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México D.F. Domingo 22 de febrero de 2004

Elena Poniatowska /I

Julio Cortázar, el escritor más querido de América

En 1954, Carlos Fuentes me dio una tarjeta suya (de esas que se llaman de visita) para entrevistar a Julio Cortázar en París. Había publicado Bestiario. La tarjeta era tan cariñosa que con tal de no entregársela a Julio dejé de entrevistarlo. šTonta de mí! Lo haría años más tarde, en México, con Margarita García Flores, en la editorial Siglo XXI, de Arnaldo Orfila Reynal, su amigo y editor. Y en el Hotel del Prado, cuando Córtazar era paladín de las revoluciones de Cuba y de Nicaragua, y cuando el Tribunal Russell, que juzgaba los crímenes cometidos en Chile por Pinochet, sesionaba en los salones de candiles de ese hotel que desapareció con el terremoto de 1985. šCuántas cosas desaparecidas, cuántas casas que ya no existen!

Cortázar era miembro activo de Amnistía Internacional, asociaciones de Derechos Humanos, frentes democráticos de defensa del pueblo, frentes de liberación nacional y otras causas revolucionarias de los pueblos de Centroamérica y de América Latina, como la de El Salvador, la de Nicaragua, la de Cuba. Para entonces los críticos habían declarado que su fabulosa novela, Rayuela, era a América Latina lo que el Ulises de Joyce a Europa. La figura tierna y entrañable de Cortázar se había convertido en un personaje central de nuestra cultura. Ya para entonces Antonioni había filmado Blow up, basado en su cuento Las babas del diablo, que forma parte de su libro Las armas secretas, que data de 1959. Ya para entonces, Fuentes decía que era el único hombre sobre la tierra que había encontrado la fuente de la eterna juventud, que rejuvenecer cada noche al poner su cabeza sobre la almohada era su enfermedad y que ojalá y pudiéramos contraerla todos.

En realidad, Julio murió de leucemia a los 69 años en el Hospital Saint Lazare después de 10 días de cama, y seguramente la muerte de su mujer, Carol Dunlop, 30 años menor que él, aceleró la suya, porque la extrañaba demasiado. Su último libro, Los autonautas de la cosmopista, lo escribió con ella, y cuando los vi en París, asoleados y felices, estaban a punto de emprender este viaje en una especie de tráiler, que en la noche estacionarían en los campos para vacacionistas a lo largo del camino. La tienda de campaña, los garrafones de agua, las bolsas de plástico, aguardaban en el corredor. Carol, autora de Mélanie dans le miroir, era fotógrafa y estadunidense, pero curiosamente se había nacionalizado canadiense. Aunque Cortázar se casó antes con Aurora Bernárdez y con Ugné Karvelis, el amor que pareció darle mayor felicidad era el de esta joven de pelo cortado a la Jean Seberg: Carol Dunlop. Julio la sobrevivió dos años, pero uno tenía la sensación de que habría querido irse con ella.

Desde 1951 vivía en París, cosa que le dio mucho coraje a sus compatriotas. François Miterrand dio en 1981 la nacionalidad francesa a ese argentino, nacido en Bruselas el 26 de agosto de 1914, alto, flaco y desgarbado, para quien no había abrigo suficientemente largo ni zapatos suficientemente grandes; quien amaba el jazz y a quien los jóvenes de Francia y de América Latina convirtieron en ídolo, así como habrían de canonizarlo los revolucionarios de los años 50 y 60. Nicaragua tan violentamente dulce y otros libros acerca del proceso revolucionario y las amenazas permanentes en contra de nuestros países de América Latina habrían de ser los temas cercanos a su corazón.

También lo entrevisté con Carol Dunlop en París en su departamento en la 9 Place du General Beuret. A lo mejor no es exacta la dirección, pero el hechizo de esa tarde en estado de gracia aún perdura y es uno de mis mejores recuerdos.

ƑCronopios o piantados?

-ƑQué noticias me da de Luis Sandrini?

La pregunta surge en un corredor del Hotel del Prado. Julio Cortázar se inclina -siempre se inclina- sobre su interlocutor, un señor calvo.

-No sé nada de él... Es un cómico que murió hace tiempo, Ƒno?

En la editorial Siglo XXI, tras las puertas vidriadas, otro calvito de anteojos, con una pila de libros bajo el brazo, aguarda un autógrafo. Cuando Julio se dispone a firmar, el calvo murmura algo acerca de Luis Sandrini.

Sale del cubículo y le pregunto a Julio:

-ƑQué tienes tú que ver con Luis Sandrini?

-Nada.

-ƑEntonces?

-Por lo visto México está lleno de cronopios (ríe).

-O de piantados... ƑNo te parece extraño?

-Siempre me suceden cosas extrañas. Recuerdo a una señora que me persiguió para felicitarme sudorosa y efusiva: "šMe encantan sus cuentos, me fascinan y a mi hijo también. ƑNo quiere escribir un cuento en el que el personaje principal se llame Harry el Aceitoso?" Supongo que quería complacer a su hijo. Y te voy a confesar una cosa, Elena, estuve tentado a escribir un cuento con Harry el Aceitoso.

-ƑY en que otras tentaciones caes?

-En muchas.

Ríe y sus dientes (los dos de en frente separados) son de niño. Si no estuvieran manchados de nicotina, diría que son de leche, como eran los de Diego Rivera. Si lo pienso bien, todo Julio es de leche; es alimenticio, es bueno, calienta el alma, y se deja ordeñar por cuantos se le acercan. No guarda una sola distancia, nada hay en él de vedette, jamás se burla de sus interlocutores, asume nuestra ignorancia, nuestra debilidad. Imposible sentirse mal con él. Con razón las mujeres lo inundan de cartas.

''Quería ser marino''

-ƑEn qué tentaciones caíste de niño? šEsas interesan muchísimo a todas tus enamoradas, que son legiones en México!

-Los recuerdos de la infancia y de la adolescencia son engañosos. Me sentí mal de niño.

-ƑPor qué?

-Fui enfermizo y tímido, con una vocación para lo mágico y lo excepcional, que me convertía en la víctima natural de mis compañeros de escuela más realistas que yo. Pasé mi infancia en una bruma de duendes, elfos, con un sentido del espacio y del tiempo distinto al de los demás. Lo cuento en La vuelta al día en ochenta mundos; entusiasmado se lo presté a mi mejor amigo, y me lo tiró a la cara: "No, esto es demasiado fantástico", dijo.

-ƑY tu nunca tuviste deseos de ser científico, descubrir el porqué de las cosas?

-No. Tuve deseos de ser marino. Leí a Julio Verne como loco y lo que quería era repetir las aventuras de sus personajes: embarcarme, llegar al Polo Norte, chocar contra los glaciares. Pero, ya ves -deja caer las manos-, no fui marino, fui maestro.

-Entonces, Ƒtu infancia fue cruel?

-No, cruel no. Fui un niño muy querido e inclusive esos mismos compañeros que no aceptaban mi visión del mundo sentían admiración ante alguien que podía leer libros que a ellos se les caían de las manos. Lo que pasa es que estaba desollado, no me sentía cómodo dentro de mi piel. Antes de los 12 años vino la pubertad y empecé a crecer mucho.

-ƑNo te dio seguridad ser alto?

-No, porque se burlan de los altos.

-Yo creía que ser alto da mucha seguridad.

-Pues estás equivocada -se anima. Hay un cuento que me proyecta mucho: Los venenos. Tuve unos amores infantiles terribles, muy apasionados, llenos de llantos y deseos de morir; tuve el sentido de la muerte muy, muy temprano, cuando se murió mi gato preferido. Este cuento, Los venenos, gira en torno a la niña del jardín de al lado, de quien me enamoré, y de una máquina para matar hormigas que teníamos cuando era niño. Asimismo, es la historia de una traición, porque una de mis primeras angustias fue el descubrimiento de la traición. Yo tenía fe en los que me rodeaban, y por eso el descubrimiento de los aspectos negativos de la vida fue terrible. Esto me sucedió a los nueve años.

''Me interesan mucho los niños''

-Julio, tú siempre describes niños, adolescentes entrañables y, sobre todo, sufrientes.

-De niño no fui feliz, y esto me marcó muchísimo, De ahí mi interés en los niños, en su mundo. Es una fijación. Soy un hombre que ama mucho a los niños. No he tenido hijos, pero amo profundamente a los pequeños. Creo que soy muy infantil, en el sentido de que no acepto la realidad. A los niños les cuento cosas fantásticas e inmediatamente establezco una buena relación con ellos, muy buena. Los que sí no me gustan nada son los bebés; no me acerco a ellos hasta que no se vuelven seres humanos.

-Creo que los niños de tus cuentos conmueven, Julio, porque son auténticos.

-Sí, porque hay niños muy artificiales en la literatura. Un cuento que yo quiero mucho es el de La señorita Cora, la situación de ese adolescente enfermo yo la viví, y como te lo dije, tuve una gran experiencia en amores sin esperanza a los 16 años, cuando consideraba que muchachas de 18, 20 años, eran unas mujeres muy adultas. Entonces me parecían un ideal inaccesible, y por eso se creaba una situación de realización imposible. La señorita Cora es un cuento con el que sufrí mucho. Tú sabes que uno de los fantaseos de los niños es imaginarse a punto de morir. Entonces el ser amado aparece arrepentido, abraza y ama, llora su culpabilidad, jura amor hasta la eternidad, en fin, una situación arquetípica.

-ƑNo crees que en todo esto hay mucha autocompasión?

-Creo más bien que hay una aptitud definitiva para regresar a la visión del mundo de un niño; yo siento un gran placer en escribir ese retorno; me siento bien cuando regreso a mi infancia.

Las nubes nos provocan inventar historias

-De esa fijación tuya en la infancia, Ƒhan surgido los libros-objeto, los collages, los recortes, etcétera?

-Sí, me gustan mucho los juguetes, pero los que son ingeniosos, los que se mueven y actúan; me gustan tanto como me fascinaron las papelerías, los cuadernos, la punta de los lápices, las gomas de migajón, la tinta china. Al Larousse Ilustrado lo olía, tenía un olor perfumado que todavía me llega. Tengo, Elena, un amor infinito por los diccionarios. Pasé largas convalecencias con un diccionario sobre las rodillas buscando la definición de la goleta, del porrón, del tifus. Mi madre se asomaba a la recámara a preguntarme: "Ƒqué le encuentras a un diccionario?".

-Todo... Tu madre, Julio, Ƒno tenía imaginación?

-Mi madre fue muy imaginativa, con una cierta visión del mundo. No era muy culta, pero era incurablemente romántica y me inició en las novelas de viajes. Con ella leí a Julio Verne. Es extraño, porque las mujeres no leen a Julio Verne. Mi madre leía mala literatura, pero su enorme imaginación me abría otras puertas. Teníamos un juego: mirar el cielo y buscar la forma de las nubes, en inventar grandes historias. Esto sucedía en Banfield. Mis amigos no tenían esa suerte. No tenían madres que mirasen las nubes. En mi casa había una biblioteca y una cultura.

-ƑMedianita?

-Si tú quieres mediana. Mis amigos eran hijos de obreros, gente muy pobre.

Mucho de mi conocimiento de AL, por mis amigos, hijos de obreros

-ƑTú crees que el hecho de haber vivido entre hijos de obreros y pobres influyó en que ahora te preocupes por los problemas de miseria e injusticia en América latina, y formes parte del tribunal que juzga los crímenes de guerra de la junta militar en Chile, por ejemplo?

-No creo que haya influido de manera directa, pero sí creo que fue una fortuna subliminal vivir una infancia pobre con niños pobres, porque después entré a una clase pequeño-burguesa muy definida.

-ƑPor qué dices que fue una fortuna subliminal vivir entre pobres?

-Porque esto me marcó definitivamente y para bien.

-ƑComo escritor?

-También, porque cuál es el problema que se refleja en muchos escritores latinoamericanos. No me gusta citar nombres, y no lo acostumbro, pero Eduardo Mallea, por ejemplo, no tuvo contacto directo con su propio pueblo y cuando hace hablar a sus personajes populares, su visión es artificial y demuestra que ignora totalmente la manera de vivir de esa gente. Es un ejemplo parcial, pero así como Mallea hay muchos escritores latinoamericanos cuya primera educación no les ayudó a entender mejor las cosas que más tarde se les escapan definitivamente.

-ƑLa realidad de su país?

-Sí. Creo que mucho de mi conocimiento de la realidad de América Latina, su rebelión y su desamparo, se la debo a mis amigos hijos de obreros.

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