Jornada Semanal,  domingo 29 de febrero  del 2004             núm. 469
LA MUERTE Y LOS IMPUESTOS

Así como nosotros decimos que "lo único que seguro llega es la muerte", los norteamericanos, siempre más pragmáticos y materialistas, declaran que "lo único seguro son la muerte y los impuestos". Estoy de acuerdo con ellos. El ímpetu cobrador de Francisco Gil Díaz me recuerda a los recaudadores medievales, ésos que cobraban impuestos por hornear el pan en el horno del señor o del rey. Puede sonar razonable, pero el asunto es que los siervos tenían prohibido poner un horno en sus casas o los castigaban horriblemente, así que tenían que pagar o comer masa cruda, y ya sabemos qué mal cae a la panza.

Debo confesar aquí que no estoy al corriente con Hacienda. Me tranquiliza un poco pensar que no he de estar haciendo un gran daño a la nación porque mis ingresos son más bien raquíticos y además, soy escritora y los derechos de autor y regalías no causan IVA. Claro, prometo ponerme al corriente en cuanto desenrede la bola de estambre que describiré a continuación: aquí a la mano, frente a mis ojos, tengo un papel que se llama RFC-1 en el que aparece el rubro de mis tareas. Dice así: SERVICIOS DE PROTECCIÓN Y CUSTODIA. Deduzco pues, que para Hacienda pertenezco al exotiquísimo gremio de los señores que van con metralletas a recoger el efectivo de los negocios y lo llevan al banco en camiones; aquellos que espantan a todo el mundo porque van derecho y no se quitan y con el diablo se desquitan. Naturalmente, pienso yo, las autoridades no han detectado ningún recibo mío en el que diga en el concepto algo así como "Custodiar al señor x" o "Cuidar el banco z" o "Reubicación de las joyas de la señora Zutana". Huelga decir que nadie me contrataría para un trabajo de esta naturaleza, porque: a) soy una alfeñica, b) pistolas, ni de juguete y c) soy distraída y miedosa. Si los de Hacienda se preguntan: "Ésta, ¿por qué ya va por la tercera recibera si no custodia a nadie?" "No ha justificado ni un gasto, no hay facturas de chalecos antibalas", tienen razón. Y por eso le prohibieron al señor de la imprenta que me hiciera más recibos, por lo que no puedo cobrar en ninguna parte.

Por si fuera poco, hace unos meses tuve una noticia genial que se ha convertido en parte de la bola de estambre: resulta que hace unos años escribí una novela, de tema árabe y medieval, que fue publicada por el FONCA y cuando se acabó, tan tan. Pero a la misma novelita le ha ido bien en otros lados y unas personas atolondradas decidieron que se tradujera al portugués. ¡Qué alegría! Lo malo es que, para que me pudieran pagar mi adelanto, tuve que ir a sacar una constancia de residencia fiscal: un papel que les demostrara a los portugueses que vivo aquí, y que pago mis impuestos aquí, no allá. Pues bien, este trámite que antes era muy sencillo se ha convertido en una pesadilla psicodélica interesantísima y perturbadora: primero creyeron que yo representaba un negocio. Cuando los convencí de que yo sólo me represento a mí misma, tuve que escribir afuera de la oficina, en los escritorios que se improvisan sobre la acera, una carta en la que expliqué cuál era la procedencia de mi "riqueza". Mi riqueza, lector, y te lo confío para que no te vuelvas novelista a menos que de veras no puedas evitarlo, es la fabulosa suma de 358 euros. Esos euros me han convertido, y tengo la amenazante notificación en la mano, en una GRAN CONTRIBUYENTE. Además me llamó por teléfono una señorita muy amable, de la OFICINA DE RECAUDACIONES ESPECIALES. (Pido disculpas por el uso indiscriminado de mayúsculas en este artículo, pero es que cada vez que pienso en esto oigo estas palabras como si me las gritara Gil Díaz, en la oreja y con un megáfono). Confieso que me enojé y le dije que mientras El Divino va y viene y el Fobaproa nos ha metido en un brete infame, yo, minúscula e insignificante contribuyente, por artes de la ineptitud me he convertido en una GRAN CONTRIBUYENTE. Le di una relación detallada de mis finanzas y la mujer se apenó muchísimo, pues en esa conversación quedó demostrado que ella ganaba mucho más que yo.

No puedo evitar que me paralice la cólera cuando pienso en la danza de los millones de pesos que desaparecen sin dejar huella, en los laberintos cómplices de los bancos suizos y las Islas Caimán. En el rescate bancario.

Y en cómo mi pago anual de 358 euros —que equivalen más o menos a 375 pesos mensuales—, me ha transformado en una persona muy desorientada..