De Gorilas en la niebla a Montes Azules CESAR CARRILLO TRUEBA* Jane Goodall y Dian Fossey personaje que inspiró la película Gorilas en la niebla encarnan las contradicciones de las políticas internacionales para proteger la naturaleza. Dian defendió a los gorilas con medidas legales rigurosas e intentó evitar el contacto de los animales con las tribus locales; se hizo célebre pero murió a manos de cazadores furtivos. En cambio, Jane se mantuvo en el anonimato pero tuvo éxito en la protección de los primates al involucrar a los nativos en la búsqueda de alternativas de desarrollo para mejorar sus condiciones de vida
La primera, autodidacta, inició en Tanzania una nueva y peculiar manera de estudiar los chimpancés, observándolos como individuos, aprendiendo a reconocerlos y designándolos con un nombre, siguiendo muy de cerca su vida cotidiana y ganándose su confianza, de manera que dejaran de huir al apercibirla. Las observaciones de Goodall, obtenidas durante más de dos décadas, cambiaron la idea que se tenía de los chimpancés, de su vida social, del papel de las hembras al que se asignaba poca atención por el interés en los machos dominantes, de la ingesta de carne y otros tantos aspectos, y conformaron una visión histórica, en donde determinados acontecimientos como una epidemia resultan fundamentales en la dinámica social, al transformarla sustancialmente. Dian Fossey siguió sus pasos y se internó en los montes Virunga, en la zona fronteriza de Ruanda, Uganda y Zaire, conviviendo también muy estrechamente con los gorilas. Las imágenes de su trabajo resultaban más impactantes por la dimensión de estos primates, lo cual no sólo atrajo a gran cantidad de fotógrafos, sino, tiempo después, a un productor de Hollywood, de lo cual resultó la película Gorilas en la niebla, protagonizada por Segourney Weaver. Sin embargo, la manera en que se relacionaron con los habitantes de sus respectivas zonas de trabajo fue muy distinta, y esto se encuentra intrínsecamente ligado a la idea que cada una tenía de lo que es la conservación de la naturaleza. Más allá del colonialismo ecológico Jane Goodall, como lo cuenta ella misma, ha sido siempre muy respetuosa de la forma de vida de los lugareños, y ha tratado de involucrarlos en las labores que lleva a cabo a fin de convencerlos paulatinamente de la necesidad de proteger el hábitat de los chimpancés. "No puedes ir a otro país, a casa de otros, y decirles lo que pueden o no pueden hacer afirma ella en una entrevista publicada recientemente en El País Semanal. Esa no es la manera de conseguir que la gente te apoye. Lo que hacemos nosotros es trabajar con gente del lugar, tenerlos de nuestro lado, ayudarles a mejorar su vida, y enseñarles que los chimpancés son maravillosos y no tiene sentido cazarlos". Su conciencia del contexto social y la historia del continente africano la hizo particularmente sensible a las dificultades que esta relación entraña. El colonialismo, señala Goodall, "arrasó la cultura africana, condenó a cientos de miles de africanos a trabajos de muy bajo nivel, creó fronteras artificiales entre países que antes no existían, dividiendo a grupos étnicos en dos; un poco a la manera en que fueron tratados los indígenas en América, intentando suprimir su cultura, diciéndoles que sus tradiciones eran muy primitivas y que deberían avergonzarse [ ] Eso es muy desmoralizador. Indujeron a la gente a creer que iban hacia atrás, que su cultura no era una cultura avanzada, y que tenían que hacer las cosas a nuestra manera". Para ella, la conservación de la naturaleza se encuentra muy ligada al mejoramiento de la calidad de vida de la población local, a la búsqueda de alternativas de desarrollo adecuadas a sus necesidades, a su indispensable participación. Esto ha sido la clave del éxito de su trabajo. "Tenemos una relación fantástica. Llevan años trabajando con nosotros, desde 1967 nos ayudan en la investigación sobre los chimpancés. No vamos por ahí diciéndoles: Siento mucho que sean tan pobres, esto es lo que vamos a hacer, la típica manera en que funciona la ayuda al desarrollo, los europeos imponiendo su ley. Simplemente decimos: Ocurre esto, ¿cómo podemos ayudar? [ ] Pero son ellos quienes eligen lo que hay que hacer". El lado oscuro de la conservación La cara opuesta de esta manera de abordar este problema fue seguida por Dian Fossey. "La conservación de cualquier especie amenazada escribió ha de comenzar con medidas rigurosas para proteger su hábitat natural, descargando todo el peso de la ley contra la invasión humana de los parques y demás refugios faunísticos". Nunca se detuvo a pensar que antes de que ésa fuera un área protegida, por ella circulaban libremente los habitantes del lugar, allí colectaban miel, cazaban antílopes y llevaban a cabo otras actividades, por lo que si no se dialoga con ellos, no se les puede pedir que cambien de modo de vida de un día a otro. Su visión intervencionista remata este principio: "Debería asimismo existir una política internacional coordinada para la aplicación estricta de la ley contra cualquier tipo de interferencia humana en el Parque de los Volcanes de Ruanda, el parque de los Virunga del Zaire y el Santuario de los Gorilas de Kigezi, en Uganda. La norma, y no la excepción, debería ser el encierro prolongado de los intrusos que sean culpables".
Semejante rigor no resulta tan extraño cuando se conoce la percepción que tenía de los habitantes del lugar, a quienes, salvo excepciones, consideraba indolentes, corruptos y destructores. Así, cuenta que tras años de trabajo en la zona "había conocido tan sólo unos pocos guardas o funcionarios del parque que no hubieran sucumbido a la inercia y al malestar de sus pobres y superpoblados países". Y, a diferencia de Jane Goodall, sus expectativas en cuanto a un cambio de actitud en la gente de los alrededores eran nulas: "Los extranjeros no pueden esperar que el ruandés medio, que vive junto al límite del Parque de los Volcanes y cultiva pelitre para obtener el equivalente a unos nueve centavos de dólar por kilo, mire hacia las cumbres, aprecie su majestuosa belleza y muestre preocupación por una especie de animal amenazada que vive en esas brumosas montañas". Esta percepción casi raya en el racismo, como se aprecia en varios pasajes de su obra. "Me preocupa muchísimo haber habituado a los gorilas a los seres humanos, y ésa es una de las razones por las que no los he habituado a los miembros de mi personal africano. En el pasado, los gorilas sólo han conocido africanos en su carácter de cazadores furtivos. El segundo que necesita el gorila para determinar si un africano es o no amigo es un segundo que puede costarle la vida, a causa de una lanza, una flecha o una bala". Sobran los comentarios. Enfrascada en esta visión, Dian Fossey se dedicó a hacer la guerra a los cazadores furtivos, incluso participando y organizando razias en los poblados aledaños, decomisando en todas las casas "lanzas, arcos, flechas y pipas de hachís" (según ella, los cazadores fumaban para darse valor). La escena que aparece en la película, cuando hace un simulacro de colgar a un cazador furtivo que había atrapado, y ella misma da la patada a la silla, ilustra su beligerancia ignoro la fuente de esta escena, pues no aparece en el libro, pero no dudo de que haya sido capaz de semejante acción. Sin embargo, como ella misma lo reconoce, los cazadores furtivos no se dan a la caza de gorilas, ya que sólo ponen trampas para antílopes, en donde a veces llegan a caer o se hieren los gorilas, y disparan contra éstos cuando, por azar, se encuentran con ellos y no hay manera de evitarlos. Fue así como murió Digit, el gorila tan querido por Fossey, y no, como se presenta en la película, asesinado para cortarle las manos y venderlas como trofeo. La única relación que estableció con la gente del lugar fue con los guardas del parque, a quienes, con el fin de estimularlos, proporcionaba objetos y dinero. "Durante muchos años cuenta volví a Ruanda, después de breves viajes a Estados Unidos, cargada con cajas de botas, uniformes, mochilas y tiendas para los guardas. Intenté innumerables veces animar a los hombres a participar de forma activa en las patrullas contra los cazadores furtivos, dirigidas desde Karisoke, en el corazón del parque. Desde luego, los uniformes y botas fueron recibidos con impaciencia, así como la paga extra y la comida del campamento, pero sus breves esfuerzos eran insignificantes". Que después vendieran las botas y uniformes sólo aumentaba su desprecio hacia ellos. Jamás se preguntó si era esto lo que necesitaban. Era tan grande su odio a los cazadores, que la misma Jane Goodall trató de convencerla para que cambiara de actitud: "Tuvimos muchas discusiones a propósito de su lucha contra los furtivos. [ ] Y yo le dije: Dian, ¿por qué no empleas a gente como ésta y le ayudas a entender? Ella no quiso. No quería que nadie siguiera a los gorilas. Y al final la mataron. Probablemente los furtivos, porque estaba en guerra con ellos". uuu Entre el rostro amable de Jane Goodall y el terrorífico de Dian Fossey, en las políticas internacionales de conservación de la naturaleza la balanza se inclina a favor de la segunda, aunque bajo el discurso de que es en-beneficio-de-la-humanidad. Es un esquema que funciona de manera muy similar en casi todo el mundo, y que ha sido caracterizado de manera sintética por James Fairhead y Melissa Leach, antropólogos ingleses que han trabajado en varias regiones de Africa y el Caribe. Generalmente, al decretar un área natural protegida se delimita una zona porque se considera que posee un valor por sus características biológicas la típica lista de especies, se establece un orden territorial sin tomar en cuenta la relación que con ella mantenían los habitantes de los alrededores a quienes casi siempre se considera ignorantes de todos estos aspectos y se tipifican las actividades de éstos de acuerdo con el daño que causan a la zona protegida, calificándolas fuera de su contexto.
En ocasiones puede resultar que haya un grupo autóctono "bueno" y otro "malo", y se les contrapone e incluso se les enfrenta. Sobra decir que la población local jamás es consultada. Finalmente, debido a que el financiamiento suele provenir de organismos internacionales, como el Banco Mundial, la agenda de conservación responde a sus preocupaciones, las cuales no coinciden por lo general con las de los habitantes locales. Esto también genera una toma de decisiones demasiado vertical, ya que todo es elaborado y dirigido desde instancias lejanas a la región y al mismo país. El programa de conservación que de todo esto resulta y su aplicación se encuentran por tanto desligados totalmente del contexto local, y con frecuencia del nacional, lo cual obviamente conlleva una falta de diálogo y de operatividad, y es fuente de innumerables conflictos y hasta de enfrentamientos. uuu En México las cosas no son distintas y el caso más ilustrativo, por actual, es el de Montes Azules, la reserva de la biosfera que se halla en el corazón de la selva Lacandona. Pretender que se van a lograr los objetivos de preservación de la naturaleza sin tomar en cuenta el contexto regional el conflicto que tiene lugar en las comunidades aledañas, donde los grupos paramilitares han desplazado a numerosas familias de sus hogares, las cuales han hallado refugio en la reserva es meramente ilusorio. Emplear el uso de la fuerza para desalojarlos únicamente exacerbará el conflicto al militarizar aún más la zona y generará más enconos, al igual que seguir tratando de enfrentar a los "buenos" lacandones contra los "malos" tzeltales, tzotziles y demás habitantes de la región. La única manera de lograr que las áreas naturales protegidas cumplan su cometido es tomar en cuenta los problemas locales, las condiciones de vida de los habitantes de la zona, establecer una estrecha colaboración con las comunidades aledañas, con aquellos que mantienen distintas relaciones con los recursos allí existentes. Las experiencias de Dian Fossey y Jane Goodall son aleccionadoras. La diferencia entre una escalada de violencia y destrucción de lo que se pretende preservar y una colaboración que, aunque no total ni armónica, permite acercarse de otra manera a un buen uso y conservación de la naturaleza, radica en el diálogo, que en la mayoría de los casos es de orden intercultural, en la medida que las zonas de mayor biodiversidad coinciden en gran parte del mundo con las de diversidad cultural. Este ingrediente parece ser el elemento clave para la elaboración de una agenda a favor de la conservación de la naturaleza que sea operativa, ya que sólo conjuntando los esfuerzos globales y locales, así como una verdadera voluntad de los gobiernos para resolver los problemas que afectan directamente la diversidad biológica en cada nación, se podrán lograr avances en la conservación del planeta. *Investigador de la Facultad de Ciencias, UNAM. |