Jornada Semanal, domingo 14  de marzo de 2004                   núm. 471
 
Jorge Moch

REFLEJOS DEL ORIGEN

A Jorge Solórzano, porque esas son convicciones


La televisión mexicana encarna una añeja promesa, incumplida o cumplida a medias, de difusión cultural. Cúmulo de cosas que son pero no deberían ser, y de cosas que debieron ser pero no fueron ni van a ser nunca para acabar convertidas en "pavo real que se aburre de luz de la tarde". Perdón por el barroquismo pero así de churrigueresca es la tele mexica, dueña de un potencial inmenso como agente de enriquecimiento cultural que, salvo raras excepciones, no ha sido debidamente activado. Baste un vistazo al origen: unida al poder con el pegamento de las connivencias irremediables, sin Partido Nacional Revolucionario, o sea, sin el pri, la televisión mexicana probablemente seguiría en los niveles técnicos de la del Congo. El Tata Cárdenas, viejo zorro del aparato propagandístico, supo prever lo que señala Carlos Monsiváis en Los rituales del caos: "Si un acto público de cualquier índole quiere sobrevivir en esta época, deberá, irremisiblemente, adoptar las características del control remoto." Si consideramos al genial Guillermo González Camarena –paradigma primero de las nubosas sociedades entre los empleados del Estado y el empresariado protogubernamental en tiempos de Emilio Azcárraga Vidaurreta y Miguel Alemán Valdez, y luego paradigma de los cerebros mexicanos en fuga– como el papá técnico de la televisión, deberemos decir que el abuelito de la tele es un maestro suyo: Francisco Javier Stavoli, profesor de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (esime) y del Instituto Técnico Industrial, encargado de la emisora xefo del pnr. De acuerdo con los apuntes del Seminario Mexicano de Historia de los Medios, dirigido por Miguel Ángel Sánchez de Armas (polémico director de Radio y Televisión de Veracruz), a Stavoli corresponde en realidad la primera transmisión televisiva en México. Ésta consistió, comprobando que somos un pueblo mandilón, en un still del rostro de su esposa, Amalia Fonseca. Pero esos fueron, claro, pininos. Las primeras transmisiones oficiales de la televisión mexicana fueron muestra de lo que sería su ulterior contenido en términos generales. Se registra como fecha oficial de la primera transmisión abierta el primero de septiembre de 1950: iv informe de gobierno del presidente Alemán. En realidad, las primeras transmisiones (las dirigió González Camarena, cercano al poder a pesar de la leyenda del desterrado tecnológico) corresponden a un día antes, el 31 de agosto de 1950, con un programa "artístico musical" desde el Jockey Club del Hipódromo de las Américas. Así, las primeras emisiones de la televisión de nuestro país no tuvieron absolutamente nada que ver con la libre transmisión del pensamiento, ni con la objetiva información de sucesos importantes ni, desde luego, con el mundo de la ciencia o alguna de las bellas artes. No. La cosa fue de propaganda y cirquito más bien corrientón. Y por ahí se nos fue la industria toda, ésa que hoy domina un buen tajo del pastel de las economías empresariales de estas y otras tierras.

Hubo intentos para darle a la televisión un honroso sitio como divulgadora cultural y aun llegó a ser una suerte de mecenas para el arte con la creación del Centro Cultural de Arte Contemporáneo de la Fundación Televisa. Pero no pudo el arte contra la eficiencia neoliberal, y el museo cerró sus puertas. Poco o nada han podido contra la barredora comercial que enderezan el escándalo, el fútbol y la propaganda del gobierno en turno los esfuerzos de algunos productores dentro de Televisa (en tv Azteca la cultura es un exotismo remoto), y mucho menos emisoras como Canal 40, Canal 11 (del Instituto Politécnico Nacional) o Canal 22, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (de suyo contaminado con la baba empresarial que trasmina desde arriba, muy arriba). Hay, desde luego, rayas excepcionales en la melcocha telenovelesca y amarillista, pero no siempre se trata de programas que, si bien dedican amplios espacios al discernimiento inteligente, se entregan a la divulgación, y más importante, a la estimulación de la alta cultura. Y lo poco que hay, está sitiado: francamente todavía no sé bien qué sabor dejó en la boca de este acetoso escribiente ver en programación inmediatamente consecutiva una magnífica semblanza de Salvador Novo, comentada por Sergio González Rodríguez, seguida de otra semblanza de los Kumbia Kings y su lead man, A. B. (Se dice "Éibi") Quintanilla. Será que la tele es, de veras, universo ecuménico...