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México D.F. Viernes 27 de febrero de 2004

Ofreció el primero de sus shows en el Auditorio Nacional

Con el juego de la imaginación, David Copperfield cumplió sueños cotidianos

ARTURO CRUZ BARCENAS

El ilusionista David Copperfield llevó al Auditorio Nacional el misterio del engaño, de hacer coherente lo que no tiene lógica, lo imposible ante los ojos. En la primera de sus presentaciones en el foro de Reforma, el pasado miércoles, adecuó sus costosos e ingeniosos trucos a la realidad mexicana, lo cual da contexto y permite la interacción con el público, que acabó rendido a sus pies.

Cuando el show estaba en su apogeo, el aprendiz-magister de brujo recomendó no buscar explicaciones, frías e impotentes, sino entregarse al juego de la imaginación. En sus asientos algunos rieron, otros abrieron los ojos, varios trataron de no perder detalle para apreciar el momento en que lo falso podía delatarse.

La curiosidad del gato invadió a la mayoría. La madeja de estambre se enredó aún más. Los nudos se volvieron ciegos. Armó cada uno de sus actos eligiendo a miembros del público que juraron que no lo conocían y que era la primera vez que iban a verlo. Otros, la mayoría de clase pudiente, expresaron que ya se dieron el gusto de ser engañados (no hay problema) en Las Vegas o en Nueva York, donde el ilusionista tiene públicos asiduos.

Aunque su humor puede considerarse típicamente gringo, sus actos los contextualiza para lograr un efecto comunitario. Tal: sube a unas jovencitas, a las que les habla en espanglish, o un esperanto mímico. Al punto del asombro, los espontáneos asienten con la cabeza que han entendido, cuando no es así.

"¿Hablas español?", repite Copperfield, quien personaliza en esos momentos el poder total, ese que domina voluntades y, como dice Kalimán, quien domina la mente lo domina todo. Los invitados al escenario son convertidos en los pequeños Solines. Hay miedo en quienes han sido elegidos. La expectativa de la sorpresa es perenne, ilimitada. ¿Qué van a hacer conmigo? ¿Adónde me van a llevar?

Entre sueños, realidades... y Salinas

Ejecuta el galán gringo de 47 años de edad unas suertes con la baraja. Todo llevará a la ejecución de un show guiado por el cumplimiento de los sueños cotidianos. El sueño americano en el que camina Copperfield tiene como espejismo la familia unida, una casa con jardín, un coche, sacarse la lotería, que su abuelo nunca consiguió.

Hará que el viejo sueño de su abuelo se haga realidad. Irá armando a lo largo de dos horas una historia de historias. Un niño dibujará en una cartulina unas figuras, varios asistentes dirán números que sólo tienen relación personal, íntima. Nadie tenía por qué saberlos.

Del conjunto de circunstancias saldrá una combinación asombrosa, que reventará en alaridos, gritos, suspiros, rostros de asombro, el silencio como respuesta. La clave para sacarse la lotería es acertar una entre trillones de posibilidades. No sólo eso. El abuelo sólo tuvo dos autos. Las series de las placas de los respectivos vehículos, unidas, serán los números dichos previamente.

Todo con un fondo musical que da sentido épico al acto, que da a entender la importancia de cumplir los sueños, aunque sea tarde. David cumplió el sueño de su abuelo de sacarse la lotería para tener el auto que sólo existió en su mente. Es el sueño americano que anhela cosas, que supera frustraciones materiales. David encuentra lo humano en las cosas caras, la mayoría vedadas a millones de mortales.

Sube a una cama metálica. Se envuelve en una especie de camisa de fuerza. Sus pies en un extremo y su cabeza en otro. A voluntad, hará que su cuerpo se acorte, que sea de menor estatura, hasta quedar como pigmeo. La reducción al absurdo, la realidad compactada. El cuerpo de Copperfield se transformó en un acordeón.

Seguirá con un acto en que unirá la baraja y el dominio de la mente de un escorpión negro africano. Este será presentado como Salinas, en alusión evidente a lo que para millones de mexicanos significa el ex presidente de México. Como si fuera uno de los gorriones que sacan con su pico una tarjetita de la suerte, el peligroso animal tomará con sus tenazas la carta que fue colocada en secreto en el mazo.

Un pato de plumaje blanco aparecerá de vez en vez, como insistiendo en que ya quiere actuar. David le ha dicho varias veces que aún no. Por fin. El ave aparecerá en un cubo luego de desaparecer de una caja. El truco sirve para que David ironice el objetivo de quienes quieren ver sólo el lado falso de sus actos. Hará una repetición en cámara lenta.

Otro sueño cumplido: hará que un padre y su hijo se reúnan en una isla de Tailandia llamada Phuket. No se ven desde hace años y los familiares volverán a darse un abrazo. En Tailandia es de día y un reloj en una pantalla muestra el tiempo real en esas latitudes. El ilusionista hizo creer que esa persona frente al escenario ahora estaba, en un tris, al otro lado del planeta. Otra frustración superada. Qué haría cada quien si tuviera el dinero suficiente para hacerlo. Todo es posible en el lenguaje de la magia.

Va el acto de despedida. Desaparecerá a 13 personas del escenario y todas reaparecerán a un costado del centro del auditorio. La sorpresa no ceja. Se despide el artífice.

A la salida, las personas que fueron desaparecidas dijeron que fue como un viento, que sólo se siente que algo las jala, pero que es muy rápido. Las reminiscencias de películas como La mosca vinieron a la mente. ¿Y si David tiene el secreto de la máquina del tiempo? ¿Qué tal si la magia existe y no es sólo un cúmulo de información secreta que viene desde los chinos antiguos, de Fumanchú y otros personajes que hacen de los viajes interdimensionales una realidad que desafía los cuadrantes de la teoría de la relatividad? A final de cuentas, nada es real, todo es relativo.

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