Jornada Semanal,  domingo 14 de marzo  de 2004                núm. 471

LUIS TOVAR

ELCINE QUE NO SE HACE

La XLIII Muestra Internacional de Cine, que arrancó en la Cineteca Nacional el pasado jueves 4 y que, como ya es costumbre, recorrerá un extenso circuito en la zona metropolitana para después iniciar un itinerario en varios puntos del país, incluye dos películas mexicanas dos: el documental La pasión de María Elena, exhibido ayer y antier en la Cineteca, y La mudanza, que será estrenada el fin de semana próximo.

EL PIE DERECHO DE MERCEDES

La pasión de María Elena (2003) es la ópera prima de Mercedes Moncada, joven socióloga avecindada en México hace aproximadamente una década. Con poco más de un lustro de experiencia como productora para documentales, cintas de ficción y trabajos publicitarios, en 2002 obtuvo el apoyo de las fundaciones Sundance Documentary y Jan Vrijman para filmar este documental, que ya ha sido exhibido en una infinidad de festivales: el de Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana, el de Toronto, el de Cine Independiente de Sundance, el de Miami, en Amsterdam, el de Cine Latino en Los Ángeles, en Australia, Sarajevo, Montreal, Mannheim-Heidelberg en Alemania, en Gijón... En Sao Paulo ganó el Premio Pandera Paulista al mejor documental, en Guatemala obtuvo el correspondiente a la mejor película extranjera, mejor guión y mejor dirección, y en México ganó el Mayahuel de la Muestra de Cine de Guadalajara, así como el premio de la audiencia en el Festival de Morelia.

María Elena es una joven mujer rarámuri que habita la Sierra Tarahumara. Su hijo mayor ha muerto atropellado accidentalmente por una chabochi, es decir, una mujer blanca, que se ha desentendido de cualquier responsabilidad a pesar de que fue su imprudencia la que ocasionó la muerte del niño. A partir de este hecho trágico, la vida de María Elena deja de ser lo que hasta entonces había sido, o quizás al contrario: sigue siendo lo que era, sólo que aumentado. La paradoja corre a cargo del entorno, de la manera en que está organizada la convivencia social en esa región del país. Paso a paso, conducidos por los testimonios de la propia María Elena, así como de otros habitantes de la zona que explican, unos a partir de cierto laconismo donde pareciera caber toda la resignación acumulada durante años y años de oprobio, y otros desde un soterrado deseo de que el estado de las cosas por fin alcance un punto de igualdad, asistimos a la representación real, cotidiana, del racismo que quiere convertir a los rarámuri en mexicanos de última categoría.

EL PIE IZQUIERDO
DE MARÍA ELENA

El viacrucis de María Elena, consistente en la búsqueda larga e infructuosa del reconocimiento de responsabilidad por parte de la conductora, así como en la correspondiente reparación del daño, es la base sobre la cual Mercedes Moncada levanta su breve y conciso estudio sociológico, que le permite hacer el registro y la denuncia de las desiguales condiciones de vida prevalecientes en la sierra Tarahumara. Sin embargo esto, con todo y tener un innegable valor documental, no es el punto más alto alcanzado por La pasión de María Elena. Entre el levantamiento testimonial, la rememoración de los hechos el día del accidente en el mismo sitio donde éste tuvo lugar, y la investigación del estado –perniciosamente estacionario– que guarda la denuncia ante las autoridades, Moncada logra una mirada al interior de María Elena, cuya parquedad verbal no es impedimento para mostrarnos la condición de su espíritu.

Sin excesos ni sentimentalismos, a partir de una muy bien armada estructura de contrapesos entre proximidad y alejamiento de su objeto de estudio, La pasión de María Elena va de lo particular –un accidente, la muerte de un menor, la búsqueda de justicia ante el hecho concreto–, a lo general –la diferencia quizá insalvable entre dos cosmovisiones, el dominio tácito de una sobre la otra–, y cierra el círculo dejándonos con la imagen de esa mujer rarámuri huérfana de su hijo, obligada a vivir entre los engranes de una sociedad verticalista que a la hora de la verdad se demuestra sólo capaz de ignorar a los que son como María Elena. Y es ella, una joven madre sin mayor educación formal, quien le da una vuelta (para nosotros) inesperada a la tuerca de su propia visión de los hechos, dejando al espectador la sensación clara de estar presenciando una forma distinta de la sabiduría.