La Jornada Semanal,   domingo 4 de abril  de 2004        núm. 474
Humphrey Bogart: mito perdurable

Alejandro Michelena

No era alto. Ni siquiera bien parecido. Su rostro no se correspondía con los patrones de perfección hollywoodenses. Ni siquiera su voz y su tono eran de las propicias en el cine de entonces. Para colmo, fue un eterno rebelde y nunca sintonizó con una industria para la cual los actores –incluso las luminarias– eran meras piezas de un engranaje aceitado. Tenía, sí, un algo imponderable –mezcla de talento y tenacidad, de audacia y astucia, de intuición e inteligencia– que le permitieron triunfar a pesar de todo.

Su nombre: Humphrey Bogart. A través de sus personajes colaboró a delinear un paradigma perdurable: el detective duro, justo, personalista, capaz de gestos de libertad –a veces temerarios– ante cualquier poder arbitrario.

"Héroe más que hemingwayano". Así lo calificó –haciendo referencia a su rol actoral en Casablanca (1942)– el escritor Carlos Monsiváis, uno de los intelectuales latinoamericanos que con más agudeza y penetración ha analizado la cultura de masas contemporánea y sus arquetipos. Y varias generaciones de cinéfilos han rendido y siguen rindiendo culto a aquella escena en que el actor le dice a Dooley Wilson "Play it again, Sam", ante la mirada lánguida de Ingrid Bergman.

Casablanca fue la película que afirmó para siempre la fama de Bogart, ubicándolo en el que con variantes iba a ser su rol más constante: el héroe algo quijotesco, aferrado a códigos morales propios pero capaz de violar a cada paso los colectivos cuando no los consideraba justos; el hombre solo en busca de su destino, el individuo contemporáneo por antonomasia –con su angustia soterrada a cuestas y su dureza aparente– asumiendo su aventura existencial. Pero antes hubo una serie de films en que tuvo que hacer de villano, entre los que se destacan El bosque petrificado (1936, con Leslie Howard y Bette Davis), donde encarna a un asesino acosado, o Callejón sin salida –de1937– interpretando a un gangster duro.

Vendrá luego del rotundo suceso de Casablanca, y llegarán para Humphrey Bogart aquellos papeles en los cuales se va a sentir verdaderamente cómodo. Le dio así rostro, porte y alma a varios de los protagonistas de la novela policial negra: desde el Sam Spade creado por Dashiell Hammett en El halcón maltés (1941, con la cámara experta y personal de John Huston), hasta el Philip Marlowe del gran Raymond Chandler en El sueño eterno (1946, con dirección de Howard Hawks). El detective privado creado por Chandler, siempre fiel a su destartalada oficina de Los Angeles y cobrando invariablemente veinticinco dólares más los gastos cualquiera que fuera el caso a atender, se correspondía en todos los aspectos con la manera de ser de Bogart, algo anárquica y bohemia, rebelde y personalista; intransigente y casi puritano en la defensa de ciertos principios, y poco amigo de lo gregario o colectivo.

Podríamos decir que el actor animó en la pantalla ese costado transgresor, "políticamente incorrecto", del clásico héroe norteamericano: fue Bogart quien hizo agregar al guión de Casablanca los alegatos antifascistas y las alusiones a la entonces reciente Guerra de España; pero fue él también –años después, en los albores del macartismo– quien, luego de haber ido a Washington con otros actores de Hollywood en defensa de colegas acusados de actividades antinorteamericanas, levantando la bandera de la Primera Enmienda de la Constitución (que defiende el derecho de cualquier ciudadano de la Unión a no hacer declaraciones acerca de sus convicciones religiosas o políticas), terminó aceptando las razones oficiales contra los caídos en desgracia. Y fue Bogart, a su vez, quien gracias a su rebeldía ante los magnates de la Warner (para la cual habitualmente trabajó), le abrió camino al mayor respeto por la dignidad del trabajo del actor, y de la labor creativa en general, en la industria del cine.

En el año 1999, en encuesta realizada por el American Film Institute para elegir los cincuenta nombres más grandes de Hollywood previos a la década de los cincuenta, Humphrey Bogart encabezó la lista. Lo acompañaba, como actriz, Katherine Hepburn, con la que había actuado una sola vez, en La reina africana (1951, dirigida también por John Huston).