Jornada Semanal,  domingo 14 de marzo  de 2004             núm. 471

.LA CELDA
DE LA IMAGINACIÓN

En el ensayo titulado "Un lugar como cualquier otro", el poeta ruso Joseph Brodsky describe de esta forma la memoria de los viajeros:

…Sus bóvedas y escalinatas al estilo de Piranesi encuentran eco en el ámbito del subconsciente y quizá, incluso, lo agrandan. Sea como fuere, permanecen para siempre allí, en el cerebro, esperando que otras imágenes se les sumen. En última instancia, sin embargo, no existe jerarquía posible entre lo legendario y lo real, al menos en el contexto de nuestra ciudad, pues el presente contribuye activamente a engendrar el pasado, y no tanto a la inversa.

Creo que estas mismas líneas podrían servir para ilustrar el método que utilizó el escritor jalisciense Fernando de León para construir la fabulosa prisión de If en su libro Cárceles de invención (Univesidad de Guadalajara; Ediciones Arlequín). Prisioneros dentro de los calabozos enumerados a lo largo de las páginas de esta breve novela, desfilan célebres cautivos, reales e imaginarios, aquellos cuyas sentencias son ya parte de nuestros sueños: Cervantes, Edmundo Dantés, Faria, Casanova, Phileas Fogg… La invocación que los ha reunido a todos en estas Cárceles es especialmente efectiva, ya que coloca a los personajes en el medio que les es natural, la página impresa. En el dédalo de calabozos, túneles, espeluncas y rejas que conforman la fortaleza de If, los memorables presos languidecen, planean venganzas –esa pasión tan griega que ha caído en un olvido inmerecido–, dialogan y recuerdan mientras el autor entreteje los hilos de sus historias con una prosa austera y densa. Escribe de León: "Un hombre inculto, casi ingenuo, queda atrapado en la fortaleza de If. Tres hombres ambiciosos quedan presos en lo que resta del mundo. Para ellos tres el mundo es demasiado pequeño. Para el inculto, la fortaleza de If es, aproximadamente, el universo", pues para él la cárcel no es solamente el edificio que nos encierra: para un personaje será el cuerpo, para otro la esclavitud bajo el látigo de las pasiones; el miedo a vivir o el miedo desmedido a morir. Pero este libro no es pesimista. Están en él las herramientas con las que se puede crear la fuga: el humor y la memoria. Tal vez por eso la presencia de la venganza es tan poderosa, porque es como un rescoldo que arde siempre alimentado por el recuerdo de la traición.

En una estampa que reúne cárceles y venganzas se reúnen en la misma cárcel rodeada de agua el futuro Conde de Montecristo, el duque Próspero y el esperanzado lector de La tempestad, Miguel de Cervantes.

Dice Brodsky –y lo cito de nuevo porque él estuvo en la cárcel y escribió mucho sobre ello– que en la cárcel, "esa escasez de espacio es ampliamente compensada por la abundancia de tiempo, que acaba convirtiéndonos en seres meditabundos, sea cual sea nuestro carácter".

En esta gigantesca prisión languidecen, meditabundos, como dice Brodsky, ciertos viajeros planetarios: Marco Polo, Richard Francis Burton, Phileas Fogg y Arne Sakmussemm. Cada una de sus apariciones constituye una reflexión sobre el movimiento y el encierro; la mente que se desplaza desde el cuerpo inmóvil; la distancia entre el sujeto y el mundo; el poder deshumanizador del encierro, y por último la escapatoria, al menos espiritual, por medio del recuerdo. Estos temas despuntaban ya en los primeros libros de Fernando de León, tanto en La estatua sensible como en La obscuridad terrenal. Así, en Cárceles de invención se consuman fugas de prisioneros que planeaban escapar desde otros libros: en La obscuridad terrenal el narrador del cuento "La fortuna de Aznarrac" tiene en las manos el libro Mi fuga de las prisiones de Venecia, de Giaccomo Casanova, quien, por fin, en Cárceles de invención, se evade colgado de una cuerda por el ventanuco del calabozo 32. A la novella que conforma la primera parte del libro se suman varios cuentos que contrastan con los túneles carcelarios gracias a los ámbitos luminosos y abiertos en los que se mueven los personajes, el tono ligero y cáustico de los diálogos y la risueña burla que se esconde tras las anécdotas. En uno de estos cuentos, el titulado "El juicio de Sherlock", el autor abre la puerta de las mazmorras imaginarias y descubre al lector las gozosas posibilidades que tiene la fantasía para hacer retroceder hasta al más antiguo y común de nuestros miedos.

La impresión que me dejó la lectura de este hermoso libro es que no hay cárcel más oscura que la de quien no recuerda o no puede imaginar.