" se mencionaba la "eliminación" e incluso se llegaba a citar la palabra "destrucción". Claro que también es verdad que este artículo afirmaba que sería "excesiva" una "solución" de este tipo, porque el asesinato y la violencia son contrarios a la moral católica. Con lo cual hay similitudes entre las teorías que pregonaban los nazis y lo que propugnaba la Iglesia, con ciertas diferencias, porque la Iglesia tiene inhibiciones morales. Y hay que decir que este artículo se publicó con el beneplácito de Eugenio Pacelli, que entonces era secretario de Estado del Vaticano.

–En todo caso, ¿distinguiría algunas peculiaridades entre el antisemitismo nazi y el antijudaísmo de la Iglesia católica?

–En primer lugar, yo no acepto la diferencia entre antijudaísmo y antisemitismo; creo que ambas cosas deberían llamarse antisemitismo, para luego establecer distinciones entre los diferentes tipos. En cuanto al antisemitismo de la Iglesia, creo que está basado en la religión, mientras que el antisemitismo nazi está basado en la raza, lo cual ya implica una peculiaridad importante. Sin embargo, a la hora de ver los resultados estas diferencias se evaporan, aunque sí es verdad que el punto de vista de la Iglesia no es tan radical como el del nazismo. Para ilustrar mejor este asunto citaría, como lo hago en mi obra, las declaraciones del obispo de Sarajevo, Ivan Saric, contenidas en un artículo titulado "¿Por qué se persigue a los judíos?", aparecido en su periódico diocesano en mayo de 1941, y que podrían pertenecer, perfectamente, a un miembro del partido nazi:

"Los descendientes de quienes odiaron a Jesús, de los que le persiguieron hasta la muerte, le crucificaron y persiguieron a sus discípulos, son culpables de mayores crímenes que sus antepasados. La avaricia judía aumenta. Los judíos han llevado a Europa y al mundo hacia el desastre moral y económico. Su apetito no cejará hasta que el dominio del mundo entero llegue a satisfacerlo [...]. Satán les ayudó en la invención del socialismo y del comunismo. El amor tiene un límite. El movimiento de liberación mundial que pretende liberarse de los judíos procura la renovación de la dignidad humana. Dios, omnisciente y omnipotente, está detrás de dicho movimiento."

Es cierto que las consecuencias de ambos antisemitismos son luego diferentes, porque la Iglesia acepta la conversión de los judíos al catolicismo para que encuentren la salvación, en tanto los nazis no aceptan la salvación de los judíos a través de la conversión ni de ningún medio. Pero si exceptuamos este aspecto, tampoco hay grandes diferencias. Y creo que antes de que se realizasen los asesinatos en masa por parte de los nazis estas diferencias eran aún menores.

–¿La complicidad con el holocausto es sólo de la Iglesia católica o ésta la comparte con las demás Iglesias cristianas?

–Mi libro, como su título lo indica, trata sobre La Iglesia católica y el holocausto, y en él expongo las razones. Pero lo que me propuse hacer es un estudio de un caso ejemplar, sentar un ejemplo sobre unos principios que luego pueden servir para juzgar a otras Iglesias cristianas, u otro tipo de crimen, u ofensas cometidas en otros periodos históricos o contra otras víctimas.

Ahora bien, es verdad que hay otras Iglesias cristianas, como por ejemplo la luterana alemana, que también difundieron el antisemitismo y fueron responsables de las persecuciones. El caso de la Iglesia luterana germana fue tan malo o peor que el de la católica, puesto que constituyó la base misma del movimiento nazi. Pero también hay otras Iglesias, en otras regiones de Europa, que hicieron mucho por ayudar a los judíos. Me estoy refiriendo a la Iglesia estatal luterana danesa, que defendió realmente al judío como a un ser inocente y que instó a sus fieles a que lucharan contra esta persecución, lo que determinó que se salvara del genocidio prácticamente la totalidad de la comunidad judía danesa. Por lo tanto, creo que las Iglesias protestantes alemanas tienen el mismo deber que la católica de aportar una reparación por lo que hicieron.

–¿Cuáles son las pruebas básicas que esgrime sobre el caso concreto del antisemitismo del papa Pío XII?

–En 1943 Eugenio Pacelli, el papa Pío XII, ratifica las leyes racistas del régimen de Mussolini en Italia, de cuya índole no cabía ninguna duda. Estamos hablando de un año en el que ya se estaba masacrando masivamente a los judíos, y Pío XII lo sabía, conocía perfectamente todo lo que estaba pasando. Aun así, apoya dichas leyes racistas, lo cual constituye un ejemplo de su antisemitismo. Y cuando dice que los judíos son los responsables de la muerte de Jesucristo, está haciendo también una declaración antisemita. Si hemos de aceptar por tradición las enseñanzas del cristianismo o del Nuevo Testamento, tenemos que afirmar que son antisemitas. Si saliera un libro que tachase de asesinos de un personaje cualquiera a todos los cristianos o a todos los españoles, eso sería un prejuicio. Y Pío xii llegó a decir una y otra vez, e incluso escribió una encíclica al respecto –Mit brennender sorge (Con ardiente preocupación)–, que los judíos eran responsables de la muerte de Jesucristo en la cruz, y concluyó que "por esto está sufriendo el pueblo judío". Creo que son evidencias aplastantes de que él era un antisemita.

–¿Puede afirmarse que la Iglesia católica y el Papa fueron colaboracionistas con el régimen nazi en la misma medida en que lo fueron el mariscal Pétain en Francia o Quisling en Noruega?

–Hay una serie de categorías normales que debemos utilizar a la hora de hacer el análisis histórico y la evaluación moral, y debemos acabar, entonces, con las categorías excepcionales y las idiosincrasias. Al hablar de colaboracionismo, que es un término acuñado en Francia, estamos hablando de la cooperación con los alemanes en la consecución de sus objetivos. Más allá de las justificaciones de una determinada conducta mediante la alegación de que se adoptó para salvaguardar la identidad de una institución o de uno mismo, si examinamos el comportamiento de la Iglesia católica, del Vaticano o de Pío xii podemos concluir que fueron colaboracionistas con los nazis al igual que el mariscal Pétain y el régimen de Vichy, por ejemplo, y a diferencia del rey de Dinamarca o la Iglesia luterana danesa en ese momento, que no lo fueron. Tengamos en cuenta que el obispo de París dijo en 1942 que la colaboración con los alemanes era la única forma de salir adelante para Francia y para la Iglesia.

–Hay en su libro una clara referencia al antisemitismo militante del clero de Eslovaquia –país cuyo primer presidente fue monseñor Josef Tiso– y del de Croacia, y habla de su implicación directa en el holocausto. ¿La implicación directa comprende incluso la actuación física de sacerdotes católicos en las matanzas de judíos?

–Monseñor Josef Tiso era el presidente de Eslovaquia y el país estaba gobernado por un partido católico. Los sacerdotes miembros de este partido votaron a favor de la deportación de los judíos. Tiso y los demás obispos justificaron la deportación diciendo que los judíos eran los asesinos de Jesucristo. Estamos hablando de personas a las que se saca de sus casas, de su tierra, de su país hacia un destino incierto, para emprender un viaje que, como se demostró luego, tenía por meta la muerte en los campos de concentración. Esto convierte al régimen de Tiso en cómplice directo de la maquinaria de la destrucción. Por lo tanto, desde el punto de vista del Derecho y de nuestra propia conciencia, sus integrantes son culpables de crímenes.

En el caso de Croacia, había una serie de sacerdotes católicos –no sabemos exactamente cuántos ni sus nombres– que eran dirigentes de campos de concentración.

– Usted rechaza el concepto de "banalidad del mal" de Hannah Arendt y también la posición de Jean-Paul Sartre expuesta en sus "Reflexiones sobre la cuestión judía". ¿Podría detallar sus objeciones?

– Creo que ninguno de estos dos autores hizo realmente una investigación sobre quienes perpetraron los crímenes. Se limitaron a escribir sobre por qué determinadas personas mataron a los judíos, por qué existen sentimientos antisemitas, pero sus teorías no están asentadas en ninguna investigación. Ellos hacen, digamos, una construcción filosófica que se ha demostrado que no es la correcta a través del estudio empírico de los hechos.

Ya en Los verdugos voluntarios de Hitler me ocupé de quienes realizaron estos crímenes, y, al contrario que Hannah Arendt, no hablo de la banalidad del mal y de aquellos que lo hicieron sin saber, sino del sentimiento antisemita que existía, de la creencia de que los judíos habían matado a Jesús en la cruz y que por ello merecían la aniquilación. En cuanto a Sartre, él piensa en el antisemitismo como algo que la gente dice pero no cree, y yo no sé cómo alguien pudo tomarse en serio esta teoría, porque hay evidencias más que suficientes que demuestran lo contrario. Por ejemplo, las enseñanzas de la Iglesia durante siglos, y también durante los años treinta y cuarenta del siglo xx, afirman nítidamente que los judíos son culpables de haber matado a Jesucristo en la cruz y que por ello se merecen vivir discriminados.

–Algunos autores, en la línea de Norman G. Finkelstein, que escribió La industria del holocausto, opinan que ciertos dirigentes de Israel utilizan el horror del holocausto como un chantaje moral que justificaría cualquier barbaridad que puedan cometer. ¿Qué opina al respecto?

–He venido aquí a hablar y discutir sobre mi libro y no a ocuparme de las ideas del señor Norman G. Finkelstein. Mi libro establece una serie de interrogantes, de juicios, de preguntas históricas acerca de cómo podemos enfrentarnos a la culpabilidad. Creo que formula una serie de principios sobre la reparación moral, que espero tengan valor para las personas y para la Iglesia y que se puedan aplicar en todas aquellas situaciones en que sean aplicables.

Estoy convencido de que mucha gente quiere deslegitimar los aspectos precisos, históricos, morales que es necesario tener en cuenta en el debate del holocausto y de que hablan sobre problemas de la política contemporánea que no les gustan para desviar la atención.

–¿Qué reparación moral puede asumir la Iglesia católica con respecto a su pasado?

–Vivir según sus principios. El Catecismo de la Iglesia, de 1459, dice: "Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible por repararlo (por ejemplo, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto." Y creo que una reparación moral implica decir la verdad –la Iglesia no dice la verdad–, luchar contra los factores que han causado el daño –y hoy vemos que millones de católicos todavía creen que los judíos son los asesinos de Jesucristo– y que la Iglesia eduque a sus feligreses en contra de esta falsedad. La Iglesia tendría que asegurar que no van a perdurar estas creencias y que va a luchar contra el antisemitismo que existe en el Nuevo Testamento. La Iglesia presenta como palabra de Dios y modelo para la vida de mil millones de fieles un libro que está impregnado de antisemitismo.