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México D.F. Jueves 18 de marzo de 2004

LA MUESTRA

Carlos Bonfil

El papalote

Tragicomedia en una región de Medio Otiente en tiempos de guerra

AL INICIO DE El papalote (Le cerf-volant), película libanesa de Randa Chahal-Sabbag, una joven de 16 años, Lamia (Flavia Béchara), desafía las minas explosivas y los posibles disparos de vigías fronterizos para recuperar un papalote que ha quedado atrapado entre dos hileras de alambradas. La frontera artificial ha sido levantada por el gobierno israelí en su proceso de anexión de territorios libaneses. El episodio se sitúa en uno de los momentos más tensos del conflicto entre las dos naciones, y toda similitud con el muro de contención que hoy construye Israel en territorio palestino es algo más que pura coincidencia.

LA DIRECTORA CHAHAL-SABBAG ha alcanzado reconocimiento internacional con posturas políticas muy críticas que le han valido la censura en su propio país, particularmente por su cinta Civilizados, de 1998. En El papalote, sin embargo, el lenguaje es esencialmente metafórico y las situaciones dramáticas muy próximas a una trama convencional de amores contrariados. Un Romeo y Julieta en las Alturas del Golán. Todos los elementos contribuyen a crear una tragicomedia, a ratos de negra ironía, a ratos muy divertida, de la vida cotidiana en una región de Medio Oriente en épocas de guerra y bajo el yugo de la ocupación. El matrimonio concertado: Lamia debe atravesar sin problemas las alambradas para contraer matrimonio con un primo suyo, cuya familia quedó atrapada en territorio israelí. La pasión contrariada: Lamia se enamora de Youssef (Maher Bsaibes), un guardia fronterizo, de su propia comunidad drusa, obligado a servir al gobierno ocupante. Las familias de ambos lados presionan a la joven para que cumpla el deber impuesto, ignore al vigía pretendiente, reprima sus sentimientos y forme una familia con el marido que detesta.

CON ESTOS ELEMENTOS la realizadora elabora hábilmente una comedia que paulatinamente encamina al drama. Hay momentos estupendos, como el diálogo a gritos o con ayuda de megáfonos que las mujeres de ambos lados intercambian cada mañana ante el oído atento, y la trascripción obligada, de los guardias fronterizos. ƑY de qué hablan esas matronas libanesas? De la aparición del flujo menstrual en una adolescente en la familia, de los deseos reanimados de alguna tía solterona, de los chismes más recientes en el barrio, o de lo mucho que se extraña a la persona con la que uno grita de este modo cada mañana. Hay pasajes oníricos, casi surrealistas, que ilustran los estados de ánimo de una población para la cual la guerra es paisaje familiar y la muerte una realidad cotidiana. La población descrita, y es importante señalarlo, pertenece a un grupo étnico marginal, los drusos, presente en Israel, Líbano y Siria, que practica una religión iniciática, casi de sociedad secreta, con pocos rasgos comunes con las creencias hebrea y musulmana. Esto explica algunas actitudes de los protagonistas, en particular el desafío a la muerte de un pueblo que cree en la rencarnación, y la recurrencia de símbolos de liberación, como el propio papalote.

LA JOVEN ACTRIZ Flavia Béchara transmite de modo convincente el conflicto que vive la joven, renuente a aceptar al marido impuesto y a conceder favores que aquél ni siquiera solicita, pues él también vive el tálamo como una penosa carga.

ES POCA LA distancia que separa a esta finísima comedia irónica del sentimentalismo al que casi obligan sus situaciones dramáticas. La directora consigue sortear esta dificultad aparente con el recurso al humor y, por momentos, con diálogos que son fuego cruzado entre ocupante y sometido, o dentro de la misma familia separada por las alambradas y convertida así en caja de resonancia de una nación entera.

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