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México D.F. Lunes 16 de febrero de 2004

Juan Arturo Brennan

Mr. Haden, Sr. Rubalcaba

No creo que sea muy descabellado afirmar que los horrendos principios que se ocultan detrás del concepto del fast food puedan ser extrapolados al ámbito de la música. En efecto, igual que la comida chatarra artificial y artificiosa, llena de engordantes y vacía de nutrientes, predigerida y empaquetada para el consumo masivo, la música chatarra se ha adueñado de una parte sustancial del discurso acústico de nuestro tiempo, con la conveniente complicidad de artistas, empresarios, medios, públicos y autoridades culturales. Pero también, de la misma manera en que ha surgido recientemente el movimiento que propone una vuelta al slow food, es posible hallar remansos sonoros en los que se privilegia una forma de expresión que yo no dudaría en llamar slow music, sin referirme solamente al tempo o a la dinámica, sino a toda una concepción musical pausada, meditada y contemplativa. Eso fue, precisamente, lo que ofrecieron el contrabajista Charlie Haden y el pianista Gonzalo Rubalcaba la noche del sábado en la Ollin Yoliztli: una soberbia velada de slow music, benéfico bálsamo contra la cacofonía cotidiana.

La diferencia generacional y temperamental entre el bajista estadunidense y el pianista cubano sirvió para reafirmar, por si hiciera falta, que hay pocas cosas más enriquecedoras para la música que la diversidad asumida y compartida. Esa diversidad puesta al servicio de un fin sonoro común, aunada al evidente entendimiento entre ambos y un respeto mutuo de altos vuelos, produjo una síntesis estilística de gran coherencia, un diálogo de iguales llevado a cabo en un lenguaje depurado y decantado con gran refinamiento. Si bien algunos bajistas contemporáneos han incorporado la vertiente seca y percusiva de su instrumento a su lenguaje interpretativo, Charlie Haden prefiere, como línea de conducta prácticamente invariable, ceñirse al discurso fluido y dúctil de sus cuatro cuerdas, con un estilo sólidamente anclado en las raíces clásicas del jazz. Por su parte, con la aguda intuición musical que lo caracteriza, Gonzalo Rubalcaba convirtió a su piano en un cómplice igualmente flexible y efectivo, intercambiando sutilmente con Haden el rol protagónico en el desarrollo de la música.

En diversos momentos del concierto fue posible detectar, fugazmente, algunas de las influencias asimiladas a lo largo de los años por Charlie Haden mediante sus colaboraciones con músicos tan diversos como Pepper, Jarrett, Hawes, Metheny, Bley, Garbarek, Cherry, Gismonti, Coleman, Parker, Navarro y otros más. A estos y otros puntos de referencia se sumaron esa noche otros dos elementos importantes: las sutiles referencias que Haden conserva de la lejana época en que hacía música country, y su evidente cercanía con algunos gestos musicales cabalmente latinos. En este sentido, es especialmente relevante su interés en la música de José Sabre Marroquín, compositor mexicano al que no se le ha puesto mucha atención en años recientes.

Es bien conocida la posición comprometida que Charlie Haden ha expresado a lo largo de su carrera respecto de importantes causas políticas y sociales, de manera que su dedicatoria del concierto del sábado a la paz mundial tuvo resonancia particular, honesta y creíble, a diferencia de las huecas afirmaciones similares que hacen nuestras vedettes y cantantes de reality show como parte de su disfraz mediático. En el mismo sentido, resultó igualmente bienvenida su defensa del arte, la cultura, la multiplicación de los públicos y la contemplación de las grandes obras, un asunto que para nosotros, en este momento, es de importancia trascendente.

Al finalizar el concierto, después de una lánguida y sensual versión de Solamente una vez, una mujer entre el público, buena melómana y conocedora, comentó que había extrañado las explosiones virtuosas de Rubalcaba, y que en su opinión Haden no lo había dejado crecer. Por el contrario, me parece que la simbiosis entre los dos músicos fue exquisitamente balanceada, sin predominio de uno sobre el otro. Después de todo, si bien es cierto que una de las vertientes del virtuosismo es la que se puede medir en la cantidad de notas por minuto y los decibeles producidos en el instrumento, el hecho es que la noche del sábado Haden y Rubalcaba dieron una espléndida demostración de otra cosa: el virtuosismo de la transparencia, la expresividad extrema en un murmullo, el valor supremo de la pausa y el silencio, temas sobre los que aún nos falta mucho por aprender.

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