La Jornada Semanal,   domingo 1 de febrero  de 2004        núm. 465
Los altares
profanos de Gironella

Mercedes Iturbe

En este número recordamos al renacentista Barón de Beltenebros y nos asomamos a su obra plástica y literaria, así como a varios aspectos de su vida y de su personalidad. En estos días, el Palacio de Bellas Artes rinde homenaje a este artista original y poderoso. Publicamos también un ensayo de Marco Antonio Campos sobre nuestro Himno Nacional, sus avatares santaannistas y su entrañable carácter de canto de todos.

La pintura de Gironella no cuenta ni relata: es una descarga de imágenes que provoca en el espectador otra descarga", escribe Octavio Paz.

Nada me parece más exacto para definir la obra de Alberto Gironella que el término "descarga". Se trata de una pintura que impacta y desgarra, que puede incluso producir desconcierto y molestia, pero que difícilmente genera indiferencia.

Gironella trabaja con ideas que lo obsesionan, en su mayoría ideas literarias que en su proceso de análisis tritura, mastica y reinventa para entonces llevarlas a la superficie del cuadro. Las páginas de sus libros, convertidas en verdaderos objetos, son leídas y subrayadas por el pintor en un afán de rapto, de posesión, pero nunca de plagio. Gironella desprende del papel las ideas que le interesan y va hasta el fondo de las mismas; los libros y autores que lo conmueven se vuelven inspiración y esencia de su trabajo pictórico. Más allá del reconocimiento que tiene por ciertos libros, Alberto dialoga con los autores y, en un acto de complicidad, procede a transformar sus ideas en imágenes. Gironella dice que así como Valle-Inclán cuando se ponía a escribir tenía en cuenta grandes manchas de color, él, al momento de pintar, suele tomar en cuenta su aparato de textos o de lecturas.

Este texto está dedicado a Alberto Gironella, y pretende hacer énfasis en un triángulo esencial y definitivo, presente tanto en su vida como en su obra: el erotismo, las mujeres y la tauromaquia. Cada uno de los tres aspectos, vinculados entre sí, despertó en este artista, hecho de cuadros y de libros, un profundo interés pictórico y una inquietud existencial por la vida y la muerte.

Son varios los personajes literarios y los temas míticos y rituales que obsesionan a Gironella y una buena parte de ellos pertenece a la cultura española: Cervantes, Velázquez, Valle-Inclán, Gómez de la Serna, Buñuel, Carmen, las Reinas y la tauromaquia, entre los más importantes.

Alberto Gironella dice considerarse, al igual que Velázquez, un artista con don, lo que en el flamenco y en los toros sería tener duende. Se considera a sí mismo la reencarnación de Goya, Velázquez y el Greco; y manifiesta no haber conocido nunca a nadie que mostrara tanto desdén hacia todo como el matador de toros Manolo Martínez. Esa actitud permanente de indiferencia frente a la vida despertó en el pintor una gran admiración por el torero.

La tauromaquia no fue sólo una más de las herencias de la cultura hispánica que marcaron al artista. Para él, como para muchos otros creadores, la corrida de toros es una ceremonia, un acto de amor entre toro y torero, una tensión cadenciosa que acontece sobre el ruedo, una danza de seducción sangrienta que, de la misma manera en que pone en juego la vida, es capaz de provocar el placer absoluto. Sentir pasar de cerca al toro es más fuerte que el orgasmo, oí decir en una ocasión a un pintor que había sido torero.

En la fiesta brava, el erotismo está siempre latente y esto Gironella lo tenía muy claro. Sin embargo, la fuerza erótica presente en el escenario del toreo trasciende, en su caso, el universo visual para impregnar con un peso, quizá más importante, el universo intangible de las ideas. En un marco de sensualidad ritual, la ceremonia taurina recuerda, en cada pase, la fragilidad de la vida y el peligro de la muerte, y despierta en el público sentimientos convulsivos, o como los llamara Unamuno: pensamientos conmocionados. La revelación mágica del toreo con su música callada y su soledad sonora, magnificada por Bergamín, exalta los sentidos y es, también, una suerte de musa inspiradora que se transmuta en imágenes y en palabras.

La corrida de toros está revestida de una apariencia de sacrificio, que le confiere un valor pasional en la medida en que la perturbación que engendra la presencia de lo sagrado participa de la emoción sexual.

Gironella celebra y subraya el planteamiento de su amiga la escritora Rosa Chacel quien, en su libro Saturnal, sostiene que el acto de matar en el toreo es un acto de engendrar, y para el pintor no existe un acto más bello de amor que el acto en donde el que ama muere.

GIRONELLA ES CAPAZ DE trasladar las ideas sobre el erotismo a diferentes situaciones en las que intuye el aliento de la presencia femenina. En cierta ocasión el escritor Salvador Elizondo sedujo a Gironella con la siguiente idea: "Velázquez como artista fotógrafo, el que detiene el momento, el que fija la luz y el movimiento." Es decir, el fenómeno de suspender el instante. De esta idea surgió el texto y la exposición Camera oscura. Gironella pinta una serie de cuadros con Velázquez como personaje central sosteniendo una cámara en las manos y otro con el rostro del pintor convertido en cámara, de ahí, el salto a la visión erótica: "Qué cámara más oscura que el sexo de la mujer, cuenco de la vía láctea dónde se revela, no pocas veces, un problema de identidad", dice Gironella.

Esta visión sobre el lugar secreto y negro en el que ocurre la concepción, recupera la fuerza de la vida, a diferencia del planteamiento de Chacel de engendrar a través de la muerte.

En su profunda y compleja visión del erotismo, Gironella vincula la devoción y la injuria, la pasión y la violencia. Erotismo y mística van de la mano y se reflejan en la vida y en la pintura del artista.

La presencia del color rojo en su obra es una constante que muy probablemente esté vinculada a la sangre como símbolo de la vida, e igualmente de la muerte, en los toros; aunque el rojo puede interpretarse también como un sentimiento de rabia.

Este poeta de las imágenes, obsesionado por las repeticiones, en continuo diálogo con el pasado; íntimo y escandaloso, polémico y en perpetuo contacto místico con la cultura española trata a la pintura y a la mujer de manera semejante: utiliza frecuentemente en su obra personajes femeninos que, vinculados o no a su vida íntima, definitivamente lo obsesionan: les arranca la piel, los convierte en monstruos, los tortura y, en un sentido metafórico, los deforma y les hunde el estoque hasta matarlos.

Al igual que el toro de lidia, la pasión en Gironella está condenada a un final trágico e inexorable y, probablemente, la interpreta en su propia obra como el camino hacia la muerte.

Su paradigma de mujer es la Reina Mariana, a la que pinta y transforma utilizando elementos formales de otros pintores a quienes admira, como Tapies, Rauschenberg y, particularmente, Louise Nevelson (posiblemente la única artista plástica del género femenino sobre quien Gironella hace referencia en sus comentarios y entrevistas). En los cuadros de las reinas, también respiran las ideas que provienen de los libros. Con la mezcla de las imágenes literarias y los elementos formales crea lo que él llamaría, con gran acierto, óperas pictóricas.

La realidad y el deseo lo llevan a pintar una Reina Mariana única. Gironella recuerda que la reina fue acusada de bruja y menciona una visita que hizo al museo Lázaro Galdiano, en Madrid, en donde vio un cuadro en el que una bruja está untando a una mujer cuyo rostro, conforme la unta, se transforma en perra. La imagen lo llevó a pintar a la reina con cara de perra. Además de transfigurarla, la sacrifica hasta matarla y disminuirla a una cabeza de perro disecado. El personaje es, a la vez, un ser deseable y detestable. Gironella crea su propia corte, su Reina Mariana y sus Meninas que ya nada tienen que ver con las de Velázquez. Para el pintor la creación era convertir algo en otra cosa.

El artista revela en la manera pictórica de tratar a la Reina Mariana esa mezcla de amor y odio, fascinación y rechazo que siente por las mujeres. Este sentimiento doble se vincula, una vez más, con la vida y la muerte.

ALGUNAS REFERENCIAS QUE RESULTAN apasionantes para Gironella son las relativas a Carlos ii, cuando iba al pudridero con sus mujeres para ver los cadáveres de sus ancestros y consumar luego sus relaciones eróticas, y al pintor sevillano Juan Valdés Leal, que pinta a Don Juan en proceso de descomposición. En ambos casos se trata de problemas que relacionan el suplicio y la fragilidad de la carne en los que, para Gironella, también está presente el misterioso placer que él mismo experimenta y hace suyo diciendo: "Es mi mundo, mi espacio y mis personajes."

"La tortura es la transmisión fenomenal de una pasión. El artista siempre es su propio personaje", escribe Salvador Elizondo en el texto para Gironella sobre los pudrideros ópticos.

En el inicio de la década de los noventa, Alberto me propuso la idea de hacerme un retrato, invitación que acepté gustosa. Después de varias sesiones en las que posé para él, el retrato inacabado formó parte de la exposición Tren de vida que reunía cuadros de mujeres y reinas. Una mañana, el pintor asistió a la Alhóndiga de Granaditas a visitar la muestra con una crítica de arte, pero los custodios del lugar no habían abierto las salas en donde se presentaban los cuadros. Esto le provocó una incontenible cólera que lo llevó a levantar la exposición y a insultarme en el Jardín de la Unión de Guanajuato enfrente de una multitud. Durante un año no nos dirigimos la palabra. Pasado ese tiempo, un día me atreví a preguntarle por teléfono si no pensaba terminar el retrato, entonces me respondió: "Si vieras que el cuadro, sin mi intervención, ha seguido su proceso y ahora como en las pinturas de Valdés Leal ya empiezan a salir gusanos por tus ojos."

ESE SENTIMIENTO TRÁGICO SOBRE las posibilidades reales del amor que habita a Gironella se intensifica cuando descubre el poema "El cuervo", de Edgar Allan Poe. Se advierte tocado por su belleza y originalidad y se hace cómplice de la dolorosa voluptuosidad del amante y del "Nunca más", es decir, del enigma de la imposibilidad en la relación amorosa a la que alude el poema. A partir de aquel encuentro revelador, Gironella utiliza la presencia del cuervo en varias de sus obras.

Hay pinturas, objetos y dibujos en las que el cuervo es el personaje único, parado sobre un mantón y, como fondo, un capote de paseo que resalta su enigmática negrura. En el cuadro Carmen, la mirada perdida del personaje mítico se refleja en el sueño del espejo mientras ella misma adivina su suerte con las cartas y el cuervo la vigila en la complicidad de lo imposible. Ambos son vaticinio de la tragedia.

En más de una de sus películas, sobre todo las primeras, Luis Buñuel hace el mismo planteamiento sobre aquello que impide alcanzar el clímax de la pasión, idea muy frecuente entre los surrealistas. Ésta, entre muchas otras coincidencias esenciales, llevan a Gironella a considerar a Buñuel, además de un amigo entrañable, uno de los creadores por quien más respeto y admiración sintió. Ambos estaban habitados por una gran austeridad y por una visión profunda de las cosas. En una ocasión Gironella declaró que la mayor influencia en su pintura era, sin duda, Buñuel. "Buñuel es para mí –en todos los sentidos – un ideal a alcanzar: su humor, su visión de la realidad, del sueño, y hasta su estilo de vida. Lo envidio profundamente."

En el libro Biografía Crítica de Luis Buñuel, de Francisco Aranda, Gironella subraya: "Y la gran virtud de Buñuel consiste en rehusar entramparse en la deslumbrante telaraña de la lógica y el idealismo que intenta enmascarar la verdadera naturaleza del hombre…"

Sin embargo, a diferencia de la gran ternura de Buñuel, el inconmensurable apasionamiento de Gironella fue siempre rabioso y, como lo describe Francisco Calvo Serraller: "quien así define su camino, se encuentra, por fuerza, enfrentado a la soledad, marchando en solitario, en conversación con los fantasmas".

En su soledad y ese posible diálogo con los espíritus, Gironella construye, tanto en la pintura como en el amor, un monólogo erótico alejado de las evidencias cotidianas. Busca aproximarse a lo absoluto y, por lo tanto, vive el erotismo como un sentimiento, una idea, un pensamiento conmocionado que nada tiene que ver con la representación de una pareja haciendo el amor.

Uno de los cuadros con el tema de la tauromaquia verdaderamente sorprendente es Ana o la mariposa en el que el artista plasma la tragedia, la ceremonia y el erotismo encarnado en el personaje femenino. Cargado de simbología erótica personal, realiza el cuadro recordando a una mujer española que, según sus propias palabras, "fue una mariposa revoloteando en mi luz".

En las dos pinturas sobre el pase de la mariposa predominan los rojos y los negros acompañados de otros símbolos como el número 8 que para Alberto representa distintas cosas, desde el día de su cumpleaños, hasta el infinito.

La mujer ocupa en esta obra el lugar del torero sobre la arena; una sensación de acariciada catástrofe produce un vértigo en el que coinciden el horror y el placer: unión y combate, ceremonia de sacrificio.

El rostro femenino refleja un éxtasis semejante al de la Santa Teresa, de Bernini, y su sexo se abre para recibir al toro. Está dispuesta y entregada. Gironella la coloca en el centro del drama mítico que conduce a la muerte, pero también a una eternidad embriagante.

La tragedia encarnada en el erotismo y en la tauromaquia se extiende a Carmen, cuyo mito fascina a Gironella. La elige como una presencia ceremonial para su obra; surge de sus pinceles una imagen poderosa de Carmen recostada con una guitarra y otra Carmen provocadora y sensual echando las cartas sobre un lecho carmesí, con las piernas cubiertas de encaje del color del cuervo que la acompaña. Estas escenas tienen para el artista una carga erótica mucho más contundente, sustentadas en la vitalidad de la ficción perenne.

Crear este tipo de personajes es una manera de aproximarse al milagro y pocos seres surgidos del mundo de la ficción salvan el abismo que los conduce a la perennidad, entre ellos está Carmen: una mujer que prefiere la muerte antes que ceder un ápice de su independencia. Sin embargo, reconoce y aprecia los lazos del amor con la misma adicción que su libertad.

El destino de Carmen y su condición de gran personaje del arte, "mitad espejo y mitad sueño", como lo afirma George Steiner, seducen a Gironella, quien la recrea a través de diversas mujeres. Pintarla es una manera de perseguirla, de apropiarse de su luminosidad de muerte, de poseerla en el cuerpo de sus modelos para destruirla y acercarse, por la vía del erotismo, a su propia muerte.

El erotismo surge como idea en el ser humano cuando éste adquiere conciencia de la muerte. El erotismo, a juzgar por las apariencias, dice Bataille, está vinculado al nacimiento, a la reproducción que, incesantemente, repara los estragos de la muerte. Bajo la misma visión profunda y esencial del erotismo, Gironella percibe al sexo femenino como una "camera oscura" que cuando se fecunda propicia un acto de revelación total. Identidad e imagen tomadas de la mano.

Tanto la muerte como el erotismo han resultado abrumadores para el ser humano ya que alteran el orden establecido y se viven como una violencia que interrumpe el ritmo regular de las cosas.

Las figuras del mundo mítico, como Carmen, están sujetas a una constante interpretación de la existencia a partir de la libido en la que interviene una especulación que, cada vez más, separa el placer de su función propiamente animal. La procreación, con su referencia original al cosmos, al poder creador, cede su lugar a la experiencia del éxtasis. El erotismo como dador de vida y camino inexorable hacia la muerte fue un leitmotiv en la obra de Gironella.

Desde las Reinas hasta Madonna, el pintor sintió siempre esa necesidad convulsiva de la repetición que lo conducía, una y otra vez, de la muerte a la resurrección. Gironella, fiel a sus obsesiones, reúne objetos, los guarda; de pronto, sus lecturas o sus sueños le provocan ideas, le despiertan fantasías que se le imponen de súbito para llevarlas al cuadro.

Su vida transcurrió a lo largo de acalorados, violentos y silenciosos días, acompañados de sus noches furiosas y solitarias. Durante ese tiempo, como si estuviera vistiendo a una mujer, Gironella configuró sus altares profanos, colocando medallas, sortijas, abanicos, zapatos, pinceladas y descargas de ideas provocadoras cuyo propósito final fue y sigue siendo la transgresión.

Mercedes Iturbe, México, es psicóloga, estudió Historia del Arte en la Sorbona y ha dirigido, entre otros, el Salón de la Plástica Mexicana, Promoción Cultural de la SEP y el Festival Internacional Cervantino. Fue condecorada con la Orden de Caballero de Artes y Letras por el gobierno francés.