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México D.F. Viernes 12 de marzo de 2004

Margo Glantz

Consolidar derechos de la mujer

Basta con abrir los periódicos, ver y escuchar la televisión, ir al cine, oír las conversaciones en la calle o los diálogos entre amigos o, más simplemente, revisar las experiencias de la vida cotidiana para verificar que los muy publicitados derechos de la mujer -recién celebrados internacionalmente el 8 de marzo- distan aún mucho para consolidarse.

Un juicio contra la violencia de género se desarrollará en Barcelona el próximo julio en el Foro Mundial de las Mujeres. Mireia Belil, su organizadora, explica lo que todos sabemos, pero pasamos por alto: ''Las mujeres constituyen 51 por ciento de la población de la Tierra, realizan dos tercios del trabajo, obtienen 10 por ciento de los ingresos totales, son propietarias únicamente de 1 por ciento de los bienes y representan más de la mitad de las mujeres analfabetas en el mundo".

Irene Khan, secretaria general de Amnistía Internacional, inicia una campaña mundial contra la violencia de género: ''Se trata de una severa enfermedad, corroe a todas las sociedades y constituye un escándalo intolerable. Una mujer de cada tres sufre violencias graves por violación, agresión sexual o ataques. Es un mal extendido a lo ancho de todo el planeta que no conoce fronteras ni entre el Norte y el Sur, negros y blancos o ricos y pobres. Un terror disfrazado del que nadie quiere hablar. Las sociedades ignoran ese mal, los gobiernos cierran los ojos y las mismas mujeres guardan silencio cuando son víctimas, porque se las estigmatiza cuando lo denuncian y lejos de remediarla suelen agravar su situación".

Otros datos más nos alertan sobre este estado de cosas en países subdesarrollados y desarrollados. En Pakistán 42 por ciento de las mujeres aceptan la violencia como si fuera parte de su destino, 32 por ciento se consideran totalmente incapaces de resistir, 18 por ciento protestan y sólo 4 por ciento se rebela. En Túnez las mujeres que intentan trabajar, no usar el velo y estudiar, son anatemizadas como prostitutas, algunas encerradas en prisiones estatales y torturadas; conocemos bien la violencia sufrida por las mujeres de los antiguos territorios yugoslavos; cotidianamente nos llegan noticias parciales acerca de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez; las mínimas libertades concedidas a las mujeres en la recién firmada constitución de Irak son consideradas como un ejemplo para el mundo islámico, donde a las afganas se les ha impuesto la suerte más terrible. El caos que reina en Gaza y Cisjordania ha hecho que Arafat restablezca la pena de muerte en esos territorios: uno de los móviles para decretarlo ha sido entre otras cosas el secuestro, la violación y el asesinato de una jovencita beduina en un campo de refugiados a manos de cuatro taxistas de la franja de Gaza. En Estados Unidos una mujer es golpeada cada 15 segundos, casi siempre por sus compañeros sentimentales; en España los periódicos denuncian diariamente la saña con que muchas mujeres son asesinadas por sus parejas. Ya sea en la alcoba o en los campos de batalla las mujeres están expuestas a peligros: en el Congo los soldados aterrorizan a la población y hay un promedio de 40 violaciones diarias. ƑY cómo no agregar a este larguísimo (y con todo insuficiente) recuento las mutilaciones rituales a las que se somete a muchas mujeres africanas?

En este contexto es particularmente pertinente hablar del proceso público iniciado el 1Ŷ de marzo en contra del asesino y violador Marc Dutroux en la pequeña ciudad de Arlon, en Bélgica, muestra muy elocuente del frágil estatuto que en la sociedad actual tienen las mujeres. Marc Dutroux se especializaba en secuestrar, torturar, violar y matar niñas y jovencitas, ayudado por un grupo de cómplices entre los que se cuenta su mujer, Michelle Martin; Michel Lelièvre, un drogadicto; Michel Nihoul, estafador dedicado además a la prostitución, y Bernard Weinstein, asesinado por el propio Dutroux. Un siquiatra francés lo ha descrito ''como un personaje hermético que no manifiesta respeto, reconocimiento, ni obediencia hacia nadie; insensible además a su propio dolor y al de los otros, es un mordaz libertino que se burla y se evade de todas las normas sociales, familiares o morales".

Dutroux ha sido supuestamente pro-veedor de víctimas para una red de pederastas y de prostitución, pero lo que más ha indignado a la sociedad belga, es su probable complicidad con las autoridades que han ostentado una enorme pasividad para resolver -o siquiera investigar- los crímenes.

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