Jornada Semanal, domingo 14  de marzo  de 2004            núm. 471

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR



LLUIS LLACH (IV Y ÚLTIMA)

Mencionar las uvas en este momento puede parecer una digresión, lo mismo decir que El Priorat, una de las mejores zonas vitivinícolas de Cataluña, junto con El Penedès, produce un mosto con buen contenido de azúcares, de no ser por el hecho de que Llach viva en Porrera desde los años noventa, a poco más de veinte montañosos kilómetros de Reus, en el sur de la provincia; que allí fundó una cooperativa llamada Cims de Porrera, dedicada a producir un vino llamado Vall Llach, con un deliberado rendimiento apenas superior a las treinta mil botellas anuales –y caras, pues él no ve ese caldo como un producto de consumo sino como un "vino objeto" para ser paladeado, obsequiado–; y que desde 1977 se había ocupado de las uvas en su canción "Vinyes verdes vora al mar" ("Viñas verdes sobre el mar"). En esa población de trescientos cincuenta habitantes, el abstemio Llach desarrolla una pequeña utopía en un lugar republicano y socialista, de lo cual da cuenta en el álbum Porrera –Món (Porrera– Mundo, 1995), que prosigue la línea de otros discos suyos, de largo aliento y dedicados a un desarrollo unitario, como Viatge a Itaca (1975), Campanades a morts, Verges 50, Astres (Astros, 1986), Un pont de mar blava (Un puente de mar azul, 1993) y Temps de revoltes (Tiempos de turbulencia, 2000). También, desde los noventa, decidió mancomunar su trabajo escritural con el poeta Miquel Martí i Pol.

Después de los setenta fue notable el cambio de periodicidad en la aparición de los discos de Llach grabados en concierto, pues ha tendido a reducirse; después de tres, en los setenta –Ara i aquí (1970), Lluís Llach a l’Olympia (1973) y Barcelona, gener de 1976 (1976)–, ha grabado otros tres en las dos siguientes décadas: Camp del Barça, 6 de juliol de 1985 (1985), Ara, 25 anys en directe (1992) y Nu (Desnudo, 1997). En cambio, su voracidad musical no ha menguado, pues sigue aprovechándose de cuantos recursos pueda para incorporarlos a su música, como en Un pont de mar blava, donde las cantantes Amina Alaoui y Nena Venetsanou interpretan en árabe y griego, respectivamente, "Tanta llum de mar" ("Tanta luz de mar") y "Lentament comença el cant" ("Lentamente comienza el canto"). Antes, en Maremar, ya había recurrido a la colaboración de Maria del Mar Bonet y Marina Rosell para la canción "Cant de l’enyor" ("Canto de añoranza"), como más tarde lo haría en Temps de revoltes, donde trabajó con el contratenor Xavier Torra y la cantante cubana Lucrecia para interpretar la cantata "Germanies" ("Hermandades").

Como ya se había anticipado desde sus primeras obras, Llach ha seguido desarrollando el tema político con imaginación musical y desarrollos melódicos más bien alejados de la gritonería panfletaria, usual en las canciones "comprometidas". Al contrario, muchas de sus obras recientes parecen bordar los tonos de amor, la intimidad o la delicadeza, como en "Amor que mets amic" ("Amor que me eres amigo"), dedicada a Salvador Allende; o en las que ha comentado, sin preocuparse por la corrección política, los asuntos de Medio Oriente: "Infant de Beirut", "Palestina"; o esa desastrosa guerra finisecular en la ex Yugoslavia, que sólo produjo perdedores: "Núvols" ("Nubes"), "Els trens de Kosovo" y "Un hymne per no guanyar" ("Un himno para no ganar").

En otros discos recientes, como Torna aviat (Regresa pronto, 1991), Rar (Raro, 1994), 9 (1998) y Jocs (Juegos, 2002), Llach ha experimentado con instrumentos acústicos y reverberaciones pop, sin dejar de lado sus fuentes más personales, lo cual redunda en la visita de nuevos caminos nada desdeñables, incluida la reelaboración de algunas obras más antiguas, como en Rar, donde ofrece nuevas versiones de "A l’estació" y "Campanades a morts", o en Jocs, donde retoma "Ara mateix" ("Ahora mismo"), aparecido originalmente en I amb el somriure, la revolta (Y con la sonrisa, la revolución, 1982), costumbre que, por cierto, siempre lo ha acompañado, pues ya en Geografía había propuesto una nueva versión de la lejana "Com un arbre nu", más desnuda y sostenida casi sólo en la voz y un saxofón.

En tiempos de agotamiento de la imaginación musical en los géneros vernáculos, cuando la falta de voces y la proliferación de textos paupérrimos en la canción contemporánea son la nota cotidiana, es revivificante encontrarse con la voz y la obra de autores como Lluís Llach, uno de los descendientes actuales del Lied, ese género perfeccionado y modernizado por Schubert en el siglo XIX.