Jornada Semanal,  domingo 7 de marzo de 2004           núm. 470

JAVIER SICILIA

MITO Y MISTERIO

En una época como la nuestra, que los filósofos han ll amado postmoderna, en donde todo se mezcla y se confunde, es decir, en una época en la que los significados y los sentidos vacilan y se vuelven imprecisos, la nostalgia y la búsqueda de un mundo espiritual sufre de lo mismo. La gran tradición de la mística, preservada a través de la teología negativa y de sus grandes místicos, a fuerza de mezclas espurias ha dado esa cosa que ya estaba en nuestras revueltas contra la modernidad y que ahora llamamos New Age: una especie de espiritualidad de supermercado en donde del gran almacén de las religiones o de las tradiciones religiosas o ideológicas se toma lo que se gusta para conformar una espiritualidad a la medida no del alma, sino del deseo y de las necesidades psíquicas.

No podemos decir, sin embrago, que toda espiritualidad New Age sea una espiritualidad de supermercado. Hay dentro de esa corriente hombres de una profunda y penetrante mirada que no hay que desdeñar. Lo que quiero decir es que entre el misterio –hijo de la tradición y la experiencia mística– y el mito –hijo, en este caso, de las experiencias New Age y pseudomísticas–, hay cuestiones que debemos discernir para intentar establecer ciertos sentidos que nuestra época opaca.

Aunque el misterio y el mito engendran experiencias semejantes, porque ambas nos permiten salir de lo definible, no son lo mismo. Sólo quien renace verdaderamente en el espíritu sabe discernir el contenido de esas experiencias. Para los no iniciados, en cambio, una y otra sólo son discernibles por los frutos. San Ignacio resumió esta sabiduría, que el propio Cristo expuso en su lapidaria frase: "Por sus frutos los conocerán", cuando decía que sólo por sus frutos y no por la simple vista hay manera de distinguir al ángel de la luz del ángel de las tinieblas, que simula la luz.

En realidad, el mito siempre engendra una pseudomística de vaguedad equívoca y entusiasmo cuyo rostro a veces adquiere la forma del fanatismo y sus diversas expresiones (el ¡Viva!, el ¡Heil!, la experiencia oceánica que nos aísla en nuestra propio narcisismo o en sectas...). El misterio, en cambio, produce la sobria ebrietas que sostiene la espera en la noche, en la oscuridad, en el desierto y la nada.

Mientras "el mito –señala Iván Illich- plasma al individuo en una trama dramática [siempre individualizante o colectivista], el misterio reta al individuo a luchar por la personalización progresiva para ponerse en confrontación con el otro, que siempre permanece trascendente y, por lo tanto, misterioso".

Aunque la pseudomística, es decir, la "mística" producida por el encanto del mito de lo extraordinario, de drogas o de diversas técnicas, es ciertamente una experiencia de trascendencia, conduce, sin embargo, a la despersonalización por la inserción en el tejido telúrico de un papel predeterminado y, en consecuencias, despersonalizante o, en otras palabras, en la inserción en imágenes psíquicas extraordinarias, en coros de devotos de santones del cielo o, incluso, de ideas científicas –el insondable misterio de la vida, por ejemplo, dicen ahora los grandes obispos de la ciencia, empieza cuando el óvulo fecundado se fija en el útero.

Por el contrario, la experiencia mística, que es apertura a la Gracia, es, en la medida en que el ser humano se confronta con el totalmente Otro, una confrontación con nuestros propios límites y, en consecuencia, una experiencia de trascendencia que conduce a la inserción no en una abstracción, sino en la concretud y en la densidad de la realidad que, en sus límites, está impregnada de misterio. Por ello, los frutos del místico son personales, libres, vitales y creadores; son los frutos de un amor que se desborda. "La tradición cristiana –dice Illich– desarrolló un único criterio para la ‘autentificación’ de esa experiencia: el amor sencillo, humilde, heroico" y concreto cuyo rostro se define con la hermosa palabra castidad, palabra que nada tiene que ver con la abstinencia, sino "con la incomparabilidad de dos amores [...] la santidad o la personalización, y la disponibilidad y accesibilidad para con los pobres" y nuestros prójimos o, en otras palabras, para con la densidad concreta de la vida que debemos acoger, cuidar y hacer florecer.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y levantar las acusaciones a los miembros del Frente Cívico Pro Defensa del Casino de la Selva.