Ojarasca 82 febrero de 2004

En los claroscuros del momento, sobre el desconsolador fondo de los desfiguros del poder panista y el avance inexorable de la injerencia extranjera en la conducción de nuestra soberanía, se distingue con nitidez la figura activa de los pueblos originarios que, pese a seguir condenados a ser los condenados, alcanzan victorias sin las cuales la arrogancia de los grandes capitalistas parecería incontenible.

Cacarear el "cambio" y no cumplirlo (por incapacidad o predeterminación) puede abrirse paso en las urnas, pero no en los hechos. Los pueblos traicionados de América están reaccionando donde los "cambios" no llegan o van a peor.

Hoy es Haití, donde el ya largamente descompuesto régimen de Jean Bertrand Aristide reprime las protestas populares. Se complica el escenario de violencia. El gobierno mata. Y se desmorona. Qué lejos de aquella revolución lavalás a principios de la década pasada, cuando el antiguo régimen de las familia Duvalier se fue por el caño de la historia y el padrecito Aristide encarnaba la esperanza, la democracia, el cambio.

Apenas ayer era Bolivia, y antier Ecuador (dondo el descontento viene de vuelta, pues el "cambio de Lucio Gutiérrez ya ni la burla perdona").

Los meses recientes confirman que no todo está perdido para los pueblos originarios americanos y los trabajadores. La migración forzosa (por pobreza y/o violencia) y el desempleo masivo son síntoma y fermento, no condición terminal.

Ni siquiera en un país como Chile, donde la conciencia nacional se encuentra tan postrada y la democracia tan frivolizada por los privilegiados, pues los pueblos (notablemente los mapuche) dan la cara y resisten a brazo partido. Sólo allí, y en Estados Unidos, se persigue la disidencia como "terrorismo", en apego a leyes de inspiración militar, confeccionadas a modo por los generales de los respectivos Estados.

El gobierno foxista, las cámaras y los partidos que las componen, las empresas cuyo poder se basa en el fraude y el abuso, las industrias y los bancos controlados por capital foráneo, se sostienen entre otras cosas gracias a los aparatos represivos y la legalidad del más fuerte.

En México también se fue (más o menos) el antiguo régimen. En todo caso, concluyó la dilatada narcolepsia del partido único. Pero los que prometieron entonces, ante la nación y ante la mismita virgen de Guadalupe, que representarían los intereses del pueblo y resolverían los conflictos, se engolosinaron de poder y con flojera mental olvidaron sus compromisos. Es difícil que una administración que ignora el valor de las palabras se crea obligada a cumplir las que dice.

Los pueblos originarios conocen y respetan la palabra, y logran victorias donde la Orden Superior es impedirlas. La autonomía en Suljaa y el sistema de seguridad y justicia basado en las policías comunitarias de Malinaltepec, Metlatónoc, Marquelia, Copanatoyac y Atlamajalcingo responden a la necesidad en las montañas de Guerrero y prueban su eficacia. Los yaquis y mayos de Sonora se movilizan. En Chimalapas y El Bernalejo las comunidades prevalecen por encima de los límites intra e interestatales con frecuencia artificiales. Los wixaritari (huicholes) de Jalisco le destuercen el brazo a la legalidad agraria, posibilitan la justicia y avanzan en sus reivindicaciones. Las juntas de buen gobierno en Chiapas hacen autonomía, hacen gobierno, caminan.

Mas el pueblo mexicano no acaba ahí. Tampoco el descontento, ni la voluntad democratizadora de verdadero cambio. Cuando las barbas del incumplidor y vendido Aristide (o De la Rúa, o Gutiérrez) veas cortar...

Es evidente que le cuesta trabajo, pero es hora de que el gobierno mexicano se ponga a pensar. Sería bueno para ellos, los que aún están en el poder, y en un descuido resulta que también para los pueblos, la población, nosotros, todos.

umbral




regresa a portada