Jornada Semanal, domingo 29 de febrero del 2004          núm. 469
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS

MONTSERRAT ALEIX: EL MUNDO DE OTRA MANERA

Nació dos veces: la primera fue en Palamós, Cataluña, en 1909, y la segunda ocurrió en México, cuando a los sesenta y tres años Montserrat Aleix abrió los ojos y el corazón a otros mundos, ésos que inventó con pinceles, colores y cartones para dar origen a su pintura.

Espacios felices y armónicos, donde una piedra es tan importante como un jugador de futbol, una bailarina de flamenco, un árbol o un burro, para algunas personas el arte de Aleix es ejemplo del más puro naïf, esa pintura ingenua por estar alejada del cartabón que alimenta la academia. Pero, para otros, no hay peor calificativo que ése de origen francés, pues las creaciones de la catalana no son ingenuas sino el resultado de una sabrosa malicia, un humor gozoso y una gracia lejanas de la espontaneidad plana.

Como quiera que sea, más allá de las clasificaciones que resultan excluyentes, Montserrat Aleix hace universos llenos de intuición y recuerdos, luz y juego. "La pintura me ayudó a vivir", ha dicho esta mujer entusiasta y cabeza de toda una familia de artistas y promotoras: Betsy, María Teresa, Ana María, Montserrat y Yani Pecanins; las Pecas que han marcado muchas rutas en el quehacer cultural de México por la vía de la música y las artes plásticas.

De noventa y cuatro años en la actualidad, Yayá (abuela en catalán) disfrutó desde niña los paisajes en Palamós. Pasaba largas horas contemplando el mar pero no sabía que sus primeros cuadros serían creados a partir de sus memorias del puerto, el océano y las palmeras. Pasó toda su juventud en tierra catalana, se casó muy joven y, después de la Guerra civil, vino a México con la familia completa por cuestiones laborales de su esposo. Planeaban una estancia de cinco años pero se instalaron para siempre. Habían viajado en barco, la panorámica de Veracruz no los había convencido por la enorme pobreza y sin embargo acabaron enamorándose de México, echando raíces y con cero ganas de irse.

Con una vida plena en la Ciudad de México, Aleix encontró un nuevo aliciente para su vida en casa: la pintura. Tenía ya sesenta y tres años, ayudaba a sus hijas y nietas a hacer garabatos hasta que su marido le insistió en que ella misma confeccionara sus telas. Pensó que no le saldría nada porque no tenía experiencia y nada de escuela. Sin embargo, los resultados le agradaron tanto que continúa pintando hasta ahora, a pesar de los recesos por enfermedades y dolencias.

1973 fue el año de su primera exposición individual en la Galería Pecanins y desde entonces ha mostrado su trabajo en museos y galerías de España, Venezuela, Estados Unidos, Japón y México. Apenas en 1994, en su ciudad natal la nombraron "Hija Predilecta de Palamós" y de ella han escrito lo mismo Álvaro Mutis que José Luis Cuevas y Luis Carlos Emerich. Algunas de las exposiciones más amplias en nuestro país han sido en la Galería Universitaria Aristos (1991), Museo Cuevas (1995) y Museo de Arte Contemporáneo Ateneo de Yucatán (MACAY, 2001).

"Yo lo probé para distraerme, vino la primera exposición y me dijeron que iba muy bien. Chucho Reyes Ferreira me dijo que continuara y así lo hice. La pintura me ha ayudado mucho porque cuando perdí a mi esposo, me distrajo y me ayudó a vivir. Pensaba en los lugares que había recorrido con él y los pintaba. Por eso mi trabajo es el resultado de la intuición y mis recuerdos."

Así, mezcla de memoria, imaginación y una enorme capacidad para darle importancia a todos los detalles en personas, animales y cosas, Aleix se encanta por igual con un paisaje, un paseo en trajinera, una cocina colorida y un circo gitano que con un desnudo femenino, una corrida de toros, una boda campirana y hasta con una pelea de box.

Todos sus cuadros están ocupados, poblados en armonía, y por muchos pequeños personajes que haya en cada escena, la pintora se afana por colocarles ojos, sombrero y sonrisa.

Aleix pinta para sí. Su principal motivación es el placer personal y eso se ve. Cada tela transpira su alegría por existir y con ella nos alegramos los ojos y la mente. Si acaso somos receptivos, nos avienta una cubeta con agua tibia y amorosa para despertar ante la grisura de un panorama que nos adormila día con día. Son sus paisajes de ciudad y de campo, de mar y baile, todos sencillos y sabios, con los que tal vez nosotros podamos empezar a ver el mundo de otra manera.