.
Primera y Contraportada
Editorial
Opinión
El Correo Ilustrado
Política
Economía
Mundo
Estados
Migración
Capital
Sociedad y Justicia
Cultura
Espectáculos
Deportes
Fotografía
Cartones
CineGuía
Suplementos
Perfiles
La Jornada en tu PALM
La Jornada sin Fronteras
La Jornada de Oriente
La Jornada Morelos
Librería
Correo electrónico
Búsquedas
Suscripciones

P O L I T I C A
..

México D.F. Lunes 23 de febrero de 2004

Carlos Fazio

Nazar y las doñas

En el momento de su captura, Miguel Nazar Haro dijo: "mejor máteme, comandante. Esto es injusto. Me desilusiona que haya dado mi vida a la nación y a la patria y me hagan esto". Sobrevivientes de la guerra sucia lo recuerdan por su sadismo; afirman que sentía "placer" cuando torturaba a sus víctimas. Fue un chacal insaciable y cruel. Pável Uranga tenía seis años cuando el ex jefe de la Brigada Blanca amenazó con colgar a su madre de un gancho de carnicero. Todavía recuerda sus ojos zarcos.

Hombre de los "servicios" -la policía política de Luis Echeverría y José López Portillo-, Nazar carga con una leyenda negra ganada a golpes de picana en los sótanos del sistema. El y dos centenas de militares y policías, tal vez más, se apartaron de la legalidad y aplicaron una suerte de ley del Talión. Ejercieron un derecho de represalia que los llevó al secuestro, la tortura, la violación, el latrocinio, el asesinato y la desaparición de prisioneros. De sí mismo ha dicho que fue un buen "interrogador". Y que en sus tiempos la Dirección Federal de Seguridad (DFS) velaba por "la paz del país y el bienestar de los mexicanos". Todavía piensa que para que "las familias vivan tranquilas" es "indispensable" que haya gente como él.

Se considera un servidor "institucional", "nacionalista" y "fanático" que actuaba por razones de Estado. Cumplía órdenes. Al juez que lo interrogó en Topo Chico le dijo que todo lo que hacía se lo "informaba" al presidente de la Repú-blica y al secretario de Gobernación de turno. Sí, Nazar actuó en términos corporativos, no individuales. Fue parte de una maquinaria de exterminio que operó en el marco de un sistema presidencialista autoritario, bajo conducción civil. Fue un engranaje de un servicio público criminal; lo que no equivale a reducir su responsabilidad.

En los años sesenta, ante la pérdida de poder hegemónico, el sistema autoritario priísta se vio obligado a sustituir los mecanismos de dominación. El Estado-mediación dio paso al Estado-fuerza. Frente al desgaste del control discrecional de la coerción y de la subordinación de la sociedad civil (ausencia de consenso político), se adoptaron medidas de excepción y se acentuó el carácter represivo del Estado. La excusa de "la guerra contra la subversión internacional" (Díaz Ordaz) fue la máscara con que se disfrazó la matanza de Tlatelolco, cuyo principal objetivo fue impedir alternativas políticas, sindicales y culturales en curso, en el marco de grandes huelgas (maestros, ferrocarrileros, médicos, estudiantes) y la irrupción del jaramillismo en el campo, que desafiaban al poder oligárquico.

El pasaje a la guerrilla de cientos de jóvenes campesinos, trabajadores y estudiantes fue consecuencia de la acción del Estado, no causa. Incapaz de defender el orden social capitalista y de contrarrestar con eficacia, dentro de la legalidad, a la contestación social, el Estado y sus aparatos coercitivos asumieron una doble faz: una pública y sometida a las leyes y otra clandestina, al margen de toda legalidad formal.

En su faz ilegal, como expresión paralela y complementaria, el Estado autoritario devino en un Estado clandestino, que adoptó el crimen político y el terror como método fundamental.

En la coyuntura de la guerra fría, el Estado terrorista y clandestino asumió las categorías ideológicas del imperialismo estadunidense y abrazó la Doctrina de Seguridad Nacional acuñada por el Pentágono. Fue un Estado contrainsurgente. Luis Echeverría y José López Portillo, sus ministros de Defensa y Gobernación, y cuerpos de elite de las fuerzas armadas y la policía lucharon contra la "subversión" y el "enemigo apátrida". En la época, las policías latinoamericanas y sus cuerpos paramilitares (Brigada Blanca para el caso de México) fueron el primer frente de contención, en la defensa del "orden" y la "seguridad interna". Las especialidades de Nazar Haro en sus "años de plomo" en la DFS. Washington brindaba "capacitación técnica" con base en el uso del terror. En la jerga policiaca-militar de entonces, los "métodos de interrogatorio" eran sinónimo de tortura; el famoso "tercer grado" de la Gestapo. La tortura se usaba para obtener información y demoler al "enemigo" interno. La tortura tuvo su punto límite en la desaparición forzosa de personas. En México, la de Jesús Piedra Ibarra y medio millar de mexicanos más.

En el universo binario del patriota Nazar Haro, el joven Piedra representaba al Otro, ese enemigo. Por eso había que destruirlo y desaparecerlo. Es una lógica maniquea y paranoica que lleva a un fin inevitable; una suerte de fatalismo entre "hombres del orden" y "subversivos" que no podía terminar de otro modo. Una lógica basada en la impunidad y amparada por un espíritu de cuerpo y una red de complicidades propios de un sistema totalitario.

Pero el uso del terror no buscaba, solamente, "escarmentar" a un puñado de víctimas. Estaba destinado a obtener la sumisión y parálisis de la sociedad gobernada. El silencio (o silenciamiento) es aliado o cómplice del terrorismo de Estado. A la manera de Kafka, se trata de la inscripción violenta en el cuerpo de una ley y de un orden que se pretenden seguros, puros, totalizantes y exclusivos.

Durante muchos años, el silencio, la indiferencia y el olvido de la mayoría de los mexicanos favorecieron la impunidad y la persistencia de ese mal endémico, que se reprodujo y adoptó después las múltiples formas del Estado mafioso que llega hasta nuestros días. Frente a la barbarie, sólo la palabra engendra el esclarecimiento. Ante el asco y el miedo y la resistencia a saber, individual y colectiva, muchas veces sólo queda la palabra terca, empecinada, intransigente, como la de Rosario Ibarra y sus doñas y el 2 de octubre no se olvida. Sin ánimo vengativo, para que se haga justicia. Eso, por lo menos, es lo que anima a algunos que no podemos ni queremos olvidar.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año
La Jornada
en tu palm
La Jornada
Coordinación de Sistemas
Av. Cuauhtémoc 1236
Col. Santa Cruz Atoyac
delegación Benito Juárez
México D.F. C.P. 03310
Teléfonos (55) 91 83 03 00 y 91 83 04 00
Email
La Jornada
Coordinación de Publicidad
Av. Cuauhtémoc 1236 Col. Santa Cruz Atoyac
México D.F. C.P. 03310

Informes y Ventas:
Teléfonos (55) 91 83 03 00 y 91 83 04 00
Extensiones 4329 y 4110
Email