Jornada Semanal, domingo 29 de febrero  de 2004                núm. 469

LUIS TOVAR
LAS NUBES EN EL FICC

El Festival Internacional de Cine Contemporáneo que se está llevando a cabo en estos días tiene más de un motivo para celebrar. El primero de ellos es su existencia misma pues, como se ha afirmado ya en medios, la Ciudad de México no contaba hasta ahora con un evento cinematográfico semejante, si bien las muestras internacionales de cine de la Cineteca Nacional han cubierto desde hace tiempo, y en mayor o menor medida, la necesidad cinéfila de asomarse a otras latitudes.

Otro motivo para celebrar emanado del FICC es el hecho de que su programa incluya la cinta Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor. Dígaselo sin empacho: ¡vaya título tan largo! A Julián Hernández, director y guionista, tampoco le da grima que Todo Mundo se pregunte qué onda con el titulote. De hecho, es una costumbre suya nombrar así lo que filma: sus primeros cortometrajes, cuando aún estudiaba en el CUEC, se llaman Lenta mirada en torno a la búsqueda de seres afines (1992) y Por encima del abismo de la desesperación (1993). Cuatro años después dirigió otro corto, La sonrisa inútil de quien ha nacido para un solo destino y en 1998 filmó Hubo un tiempo en que los sueños dieron paso a largas noches de insomnio. El corto que filmó en 2000 no comparte esta característica —se titula Rubato lamentoso—, y el que hizo en 2001 es, en cuanto al título y comparado con los anteriores, un alarde de brevedad: El dolor. En 2002 dirigió un corto más, Los ríos en tiempo de lluvia, y de ese mismo año data la producción de Mil nubes de paz...

Filmada en blanco y negro y producida por Roberto Fiesco, la Cooperativa Cinematográfica Morelos, Mil Nubes Cine, Titán Producciones, el FONCA y las fundaciones Mac-Arthur y Rockefeller, Mil nubes de paz... no se está estrenando en el FICC. Antes estuvo, entre otros eventos, en la Muestra de Cine de Guadalajara y en el Festival de Berlín 2003, donde ganó en Premio Teddy al mejor largometraje. Sin embargo, es el FICC la vía para que el público realmente masivo se acerque a este cine que "es de otro modo", Novo dixit.

Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor, narra una historia sencilla: un adolescente homosexual llamado Gerardo (Juan Carlos Ortuño) sostiene un encuentro amoroso efímero; un par de días después tiene en sus manos un mensaje de despedida del fugaz amante y siente la necesidad de dar con el autor de esas líneas. Este punto de partida le permite a Julián Hernández fabricar un paralelismo que recorre toda la película. Gerardo se da a la tarea de encontrar al amante desaparecido y esa búsqueda lo lleva por diversos rumbos de la ciudad, pero debajo de la acción física y compartiendo el mismo ritmo pausado, a veces dubitativo, de los pasos de Gerardo, hay una evidente búsqueda emocional. El protagonista va en pos de alguien específico, pero el estado de ánimo y aun el carácter desplegado mientras desarrolla esta acción —mínima, reducida a desplazamientos geográficos punteados por contactos humanos breves y superficiales—, producen un efecto contundente: la soledad, el abandono y el sentimiento de derrota tienen, juntos, un poder acaso mayor que cualquier atisbo de felicidad.

Aferrado al deseo de convertir la fugacidad en permanencia, Gerardo va y viene sobre sus propios pasos, recala una y otra vez en los espacios físicos y mentales que son el sustento cada vez más endeble de algo que fue y ya no es, pero que él se empeña en mantener. Manejado por Julián Hernández con un ritmo tan lánguido como se percibe el espíritu de su protagonista, el tiempo pareciera detenerse sin que sea claro si lo hace a favor o en contra de Gerardo: a favor porque así demora la distancia que lo separa del recuerdo, en contra porque así demora la proximidad del reencuentro.

No hay en Mil nubes de paz... ninguno de los tics ni de los clichés tan profusos y tan chocantemente incluidos en buen número de películas mexicanas recientes. Nada de soundtrack ad-hoc para la comercialización aparte, de chistecitos verbales o visuales y leperadas gratuitas; ningún endiosamiento, deliberado o no, del actor por medio del uso insistente del primer plano; ni tampoco una edición taquicárdica y videoclipera, ni fotografía de grano reventadamente efectista, saturación de contrastes, etecé.

Y otra cosa, de la que el propio director ya ha hablado: con todo y ser importante —sobre todo pensando en la difusión masiva de la cinta—, que se aborde, y muy bien, la temática gay, no es ahí donde va el acento mayor. La historia de Gerardo es para Todo Mundo, siempre que éste quiera ver lo que realmente le ofrece Mil nubes de paz...