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México D.F. Domingo 22 de febrero de 2004

El concierto organizado por la SIVAM deviene, como cada año, en vitrina de lo más chic

Ni el programa ni la vanidad pasan inadvertidos en la Gala Latina

Con todo y las interrupciones entre movimientos, destacaron las intervenciones del tenor Rolando Villazón, el violionista Francisco Ladrón de Guevara y la Orquesta Sinfónica Nacional

ANGEL VARGAS

Llega un momento en que resulta difícil distinguir qué es lo más escandaloso y llamativo: si las constantes y un tanto complacientes ovaciones de los espectadores, o el aroma de las finas fragancias que éstos usan, o el relumbrón de sus joyas, o la finura de sus atuendos.

Nadie quiere pasar ni pasa inadvertido esta noche de viernes en el Palacio de Bellas Artes. ¡Vamos, hasta los mismísimos integrantes del Estado Mayor Presidencial se hacen ver y sentir con las vallas metálicas que montan en torno de la puerta principal del inmueble o franqueando el paso de reporteros y fotógrafos!

Tras el muro metálico se reúnen varios transeúntes curiosos, que observan expectantes y asombrados tal glamour y despliegue de seguridad, así como los lujosos carrazos estacionados en las aceras contiguas.

Así es la Gala Latina que, año con año, desde hace siete, organiza la Sociedad Internacional de Valores Artísticos Mexicanos (SIVAM), acto que se ha convertido ya en una imprescindible pasarela para lo más chic de la clase política y la sociedad mexicanas.

El platillo resulta atractivo y promete mucho, ¡claro!, hablando en términos artísticos.

El cartel está integrado por uno de los jóvenes cantantes mexicanos con mayor proyección internacional, Rolando Villazón; un niño prodigio del violín, Francisco Ladrón de Guevara, y una orquesta que, a la postre, sonará como hace mucho no ocurría: la Sinfónica Nacional, bajo la guía de su titular, Enrique Arturo Diemecke.

Antes y después del concierto hay una imagen que se repite: la de aquellos que de un extremo a otro del septuagenario recinto se envían indiscriminadamente saludos, sonrisas y besos.

O los que, a cada rato, se contorsionan toditos hacia el palco presidencial y agitan su mano como abanico para atraer la atención y, si no es mucho pedir, recibir un saludo o siquiera un gesto del presidente Vicente Fox y Marta Sahagún, que lucen algo cansados.

La pareja presidencial no es la única que ocupa lugares preferentes. A su lado puede observarse al secretario de Gobernación, Santiago Creel, en buena disposición de dialogar con quienes lo rodean; también al responsable de Educación Pública, Reyes Tamez, con una sonrisa que mantendrá durante gran parte de la velada, lo mismo que la titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Sari Bermúdez.

Por allí andan, asimismo, el diputado Francisco Barrio; el director de Pemex, Raúl Muñoz Leos; el secretario de Turismo, Rodolfo Elizondo, y el empresario Carlos Slim, entre otras personalidades de la vida nacional.

El público quiere aplaudir y lo hace desmesuradamente en cuanta ocasión se le presenta, así sea entre un movimiento y otro del segundo concierto La campanella, de Vivaldi, en ejecución del quinceañero Ladrón de Guevara, prodigioso en cuanto a técnica, aunque poco emotivo para transmitir sus emociones.

Llegado el turno de Villazón comienza el paroxismo. La notable concurrencia ebulle en sus asientos, irrumpe, estalla, delira en aplausos y gritos de bravo al concluir cada pieza.

Una a una se van desgranando arias de Verdi, Puccini, Cilea y, más adelante, canciones de Esparza Oteo y una romanza de Pablo de Sorozábal. Como encore, el estreno mundial de una canción de tintes nacionalistas, México, compuesta ex profeso por la presidenta de SIVAM, Pepita Serrano. Con Granada, del flaco de oro, se da el broche de ídem al concierto.

A lo visto y escuchado, la carrera del tenor mexicano, a sus casi 32 años, ha llegado a un punto en que pareciera que cualquier pieza le queda chiquita o, más coloquialmente, le "hace los mandados".

Su voz es potente, dúctil, nítida, de gran profundidad y poder de proyección, mientras su capacidad interpretativa no se queda atrás, y sea en los Do de pecho, a mezza voce o en pianissimos, no hay momento que no resulte estremecedor ni conmovedor. Deliciosamente apabullante.

La Sinfónica Nacional ha tenido gran actuación, con un sonido tan resplandeciente como hace mucho no se le escuchaba.

En tanto, el director Diemecke, contrario a su costumbre, se mostró sobrio, muy serio durante las casi tres horas del concierto, a excepción de cuando la agrupación interpretó Bacanal, de la ópera Sansón y Dalila, de Saint Saëns, durante la cual el músico se dejó llevar por el hechizo de la obra y contoneó todo su cuerpo a la manera de la mejor odalisca. 

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