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México D.F. Lunes 23 de febrero de 2004

La actuación del juez Eduardo Delgado, lo mejor de ayer en la Monumental Plaza Muerta

Israel Téllez confirmó su alternativa y su clase ante dos muebles con cuernos

Pésimos, los astados de Santa Fe del Campo Humberto Flores estuvo enjundioso

LUMBRERA CHICO

Saltaban al ruedo los descastados mulos de Santa Fe del Campo, trotaban un poquito, como para conocer nada más la Monumental Plaza Muerta (antes México) y se quedaban más quietos que las estatuas que adornan el embudo de Mixcoac. Se arrancaban de largo, pero muy despacio, para acometer el peto del caballo y doblaban las manos antes de la reunión. Posaban inertes, como alfileteros de terciopelo, para recibir los picotazos de las banderillas y no hacían el menor esfuerzo por atrapar al hombre que acababa de herirlos. Y así, en tan lamentables como fraudulentas condiciones, llegaban al tercio final, mugiendo y rascando la arena cobijados por el imponente silencio del edificio circular patéticamente vacío.

Con ese material de trabajo tuvieron que vérselas dos veteranos de la coleta, que nunca han sido ni serán nada en la llamada "fiesta" -Humberto Flores y Federico Pizarro-, quienes acompañaron, el primero de ellos como padrino, al promisorio y elegante Israel Téllez, quien confirmó su alternativa ante dos mesas de centro, que lo hicieron escuchar dos avisos, uno por cada turno.

Tarde aburrida y estólida como un discurso presidencial, la corrida número 18 de la temporada de la miseria atrajo a dos mil espectadores, que no alcanzaron a llenar ni las siete filas de barrera. ¿Cuánto perdió la empresa en esta ocasión? ¿Cómo le hará para seguir abriendo sin percibir un mínimo ingreso? ¿Qué tan limpio saldrá del fisco el dinero que no entra en las taquillas de Rafael Herrerías? Imagíneselo usted, pero no se lo diga a la Secretaría de Hacienda, no sea que alguien descubra América 500 años después del primer viaje de Cristóbal Colón.

Pero vámonos a los medios. Bonitos pero estáticos, los toros de Juan Diego Gutiérrez Cortina, ganadero de Zacatecas, permitieron el lucimiento del picador Delfino Campos, que le puso una vara en todo lo alto a Acomedido, primer "enemigo" de Pizarro, y contribuyeron a una valerosa pero truculenta exhibición de Humberto Flores con el acero, quien cobró dos soberbias estocadas de efectos inmediatos, arrojándose de frente sobre el testuz de Caminero y Detalle, segundo y cuarto del sorteo respectivamente, para meterles la espada hasta los gavilanes y ser trompicado y lanzado a la arena con una dosis de dramatismo que sin duda conmovió al público.

Flores citó de lejos en ambas ocasiones, avanzó resuelto a entregar el pecho y hundió su filosa herramienta en la yema del morillo, antes de volar enganchado en los pitones y rodar por el albero buscando el efectismo del supuesto desmayo para entusiasmar a los ingenuos, que sacaron sus pañuelos exigiendo la oreja, misma que digna y acertadamente no concedió el juez Eduardo Delgado en ninguno de los dos casos. ¿Por qué? Hombre, porque Flores no había hecho nada con el capote y menos con la muleta, y según el Reglamento Taurino en vigor -artículo 72, fracción I-, "una oreja será concedida cuando una visible mayoría la solicite ondeando los pañuelos tras una meritoria labor del espada".

¿Y en qué consistieron las "meritorias labores" de Humberto, exceptuando sus estoconazos? Eso no lo pudieron decir los comentaristas de la televisión por cable, que se pasaron la tarde hablando pestes del juez y demandando que lo sustituyan porque le queda "grande" el puesto. Herrerías armó un cartel de cuarta con ganado de quinta.

Lo mejor del velorio -esto no puede llamarse "festejo"- fueron los detalles de arte y la buena clase de Israel Téllez, que logró momentos extraordinarios con la muleta en la mano izquierda ante Cumplido, el abridor, al que aguantó erguido y seguro aunque se le paralizaba a la mitad del pase. Pero hay que ser enemigos de la tauromaquia para "promover" a un muchacho talentoso como éste enfrentándolo a "toros" que tenían la belleza, la bravura y la fuerza de una mesa Chipendale.

Para el próximo domingo repiten Alfredo Gutiérrez y (¡sí, una vez más!) Alejandro Amaya, un muchacho tan dotado para el toreo como un mudo para cantar zarzuelas, pero que volverá a hacer el paseíllo porque es un protegido de Jorge Hank Rhon, ese prohombre de los negocios de apuestas que algo le habrá visto a la plazota como para echarle ganas y ayudar a Herrerías a seguir perdiendo. ¿Usted qué cree que será? ¿Afición? ¿Amor al arte? Ni lo dude.

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