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México D.F. Viernes 12 de marzo de 2004

Gilberto López y Rivas

La brújula

La realidad siempre será más rica en las complejidades de los seres humanos que cualquier escenario imaginado. Es impactante, e incluso amargo y desalentador, que en el interior de la clase política que se autodefine de izquierda se lleven a cabo actos de corrupción similares a los que durante más de 70 años caracterizaron al partido de Estado en las esferas del poder público y la representación popular.

Cuando en julio del año pasado renuncié al PRD, aducía que el partido se había alejado cada vez más de los principios éticos y la plataforma programática que le dieron origen; destacaba, también, "la actividad disolvente y pragmática de grupos de interés clientelares y corporativos en el interior del PRD, erróneamente definidos como corrientes. Lamentablemente, lejos de seguir el difícil camino de su reconstitución y reforma internas a través de la autocrítica y la renovación del compromiso social y nacional, el partido siguió la rutina del gatopardismo (cambiar para que todo siga igual), mientras militantes connotados dieron pie con sus gravísimos errores para que resultara exitosa la provocación de quien pasó por "empresario progresista". Es un hecho que el pragmatismo siempre lleva al olvido de los principios y a la consecución de objetivos sin importar los medios. También era obvio, desde hace más de tres años, que el empresario en cuestión buscaba afanosamente extender la red de contratos de obras y negocios a través de sus amistades en el PRD y el gobierno de la ciudad, distinguiéndose por métodos más que cuestionables, como se pudo constatar cuando el gobierno de Tlalpan, que yo encabezaba, lo enfrentó política y judicialmente, en el caso de Topilejo, y lo caracterizó públicamente como "neocacique".

El problema es que la aceptación de fondos no reportados a las instancias electorales, de orígenes dudosos y destinos no comprobables, de los que cada quien debe hacerse responsable, permiten el ataque más demoledor de la derecha contra el PRD y la izquierda en su conjunto, y contra Andrés Manuel López Obrador y su gobierno, en particular. Aceptar que hubo errores de manera franca y autocrítica es el primer requisito de toda reflexión realmente honesta, ya que era de esperarse el clima de linchamiento y belicosidad de quienes desde el Estado aprovechan la coyuntura para destilar su odio a los gobiernos y los proyectos de izquierda y en defensa de sus intereses.

Lo más grave es que quienes incurrieron en estas conductas en el PRD y en el gobierno de la ciudad facilitan el encubrimiento de la corrupción estructural que se practica desde el poder del Estado, la llamada por Pablo González Casanova "corrupción legalizada... que acaba con los proyectos nacional y social". Esta corrupción que a la vista de todos despoja al pueblo mexicano de sus conquistas sociales y recursos estratégicos.

Por otra parte, el escándalo como arma política daña no sólo a quien lo sufre, sino también a quien lo provoca y orquesta. Sobre todo cuando el propio Presidente de la República es cómplice de las violaciones de "los Amigos de Fox" a la ley; no ha ido a fondo en el desmantelamiento del régimen de partido de Estado, aliándose a las dirigencias criminales del sindicalismo; ha dejado que continúe la discrecionalidad en el interior del Ejército, que sin escrutinio público y parlamentario constituye una fortaleza de corrupción, autoritarismo y componendas en sus altas esferas; ha favorecido a los mandos superiores de la casta burocrática, mientras los despidos y ajustes los sufren los trabajadores y empleados de los rangos inferiores de la jerarquía laboral. šCon qué autoridad moral y política sermonea Vicente Fox sobre corrupción, cuando debiera empezar por dar entrada legal a las imputaciones sobre su campaña electoral y la utilización y desvío de recursos públicos de su propia esposa y de la fundación Vamos México!

Resulta sumamente peligrosa la estrategia del Estado de utilizar sus agencias de inteligencia, así como las complicidades de los medios de comunicación, para difuminar los cargos contra Vamos México y las criticas al desempeño presidencial, magnificando, dosificando y administrando la campaña contra la corrupción de algunos funcionarios del Gobierno del Distrito Federal y contra los militantes del PRD que extraviaron el rumbo en los vericuetos de la política. Tarde o temprano este bumerán del escándalo mediático, como guerra sucia de la política, volverá al punto de partida y podría darse, desgraciadamente, un ambiente muy similar al de los crímenes de Estado de 1994.

A pesar de la indignación fundada por lo que ocurre y por encima de los fiascos coyunturales, el proyecto de la izquierda social y libertaria debe prevalecer. Lo importante -como señala González Casanova- es "construir las fuerzas necesarias para luchar por una verdadera democracia, por una verdadera liberación y por un verdadero socialismo." No perdamos la brújula.

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