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México D.F. Domingo 22 de febrero de 2004

Angeles González Gamio

La Fundación para las Letras Mexicanas

No es cosa fácil ser escritor en este país, en el que pocos tienen el placentero hábito de la lectura, lo que hace prácticamente imposible vivir decorosamente de dicha profesión. A pesar de ello, son inumerables las personas que tienen esa vocación y que la practican, aunque sus textos se queden sin publicar o, cuando sucede, tengan escasas ventas.

La formación de un escritor suele ser autodidacta, ya que son pocas en el país las instituciones que ofrecen esa enseñanza; por ello tiene gran importancia la labor que está comenzando a desarrollar la Fundación para las Letras Mexicanas, que nació recientemente, a raíz de la disolución de la Fundación Octavio Paz, ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo con la viuda del Premio Nobel en cuanto a los fines de la institución.

La nueva fundación tiene un patronato integrado por empresarios exitosos, que valoran esta trascendente actividad: Carlos Slim, Alberto Bailleres, Emilio Azcárraga, Manuel Arango, Bernardo Quintana, Isaac Chertorinsky, Carlos González Zabalegi, Antonio Ariza, Alfonso Romo, Germán Larrea y Fernando Senderos Mestre. El presidente del organismo es Miguel Limón Rojas, quien dirigió la Universidad Pedagógica Nacional en sus inicios y el sexenio pasado fue secretario de Educación Pública, así que es un experto en la materia, lo que garantiza buenos resultados, y para colmo de bienes, el director es el poeta Eduardo Langagne, por lo que no es de extrañar que ya esté dando los primeros frutos. Actualmente tiene 20 jóvenes becarios de todo el país, que se están formando con un tutor que es un creador reconocido, cuentan con instalaciones de avanzada, con computadora personal, biblioteca y pláticas con personajes de las letras, como el poeta Rubén Bonifaz Nuño y los escritores Gabriel García Márquez y Jorge Volpi, y reciben un apoyo económico de 10 mil pesos mensuales durante un año.

La sede no podía ser mejor: una bella casona de principios del siglo XX, ubicada en la colonia Juárez, que se restauró magníficamente. Sin perder su estilo, los generosos espacios alojan una sala de juntas, módulos equipados, biblioteca, sala de lectura, salón de usos múltiples, cuarto de tutores y modernos baños. Un encantador porche, con elegantes columnas, invita a meditar, vocación que comparte con varias terrazas que tienen de vista árboles frondosos.

Además de la biblioteca, que comienza a formarse con los libros que los tutores recomiendan, los becarios tienen acceso a los de la cercana Academia Mexicana de la Lengua y la Biblioteca México, ubicada en su espléndida sede de la Ciudadela, además de que cuentan con bibliotecas electrónicas.

Entre los proyectos de la fundación destaca el convenio con la Capilla Alfonsina para publicar una antología del Reyes lector, con las notas que el filósofo hizo de sus lecturas, desde su juventud hasta los últimos años de su vida. Otros programas interesantes consisten en la difusión de autores del siglo XIX, la traducción de los del XX y el apoyo a la escritura de los jóvenes del siglo que se inicia. También llevan a cabo concursos literarios, como el Premio Hispanoamericano de Poesía para niños, que recibió más de 200 trabajos.

Esta es buena ocasión para recordar brevemente la historia de la colonia Juárez: en 1869 se celebró la última corrida en la plaza de toros que se encontraba en el Paseo de Bucareli, cuyo predio fue adquirido por el señor Pugibet, dueño de la fábrica de cigarros El Buen Tono, para construir el encantador conjunto habitacional bautizado como La Mascota, mismo que se ubica entre las avenidas Bucareli y Abraham González. Estas construcciones fueron el detonador del desarrollo de esa zona, que hasta esa fecha había sido de huertas y maizales. Originalmente se crearon las colonias Nueva del Paseo y Americana, que más tarde se fusionaron con el nombre de colonia Juárez.

La urbanización fue lenta hasta que adquirió los terrenos el empresario Rafael Martínez de la Torre, quien había desarrollado exitosamente la colonia Guerrero. La ampliación y conclusión, en 1877, del cercano Paseo de la Reforma, que había iniciado el emperador Maximiliano, influyó en el poblamiento del rumbo, que décadas más tarde, en los años 60 del siglo XX, habría de ser bautizado como la Zona Rosa por el talentoso y polémico pintor José Luis Cuevas.

Y como ya es hora de comer, vámonos al restaurante Bellinhausen, en la calle de Londres 95, de los pocos tradicionales y de categoría que se conservan en la otrora postinera colonia. Estos días en que empieza el calor, es muy agradable el patio, donde puede iniciar con un mint julep, después la sopa de cola de res, y de plato fuerte el clásico filete chemita. De postre hay dulce de zapote negro. Mmmm.

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