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México D.F. Viernes 12 de marzo de 2004

Horacio Labastida

Política, honestidad y corrupción

Cuando la elite del dinero purgó a la elite de sangre azul y puso en marcha el sistema capitalista desde las postrimerías del siglo XVIII, abrió puertas anchas a la actual globalización mercantil y cultural y al condenable propósito de convertirla no en camino de liberación y sí en un instrumento opresivo, totalitario y expoliador de la inmensa mayoría de los países. El supercapitalismo que hoy sobre todo se cobija en el Tío Sam, busca imponer su dominio universal a partir de los aún sospechosos acontecimientos del 11/09/2001. El bombardeo de las Torres Gemelas y el Pentágono fueron los hechos que explotaría la alta burocracia washingtoniana para declarar la guerra preventiva contra la disensión, calificarla de terrorista, burlar a Naciones Unidas, arrasar Afganistán e Irak, procurarse la riqueza petrolera del Medio Oriente y repartir entre sus empresas enormes ganancias con los contratos de la llamada reconstrucción de lo que pulverizó la ocupación bélica.

Si ahora miramos en profundidad esos acontecimientos develaremos que sus causas esenciales se corresponden con la cara innoble del capitalismo cultivado en los huertos de la revolución de independencia de los actuales Estados Unidos de Norteamérica y la Revolución Francesa en el largo periodo comprendido de 1776 a 1848, cuando el estallido de las revueltas de esta época permitió la expansión general del capitalismo en Europa y los proyectos de colonialidad que culminaron en India, convertida en perla de la corona de la reina Victoria (1837-1901).

ƑCuáles son en verdad las causas íntimas que mueven al capitalismo? Maurice Dobb nos lo recuerda en sus Estudios sobre el desarrollo del capitalismo (Siglo XXI, España, 1984, p. 21), al anotar puntos de vista de intelectuales. Earl Hamilton caracteriza al capitalismo como un sistema en el que la riqueza tiene por objeto generar utilidades a su propietario. Pirenne lo concibe como el empleo lucrativo del dinero. El profesor Nussbaum lo define como una actividad económica que busca el logro de ganancias ilimitadas, dividiendo a la población en propietarios y trabajadores desposeídos. Para Marx lo fundamental no es el puro lucro obtenido con el trasiego de dinero; lo principal es, afirma, emplear el capital para extraer plusvalía a la fuerza de trabajo en el proceso de producción. Estas ideas que Dobb nos trae a la memoria muestran que la esencia del capitalismo es la de maximizar ganancias y minimizar costos, sin importar desde luego la ética protestante que impresionó a Max Weber ni la miseria que genera en las masas. Y esto es lo que sucedió y ha sucedido en las distintas etapas de la evolución capitalista en la era competitiva y en la actual globalización monopolizada por un poder político que sólo dispone para afirmarse del aplastamiento militar; hablamos, por supuesto, del gobierno de quienes habitan en la Casa Blanca.

La consecuencia es obvia porque la experiencia acredita una y otra vez que el poder político se sujeta al poder económico en el sentido de que el primero opera en nombre del segundo para garantizar la reproducción sin fin de las ganancias que aseguran la existencia misma del capitalismo. Sin ganancias desaparecería el sistema capitalista fundado en la propiedad privada, ya que sin propiedad privada no tiene sentido la apropiación individual de las ganancias, cuyo ambiente identifica la moral con la utilidad, de manera que el bien se contempla transustanciado por la ganancia y convertido así en un deber hacer que incluye la corrupción por ser ésta una amplia fuente de utilidades. Por tanto, corrupción y honestidad emergen como términos de una contradicción dialéctica que supone, al ser negada la corrupción por la honestidad, una negación radical del capitalismo y su lógica de las ganancias, apareciendo de este modo la honestidad como un máximo peligro para el florecimiento capitalista, que los empresarios y sus gobiernos tendrán que aniquilar de cualquier forma en la conciencia humana. Nada menos que esta cuestión de indudable trascendencia es la que acentúa Susan Rose-Ackerman en su Corruption and government (Cambridge University Press, USA, 1999). Escribe la profesora de la Universidad de Yale que uno de los tipos de corrupción es el practicado por "funcionarios de alto nivel frecuentemente implicados con corporaciones multinacionales o grandes negocios domésticos".

Recojamos nuestras reflexiones y ayudémonos con ellas a entender por qué Andrés Manuel López Obrador, que ha puesto en práctica los valores de la honestidad en el Gobierno del Distrito Federal, se ha visto traicionado por colaboradores cercanos y agredido por fuerzas vinculadas al poder y al statu quo de la ganancia. Aclarando esto en nuestra inteligencia estaremos defendiendo la pureza moral de México.

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