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Jorge Moch
DESMENUZAR
LA TELERA |
Qué necedad de arrimado,
oiga usted, ponerse este gordo escribidor a diseccionar medios sin licencia
de analista, y más si se trata de la intocable Gran Diosa de la
Modernidad, que no, mi joven, todavía no es la internet esa náyade
electrónica a la que algo le falta para llegar a ser nereida sino
la omnipresente caja (que por cierto, a dieta de plasma y cristal líquido
ah, voces tecnológicas que enriquecen el lenguaje y le dan textura
de sílice adelgaza tanto, aunque mientras más flacas las
televisiones, más como el globo de don Joaquín de la Cantoya
y Rico, en alturas imposibles para la mayoría de nuestros rastreros
bolsillos), ésa que en prácticamente todos los hogares mexicanos
nos define como de naturaleza seudo machista y verdaderamente matriarcal.
La tele, que no el televisor. La consumación del esfuerzo
humano por abarcar más y mejor las cabezas, la atención de
los demás, desde las pizarras mesopotámicas y los xilógrafos
hasta ése que se perfila como su enemigo hoy y que no, caramba,
que la internet a la televisión la complementa o viceversa, ese
viejo pedantillo y proverbialmente obcecado que es don libro.
La televisión que lo mismo corona
la estulticia que la más amorosa entrega a la muy humana vocación
de comunicar, desde Chabelo hasta el National Geographic Channel. Y en
lo particular, la televisión mexicana, que lo mismo es cuna de lobos
que el instrumento gubernamental por antonomasia y feudo de Teletones y
escándalos y vehículo de crítica al sistema que, en
muy raras ocasiones, es crítica consigo misma pues, dicen los que
saben y serán esos asuntos algunos de los que serán manoseados
por este servidor de ustedes y de la Musa Eléctrica asegún
vaya domingueando esta tetraédrica columna, que también llega
a ser nido de víboras.
Afortunadamente para las críticas
pretensiones de quien esto escribe, no todo es miel sobre transistores,
y la televisión en no pocos aspectos representa aspectos harto cuestionables
de una de las industrias más fuertes del planeta a la par de los
hidrocarburos, las medicinas, la comida y las armas; el entretenimiento
sin responsabilidad es, sin duda, parte insoslayable del círculo
vicioso que más bien, no siendo la cosa ni tan fácil ni tan
maniquea, forma parte de otros viciosos perímetros y posiblemente
no sea más que una vuelta más de la espiral viciosa que se
sofistica en fractales y exapentas porque vaya bichos complicados le hemos
resultado al pobre planeta. Lo cierto es que la televisión, ay,
dichoso lugar común, es un elemento toral en nuestra cultura, la
humana toda, la del globo, y pues hay que poner el ojo, y el dedo que indaga
y también, por qué no, que acusa, en lo que constantemente
nos arroja al regazo.
La televisión es un instrumento
de propaganda comparable al cine estadunidense durante e inmediatamente
después de la segunda guerra, empleado por el Poder para inclinar
la terca balanza de doña justicia en favor de los vencedores indiscutibles
y su parafernalia guerrera. Pero algunos aspectos de esta propaganda propalada
por los monitores amarillistas porque se la pasan avisando que la alerta
del terrorismo sigue en yellow de cnn y Fox News en todo el mundo
reflejan cierta bondad, como el indicio irrecusable de elementales libertades
que se viven, por ejemplo, en el Afganistán post talibán,
donde la tele era, desde luego, uno de los protervos instrumentos del Maligno.
Después de casi doce años de prohibición inflexible,
una mujer apareció cantando viejos éxitos románticos
setenteros en lo que las bombas inteligentes dejaron en pie de la red emisora
afgana para el regocijo del público que se quedó en la época
de Yesenia. La baladista (¿bala o canta?, je) Salma reinauguró
un espacio que estaba vedado a las mujeres con el hierro de la brutalidad
que caracteriza todas estas prohibiciones torquemadescas del fanatismo,
y puso fin a un silencio mujeril que atropelló las cuestiones más
elementales para el afgano respetable desde la caída del régimen
comunista de Najibullah. Apenas un velito (adiós, chadores)
sobre la cincuentona cabellera y el teleauditorio de tan golpeada y pedregosa
nación pudo tararear la versión sufí de alguno de
nuestros hit paraders angelicamarianos. Bien por la telera en una
región en la que las poderosísimas emisoras del Imperio nos
pintan un cuadro que algunos sospechamos muy lejos de la verdad verdadera.
Salucita y, si le lloran los ojos, póngase gotas.
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