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Jorge
Moch
REFLEJOS
DEL ORIGEN |
A
Jorge Solórzano, porque esas son convicciones
La televisión mexicana
encarna una añeja promesa, incumplida o cumplida a medias, de difusión
cultural. Cúmulo de cosas que son pero no deberían ser, y
de cosas que debieron ser pero no fueron ni van a ser nunca para acabar
convertidas en "pavo real que se aburre de luz de la tarde". Perdón
por el barroquismo pero así de churrigueresca es la tele mexica,
dueña de un potencial inmenso como agente de enriquecimiento cultural
que, salvo raras excepciones, no ha sido debidamente activado. Baste un
vistazo al origen: unida al poder con el pegamento de las connivencias
irremediables, sin Partido Nacional Revolucionario, o sea, sin el pri,
la televisión mexicana probablemente seguiría en los niveles
técnicos de la del Congo. El Tata Cárdenas, viejo
zorro del aparato propagandístico, supo prever lo que señala
Carlos Monsiváis en Los rituales del caos: "Si un acto público
de cualquier índole quiere sobrevivir en esta época, deberá,
irremisiblemente, adoptar las características del control remoto."
Si consideramos al genial Guillermo González Camarena paradigma
primero de las nubosas sociedades entre los empleados del Estado y el empresariado
protogubernamental
en tiempos de Emilio Azcárraga Vidaurreta y Miguel Alemán
Valdez, y luego paradigma de los cerebros mexicanos en fuga como el papá
técnico de la televisión, deberemos decir que el abuelito
de la tele es un maestro suyo: Francisco Javier Stavoli, profesor de la
Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica
(esime) y del Instituto Técnico Industrial, encargado de la emisora
xefo del pnr. De acuerdo con los apuntes del Seminario Mexicano de Historia
de los Medios, dirigido por Miguel Ángel Sánchez de Armas
(polémico director de Radio y Televisión de Veracruz), a
Stavoli corresponde en realidad la primera transmisión televisiva
en México. Ésta consistió, comprobando que somos un
pueblo mandilón, en un still del rostro de su esposa, Amalia
Fonseca. Pero esos fueron, claro, pininos. Las primeras transmisiones oficiales
de la televisión mexicana fueron muestra de lo que sería
su ulterior contenido en términos generales. Se registra como fecha
oficial de la primera transmisión abierta el primero de septiembre
de 1950: iv informe de gobierno del presidente Alemán. En realidad,
las primeras transmisiones (las dirigió González Camarena,
cercano al poder a pesar de la leyenda del desterrado tecnológico)
corresponden a un día antes, el 31 de agosto de 1950, con un programa
"artístico musical" desde el Jockey Club del Hipódromo de
las Américas. Así, las primeras emisiones de la televisión
de nuestro país no tuvieron absolutamente nada que ver con la libre
transmisión del pensamiento, ni con la objetiva información
de sucesos importantes ni, desde luego, con el mundo de la ciencia o alguna
de las bellas artes. No. La cosa fue de propaganda y cirquito más
bien corrientón. Y por ahí se nos fue la industria toda,
ésa que hoy domina un buen tajo del pastel de las economías
empresariales de estas y otras tierras.
Hubo intentos para darle a la televisión
un honroso sitio como divulgadora cultural y aun llegó a ser una
suerte de mecenas para el arte con la creación del Centro Cultural
de Arte Contemporáneo de la Fundación Televisa. Pero no pudo
el arte contra la eficiencia neoliberal, y el museo cerró sus puertas.
Poco o nada han podido contra la barredora comercial que enderezan el escándalo,
el fútbol y la propaganda del gobierno en turno los esfuerzos de
algunos productores dentro de Televisa (en tv Azteca la cultura es un exotismo
remoto), y mucho menos emisoras como Canal 40, Canal 11 (del Instituto
Politécnico Nacional) o Canal 22, del Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes (de suyo contaminado con la baba empresarial que trasmina desde
arriba, muy arriba). Hay, desde luego, rayas excepcionales en la melcocha
telenovelesca y amarillista, pero no siempre se trata de programas que,
si bien dedican amplios espacios al discernimiento inteligente, se entregan
a la divulgación, y más importante, a la estimulación
de la alta cultura. Y lo poco que hay, está sitiado: francamente
todavía no sé bien qué sabor dejó en la boca
de este acetoso escribiente ver en programación inmediatamente consecutiva
una magnífica semblanza de Salvador Novo, comentada por Sergio González
Rodríguez, seguida de otra semblanza de los Kumbia Kings y su lead
man, A. B. (Se dice "Éibi") Quintanilla. Será que la
tele es, de veras, universo ecuménico...
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