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México D.F. Miércoles 17 de marzo de 2004

Luis Linares Zapata

Diego, la soga y el PAN

Los panistas llegaron al poder por una puerta lateral y en ancas de Fox. No han gozado a cabalidad de las mieles del éxito, no han sabido acrecentar su capital político o mantenido en él. La caída, a partir de su abultada votación de 2000, ha sido inmisericorde y todavía no identifican los hechos y menos debaten las debidas razones que les ocasionan tan doloroso declive. Su otrora abultada camada en la Cámara de Diputados quedó convertida en escuálido remedo clasemediero. Y, además de su mermado número, la calidad y oportunidad de sus posturas, la fuerza argumentativa que en algún momento los pudo distinguir como oposición leal se ha degradado hasta tornarse ineficaz soporte de una administración federal precedida por medianos gerentes. Perdieron la gubernatura de Nuevo León, joya de su arrogancia y, con la seguridad de pronósticos informados, sufrirán derrotas adicionales en el transcurso de este año electoral.

Poco entienden los panistas de sus debilidades y tampoco, al parecer, les interesa actualizar su discurso o reconstruir su base de sustentación para que ocupen, al menos, el nicho, nada despreciable, de segunda fuerza electoral que durante tantos años han detentado. Se han dejado colocar un dogal que los arrastra sin remedio por la senda de la incoherencia y el desprestigio. Tal vez sería más justo decir que no han podido desechar el lastre que los arrastra hacia profundidades que sólo una próxima contienda federal adversa, la de 2006, les arrojará a la frente y les achatará la cara. Esa misma soga es la que estira con singular alegría el iracundo Diego. El autoproclamado defensor de los truhanes en desgracia ante autoridades arbitrarias que pretenden arrollarlo. El que se afirma como valeroso litigante de acaudalados empresarios que desfondan el erario de todos. El legislador que aprueba leyes para después, en lo privado, usarlas para agrandar su particular despacho. El coordinador de fracción que inscribe, como la de sus correligionarios de partido, la propia agenda de sus opacos intereses.

Fernández de Cevallos es su corrosivo personaje ante el cual poco o casi nada pueden hacer los panistas. Las voces que se levantan entre los suyos para condenar sus devaneos, sus ociosos desplantes de hombre cabal y para deslindarse de sus perversos juegos de palabras que despliega ante los atónitos pero ya indignados ciudadanos, no le han disminuido su influencia al interior del partido. Diego sigue tan campante con su libertinaje retórico mientras prevalezca la taciturna, menor y chillante voz de Bravo Mena, el curesco presidente del PAN que siempre lo ha sostenido. Y lo puede hacer porque los estatutos del PAN le permiten a tan poco agraciado directivo partidista, a él en solitario y aunque otros se desgañiten, se escandalicen, alarmen y los votantes los castiguen, asegurar la continuidad del influyente coordinador de su bancada. Aunque también, para mejor entender el fenómeno de la prevalencia de Fernández Cevallos, a este arreglo normativo habría que sumar la indiferencia, la simpatía, el temor, la tontería y hasta las complicidades de otros muchos dirigentes de esa organización política.

La súbita, pero explicable intervención de Diego en el follón de los videos cambió por completo el escenario donde se desarrollaba el drama perredista y, en especial, el de López Obrador. Introdujo, como siempre donde él participa, el infaltable toque de picaresca que cualquier escándalo requiere para medrar de la atención colectiva. Con el gallardo charro queretano se materializaron los demonios conspirativos tan atractivos para la conciencia popular, dando un respiro al casi asfixiado jefe de Gobierno.

Cevallos y su presencia en un inverosímil teatro de operaciones, embarazado de toda sospecha, pone la sal que le faltaba al cocido preparado, a todo detalle, por los Bejaranos, Imaz y demás perredistas que traficaban con influencias, valores, dineros, favores y demás parafernalia con la que se construyen y derrumban figuras públicas y que ya circundaba a López Obrador sin darle la pausa, la guía, la conducción de medios a que estaba acostumbrado y que se le han ido para bien de la República que quiere llegar a gobernar.

Todo indica que, de nueva cuenta, Diego saldrá ileso de la matanza en curso hasta que, quizá por agotamiento, se limpie un tanto el ambiente público. Retendrá su primacía entre su bancada en la Cámara de Senadores muy a pesar de las rebeliones esporádicas que enfrenta. Seguirá presidiendo las tribunas que le brinda con frecuencia inusitada su partido al que ya enardece y pule muy pocas veces. Asistirá, sin duda y con la seguridad, desfachatez y enojos que ya lo caracterizan, ante las oportunidades de expresar sus manidos y simplistas argumentos en los varios foros que le montan los medios de comunicación.

Seguirá litigando ante tribunales con abultados honorarios de por medio. No dejará de ofrecer su conspicua asesoría política a contratistas ofendidos por el poder establecido y seguirá apoyando a bandoleros que alegan persecución y chantajes en su contra. Extenderá algunas defensorías gratuitas a cualquier ciudadano que juzgue en desgracia, siempre y cuando le preste valiosos videos con los cuales traficar y hacerle daño a sus rivales predilectos.

Pero no se duda, ni tantito, que la inclemente realidad alcanzará a los panistas en las venideras urnas de este año y del esperado 2006 y, en ellas, se cobrará el ofendido ciudadano las pendientes facturas que, con inclemente desparpajo, va regando el tal Fernández de Cevallos.

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