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Guillermo Landa
La Preparatoria de Jocotepec es una escuela ejemplar. Sus estudiantes y maestros se encargan de la limpieza, la jardinería, el cuidado del material pedagógico, incluyendo el quisquilloso equipo cibernético. La directora (es tonto que no haya más mujeres en esos puestos. Es muy claro que son muy superiores a los hombres) gobierna con mano inteligente y el maestro de literatura, Manuel Flores es, por todos conceptos, un agitador que inspira y entusiasma a sus alumnos (la fil tiene mucho que ver en este renacimiento de la lectura en la Universidad de Guadalajara). Durante la charla sonaron con naturalidad cotidiana los nombres de Vallejo, López Velarde, Pellicer, Lezama Lima, Paz, Borges y Villaurrutia. Las preguntas fueron inteligentes y, sobre todas las cosas, prevaleció un verdadero amor por la lectura reflejado en la bien organizada biblioteca y en los paquetes recién abiertos que contenían los libros adquiridos en la fil de este año. Me acompañó el doctor Gabriel Gómez López, nuestro especialista en el tema fundamental de las torpemente calificadas como literaturas periféricas (es decir, todas las escritas fuera de París, Londres, Nueva York y Berlín) y autor de precisos ensayos sobre Kadaré, Istrati, Eliade y Ajmátova, entre otros "periféricos". Los dos recibimos la lección de una modesta escuela que tiene como eje y cerebro de su organización una biblioteca bien cuidada por todos y apoyada por los habitantes de la comunidad. Pienso que la multiplicación de estos pequeños centros de lectura será más útil que los proyectos babilónicos anunciados con bombo y platillos. Me quedé parado un rato contemplando, a la orilla del lago y a un paso del centro de Jocotepec, la antigua casa de ejercicios y de vacaciones de los jesuitas, la "Villa Josefina". Recordé mis lecturas del Retrato del artista adolescente,de Joyce y de Al filo del agua, de Yáñez y mi propia experiencia como participante en los "Ejercicios" de San Ignacio de Loyola. En una época esas memorias resultaban desasosegantes, pero, a estas alturas de la vida, ya no tiene sentido dramatizar y los recuerdos producen una especie de ambivalencia, pues son amables en lo que se refiere a las pláticas sobre la gracia, la compasión y la solidaridad, y ridículamente terribles cuando nos regresan a las descripciones de los castigos infernales y a las desesperanzas de los pecadores. La noche en que se trataban esos temas era difícil dormir y la certeza de nuestra maldad producía una angustia que ahora me sería difícil describir. No olvidemos que gran parte del repertorio pecaminoso pertenecía a las tentaciones y a los actos carnales. Yo no sentía que esas manifestaciones lujuriosas fueran demasiado graves. Los "malos pensamientos" me parecían buenísimos y los "tocamientos impuros" me resultaban naturales y muy emocionantes. En pocas palabras, por razones que ignoro y que no venían de la ideología dominante, mis puntos de vista sobre esos terribles pecados (todos mortales) no coincidían con los de los directores de los ejercicios y con los de la mayoría de los compañeros. Por eso evitaba hacer declaraciones sobre el tema e inventaba pecados barrocos que sin duda despertaban el morbo de los enfermizos confesores. Recordé hermosos días de sol en el clima benévolo de las riberas del lago. Por estas razones muchos escritores estadunidenses y europeos pasaron temporadas por estos rumbos. D. H. Lawrence, Tennessee Williams, Ginsberg, Ferlingheti, Marianne Moore y Huxley anduvieron por estas tierras llenas de bugambilias, tabachines, flamboyanes y jacarandas, y gozaron de los tenues crepúsculos de nuestro mar interior que, hace unos meses, parecía a punto de desaparecer y que, a pesar de su recuperación, sigue en peligro y requiere de cuidados especiales. De regreso a la fil y al tráfico cada vez más caótico de Guadalajara que ya compite seriamente con las pesadillas capitalinas, recordé con calma los días de la adolescencia y de la primera juventud y me quedé con los momentos de "esplendor en la hierba". Los demás deben ser olvidados, puestos de lado por la llamada mente filosófica. Este es un precario consuelo, pero es lo único que se me ha ido quedando en el hueco de las manos. HUGO GUTIÉRREZ VEGA |