Jornada Semanal, domingo 14 de marzo de 2004        núm. 471
Placeres permitidos
EVODIO ESCALANTE
 
JORGE CUESTA Y LAS MARAVILLAS
DE LA ESCANSIÓN

Me divierte que un psicoanalista lacaniano que en el apellido lleva la penitencia, Jesús R. Martínez Malo, quiera hacerse pasar, es cierto que solapado por el Fondo de Cultura Económica, como el gran experto en la vida y en la obra de Jorge Cuesta. Son más que evidentes sus méritos en campaña. Lo único que hasta ahora se le conocía era una dizque averiguata psicoanalítica tejida en torno al suicidio de Cuesta muy eruditamente titulada "El deseo no está en los huevos", de cuya finura intelectual Lacan se sentiría sin duda más que satisfecho. Con el apoyo de los herederos de Cuesta, y con la venia de quienes le ayudan en la sintaxis, Martínez Malo se ha dado a la tarea de publicar las Obras reunidas de Cuesta, en una ostentosa edición sólo superada por el bombo autocelebratorio con que el recopilador pondera sus logros, y los de quienes lo acompañan en tan magnífica empresa. Se trata, como machacona y acríticamente repite, de "la edición más completa, corregida y cuidada" (sic) que haya habido jamás de la obra de Cuesta. ¿Será verdad tanta belleza? En estas páginas me atreví hace unas semanas a poner en duda el cuidado y el criterio de esta edición, plagada de erratas. Como respuesta he obtenido nuevas razones para fundamentar el optimismo que me caracteriza. Le reproché a Martínez Malo que ignorara en su nota de presentación la decisiva aportación de Inés Arredondo, cuyo Acercamiento a Jorge Cuesta, publicado un año antes que el libro de Louis Panabière, es el detonador de una serie de trabajos académicos al respecto. Su respuesta es de antología: "El Acercamiento... de Inés, aunque primero en tiempo, no es un estudio de la vida ni de la obra del cordobés." (La Jornada Semanal, núm. 469, 29/02/2004) Vuelvo a leer, y no lo creo. ¿Debo concluir entonces que el libro de Arredondo versa sobre las pirámides de Egipto?

Le reproché no sólo el descuido editorial, sino la ausencia de un criterio filológico aceptable. Martínez Malo reproduce y da por buena, por ejemplo, la edición que publicara en 1942 la revista Letras de México de lo que es sin duda la obra maestra de Cuesta, su Canto a un dios mineral. Tratándose de una edición póstuma, ésta no pudo estar naturalmente bajo el cuidado o la supervisión del autor, y se presume que contiene algunas alteraciones (que, lo digo como una hipótesis, dejaría pasar Alí Chumacero, corrector de la revista). La nueva edición del fce tiene la gloria de repetir las dolorosas erratas de esta antigua edición, y se da el lujo de agregar una más de su propia cosecha. ¿Es esta la edición más cuidada? ¿La más corregida hasta ahora? A Martínez Malo le hablan de los Evangelios y él responde que nunca ha leído a Charcot. Yo le digo que lo anterior significa ignorar el paciente trabajo de esclarecimiento y restitución que durante las últimas décadas ha ocupado a distinguidos estudiosos de Cuesta, entre ellos, cito a los más sobresalientes, Nigel Grant Sylvester y Alberto Pérez-Amador Adam (Remito a los libros Vida y obra de Jorge Cuesta, del primero, y La sumisión a lo imaginario. Nueva edición, estudio y comento de Canto a un dios mineral de Jorge Cuesta, del segundo). El inculpado lacaniano finge demencia y "adivina", de seguro con ayuda de sus antenas psicoanalíticas, mis pensamientos, en este caso nada tenebrosos: supone que le perdono tímidamente (¡?) a Chumacero las erratas que habría dejado pasar en 1942. Por un procedimiento reflejo de su imaginario, esto lo autorizaría a suponer que debo (y que debemos los lectores de Cuesta) perdonarle a él, Martínez Malo, sus aumentadas erratas de 2003. ¿No es esto un ejemplo cumbre de la mala conciencia?

Ignoro a ciencia cierta si Chumacero tiene una vela en este entierro. En dado caso, no soy la figura del Redentor para perdonarle sus pecados a nadie, mucho menos a quienes han destrozado por omisión o por comisión la obra más importante de Cuesta. Soy, por si no se ha enterado el doctor, un crítico literario, ajeno por cierto a las capillitas en las que él quiere ser admitido. Borges decía en algún lugar que no hay nada peor que unas obras demasiado completas. Que tome nota el psicoanalista. Y que no finja demencia. Que no me invente historias, que no pretenda endilgarme las desbocadas fantasías que pasan por su cerebro. Como la que cito a continuación, útil para detectar el lugar en que imagina moverse (y, de paso, para eternizar su sintaxis). Escribe Martínez Malo, refiriéndose a mi persona: "Lo que me sorprende es que ni note ni señale esto mismo: que en la nueva edición de la obra de Cuesta [es decir, la que le ha publicado el fce] los académicos brillan por su ausencia." Me pregunto, ¿por qué esta obsesión con los académicos?

Permítame decirle, Dr. Martínez Malo, que me sorprende que usted se sorprenda, y hasta me pregunto si conoce el terreno que está pisando. En primer lugar, porque lo veo a usted muy bien acompañado de respetables académicos. En las solapas del primer tomo de las Obras reunidas de Cuesta, autorizadas por usted, se indica a propósito de Francisco Segovia, autor del "Prólogo" que califiqué de ditirámbico: "Actualmente es investigador en El Colegio de México..." Revise usted el libro que acaba de publicar. ¿Ser investigador en una de las Altas Academias del Imperio... no convierte a Segovia en un académico? ¿Y qué me puede decir de los prologuistas de los tomos que están por salir, Adolfo Castañón y Christopher Domínguez? Castañón, como se sabe, acaba de ingresar a la flamante Academia Mexicana de la Lengua. Es pues un "totol" académico por derecho propio, ignoro si de los más respetables. En el caso de Domínguez, todo mundo sabe que su sueño es ocupar en las letras mexicanas el sitio de otro académico de la lengua, José Luis Martínez, con quien ya una vez colaboró en una penosa historia de la literatura mexicana que rendía pleitesía servil a la figura de Paz y sus intereses de grupo. El lugar exterior a la academia en el que usted se ubica es pues puramente imaginario, y no corresponde a la realidad. En segundo lugar, y esto es definitivo, porque las presuntas calificaciones extra-académicas de su trabajo me incumben muy poco. Lo diré en una sola palabra: lo único que brilla por su ausencia en su edición de Cuesta es la inteligencia.

Inteligencia, sí, respeto por los textos, consciencia de lo que es el trabajo crítico. Al quedarse en lo que respecta a cierto texto en 1942, como si el tiempo se hubiera detenido, su edición es por lo menos anacrónica e ineficiente. ¿Será usted capaz de hacerse una autocrítica? Permítame dudarlo. Me alegra descubrir, empero, que como psicoanalista usted ha enriquecido a la crítica literaria de nuestro país con una aplicación tan perspicaz como inusitada de la famosa escansión de Lacan. A propósito de los libros publicados acerca de Cuesta, usted escande en 1983, con lo que deja fuera la aportación de Arredondo, aparecida en 1982. (Además, como usted refuerza, ¡ella habla de otra cosa! Lo anterior me recuerda un aforismo de Edmundo O’Gorman, que de seguro usted podría suscribir: "Las mujeres no piensan, y cuando piensan, piensan en otra cosa." Sin comentarios.) En lo que respecta al Canto a un dios mineral, usted escande en 1942... Con lo que aquello que distintos investigadores de diversos países, todos ellos de la academia, lo siento, han aportado durante las décadas recientes encaminado a la depuración del texto cuestiano, es lastimosamente echado por la borda. Por último, usted escande contra la academia, como si se tratara de un virus, sin darse cuenta que lo transpira hasta por los codos...

Una última precisión de tipo personal. Usted me reprocha que no sea yo el editor de las obras de Cuesta. Es decir: me reprocha que no le haya hecho yo su tarea. Valiente cosa. ¿Me reprochará también que no le corrija su (falta de) sintaxis? Agregaré para su consolación que no soy un recién llegado al asunto de Jorge Cuesta. Publiqué hace ya más de diez años, en la revista Topodrilo que animaba Antulio Sánchez en la uam-Iztapalapa (esto por supuesto usted en su calidad de psicoanalista no está obligado a saberlo) un artículo que titulé, entre interrogaciones, "¿Hacia una nueva lectura del Canto a un dios mineral de Jorge Cuesta?" (Núm. 4, invierno de 1988). Algo más. El año pasado, a invitación de Anthony Stanton, presenté en un coloquio en honor de Villaurrutia y Cuesta organizado por el siempre académico Colegio de México una detallada ponencia en la que propongo una interpretación del archicitado poema de Cuesta, y en la que intento contribuir al esclarecimiento y fijación de algunas de sus estrofas más problemáticas. Espero para su ilustración que muy pronto aparezca el volumen con las ponencias presentadas en este coloquio, y anhelo ferviente ya desde ahora las maravillas de su escansión.