No todas quieren ser madres

Luces y sombras de la maternidad

 La resignación no es un proyecto saludable

Compartir la experiencia maternal permite crear vínculos más saludables entre la madre y sus hijos

Mabel Burin*

En nuestra sociedad es frecuente la creencia de que la maternidad constituye uno de las máximas vivencias de satisfacción a las que puede acceder una mujer. Es más, sigue vigente la noción de que gracias a la maternidad las mujeres adquieren la plenitud de su femineidad. Sin embargo, la experiencia nos indica que, aunque estos discursos se siguen enunciando, en la práctica no todas las mujeres se sienten de ese modo. Son muchas las que, con distintas edades y niveles económico-sociales dan cuenta de un malestar innombrable : la frustración que sienten frente a la maternidad.

Aquellas mujeres que han tenido otras experiencias gratificantes previas al nacimiento de sus hijos, como por ejemplo viajar o tener independencia de movimientos para trabajar, se sienten frustradas debido a que, para atender las necesidades de sus niños pequeños – siempre prioritarias -, deben postergar sus propias necesidades a menudo hasta límites difíciles de soportar.

También nos encontramos con aquellas mujeres que, habiendo dedicado toda su ilusión a la crianza de sus hijos, cuando ellos son más grandes y se alejan de la intimidad familiar y doméstica padecen el así llamado “síndrome del nido vacío”, con sus rasgos típicos de tristeza, sentimientos de vacío, hostilidad reprimida, etc.

Otro grupo es aquel formado por mujeres que han sostenido un trabajo con ritmo y continuidad durante los años de crianza de sus hijos, pero que en las actuales condiciones de crisis laboral en nuestro país, se ven desempleadas y sin posibilidades de volver a insertarse en el mercado de trabajo. Para ellas, el vínculo con los hijos se vuelve tenso, difícil de sostener. Se sienten “asfixiadas”, sin el consiguiente “aire” que ofrecía anteriormente salir a trabajar, y la maternidad, o la vida doméstica les resulta insuficiente para satisfacer sus necesidades de contacto social, intercambio con otras personas adultas, proyectos para el futuro, y retribución económica. En su mayoría, perciben que están realizando un trabajo arduo, duro, cansador, para el cual no hay retribución alguna, más que una sonrisa de reconocimiento afectivo... cuando todo anda bien y es una madre que logra satisfacer las demandas de sus niños.

Bajo estas circunstancias, es clásico el conflicto de ambivalencia , que se expresa como sentimientos de culpa, bajo la forma de autorreproches y a veces hasta de autocastigos por tener pensamientos y conductas hostiles hacia los propios hijos. La decepción que resulta del balance entre la maternidad ideal y las posibilidades reales de llevarla a cabo es uno de los sentimientos más frecuentes que suele surgir en estos casos.

En las últimas décadas el rol maternal ha cambiado notablemente, en parte como resultado de las necesidades socio-económicas apremiantes que han llevado a gran cantidad de mujeres a involucrarse activamente en el mercado de trabajo, lo cual las hizo distanciarse mucho más de lo que anteriormente constituía una maternidad ideal. También ha cambiado por efecto de la existencia de representaciones sociales más amplias acerca del lugar y papel de las mujeres en la sociedad, y esto ha impactado de manera sustancial sobre la construcción de la subjetividad femenina, al proponerle imágenes y posibilidades de realización como mujeres más allá de la esfera maternal y doméstica. Sin embargo, todavía persisten antiguos mandatos culturales, fuertemente arraigados, que insisten en que desear un hijo es parte constitutiva de la identidad femenina, y esto también tiene un fuerte impacto sobre aquellas mujeres que, habiéndose dedicado principalmente a estudiar y a desarrollar una carrera laboral significativa y exitosa, al llegar a la mediana edad se preguntan por el destino incierto de su femineidad si no han tenido hijos. También para ellas el conflicto de ambivalencia, con su secuela característica, el sentimiento de culpa, suele acompañar este período de sus vidas.

Cada vez más, afortunadamente, las mujeres se plantean interrogantes acerca de estos conflictos ante la maternidad, y buscan respuestas variadas, en contextos también variados, entre amigas, familiares, y también en contextos terapéuticos. No se conforman con los clásicos discursos que proponían la resignación y la postergación de sus necesidades subjetivas ante estos conflictos: para ellas, la resignación no es un proyecto saludable, porque sienten que queda afectada su salud mental, propensas a padecer estados depresivos, cuadros de ansiedad, y otros estados anímicos que le promueven malestar. Además, perciben que en tanto la maternidad es una experiencia singular y a menudo única, sin embargo también puede ser una experiencia compartida, con sus pares, con la familia, con sus maridos, aún cuando estas opciones no estén siempre disponibles. El ejercicio de la maternidad realizada en forma exclusiva y excluyente produce vínculos materno-filiales enfermizos, que las madres suelen expresar con términos como “me siento atrapada”, y otros tales como “es asfixiante, inmovilizante”. Por el contrario, compartir la crianza con el padre, otros familiares o amistades, e incluso con instituciones como los jardines maternales, permite la creación de vínculos más saludables entre la madre y sus hijos, debido a que la hostilidad resultante de la frustración por un vínculo tan único y dependiente puede quedar neutralizada y puesta en perspectiva con la ampliación hacia otros vínculos significativos. A veces hasta ocurren fantasías de ejercicio de violencia sobre los niños, y esto promueve un hondo malestar en las madres, que al mismo tiempo aman profundamente a sus hijos. Poder compartir su experiencia maternal y el malestar derivado de ella dentro de grupos más amplios, como grupos de reflexión, grupos de autoayuda, grupos terapéuticos y otros espacios que posibiliten a estas mujeres desplegar y analizar sus experiencias e inquietudes en torno a la maternidad contribuirá a que las mujeres-madres no se sientan tan solas ante sus dudas, contradicciones y deseos ambivalentes.

A menudo ocurre que se resiente el vínculo de la pareja matrimonial cuando las mujeres, en el ejercicio de la maternidad, se encuentran con que su dedicación a los hijos es exclusiva y excluyente. Uno de los motivos por lo que esto sucede es porque todavía existen prejuicios acerca de que la crianza de los niños, especialmente mientras son pequeños, debe estar a cargo principalmente de la madre, y sólo bajo circunstancias excepcionales podría estar a cargo del padre. Esto trae aparejado que las madres se sientan con una sobrecarga emocional, física y de responsabilidad social por la salud y bienestar de los hijos, en tanto que el padre sólo tendrá responsabilidad sobre el bienestar económico de la familia. La estricta división de roles de género, en que las mujeres deben ser las principales proveedoras de vínculos afectivos, y de mantener el equilibrio y la armonía emocional de la familia, mientras que los padres deben ser los principales proveedores económicos, es fuente de malestar psíquico y de trastornos en los vínculos de la pareja. Por el contrario, la flexibilidad en el desempeño de los roles familiares y laborales, fuera de lo que se clasifique como estereotipadamente femenino o masculino, puede enriquecer los vínculos familiares y ampliar las bases de la subjetividad femenina y masculina.

Porque, en definitiva, de eso se trata: no de que las mujeres no deseen y amen a sus hijos debido a la frustración y a su malestar, sino que las familias cambien, y que la experiencia maternal , paternal y conyugal contribuya a lograr una sociedad un poco más justa y más equitativa para todos.

*Doctora en Psicología, directora del Programa de Género y Subjetividad, Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), Buenos Aires.