Jornada Semanal, domingo 1  de febrero  de 2004            núm. 465

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

LLUÍS LLACH (I de III)

Si a un mediano conocedor de los llamados cantautores (término que se divulgó a partir de los años sesenta alrededor de los cantantes "comprometidos", pero que excluye a personalidades no menos cantautoras como Agustín Lara, Edith Piaff o Los Beatles, como si, estrictamente, no se connotara que cantautor es quien canta aquello que él mismo compuso) se le propusiera razonar un somero catálogo de los así llamados en España, es probable que enumerados Víctor Manuel, Luis Eduardo Aute y Joan Manuel Serrat, los dedos de una sola mano comiencen a quedar sobrados al tratar de pensar en otros… De sugerirse el nombre de Cataluña, seguramente se reiterará a Serrat y, en caso de alarde, a Raimon; muy pocos, por lo menos en México, ofrecerían el nombre de Lluís Llach, el más joven de la generación del llamado nou cant, el más talentoso compositor de todos ellos y, fuera de Cataluña y España, un casi perfecto desconocido, condición que corrobora las maldades del llamado sistema de mercado publicitario que flagela a las artes, pues no se divulga ni se conoce ni se disfruta necesariamente de lo mejor, sino casi sólo de aquello que los sistemas de estrellismo han "consagrado" para consumo general.

Seguramente se han publicado varias cosas acerca de Llach por estos territorios; de lo reciente, sólo he hallado el luminoso e informado artículo "Lluís Llach, la soledad iluminada", de Efrén Minero, publicado en Síntesis, de Tlaxcala, el 23 de mayo de 2003 (Efrén –narrador y ensayista– es uno de los hombres mejor enterados de la música contemporánea en todas sus versiones y su sensibilidad no admite discusión). ¿Cómo conocer a Lluís Llach en México? Salvo acertar con el bienaventurado acontecimiento de que estaciones como Radio Educación, Radio Universidad o alguna transmisora radiofónica cultural de los Estados programe a la hora del clic cierta música de Llach (y, hay que admitirlo, aunque de difusión meritoria, casi siempre se transmite música grabada "en vivo" y las mismas canciones, pues nunca falta la infaltable "L’estaca"), el recurso ordinario es la intermediación de algún amigo que, conociendo la música de Llach, esté dispuesto a revelarlo… lo cual no es acontecimiento inverosímil, pues los llachianos suelen convertirse en misioneros y evangelizadores de esa fe estética nacida en Cataluña, entusiastas lanzadores de botellas al mar.

Un changarro, que revende discos usados a una cuadra del mercado de Mixcoac, tuvo en su aparador el álbum doble Camp del Barça. 6 de juliol de 1985 durante dos años, y le rebajó el precio tres veces durante ese tiempo, pues nadie lo adquiría, hasta que quien esto escribe lo descubrió y lo compró el día de ayer (pesquisidor que sigue buscando Viatge a Itaca, inverosímilmente ubicado en una tienda de discos en el Puerto de Veracruz, sucursal de una cadena capitalina).

Los aficionados a Serrat le son fieles hasta la ignominia porque éste cuenta con un aparato publicitario fundado en el hecho de haber abandonado el catalán para cantar en castellano durante un remoto festival de los años sesenta. Aunque "rebelde", Serrat obtuvo la bendición del mercado franquista y las puertas de América, lo cual le permitió convertirse en una seña de identidad generacional, no obstante ser autor de, cuando mucho, cinco discos meritorios entre finales de los sesenta y principios de los ochenta. Lo demás, en él, sólo ha sido conmemoración de una nostalgia irreparable. Y si menciono a Serrat no es porque pretenda fundar los méritos de Llach sobre los deméritos de aquél, sino porque el autor de Mediterráneo pareciera el pararrayos de la canción catalana (hay que admitirlo: ha tenido la generosidad de grabar música de sus casi desconocidos compañeros).

Juntados todos los llachianos del país, no llenaríamos la Sala "Carlos Chávez" de Cultisur, pero ahí se encontrarían Germán Dehesa, quien reveló a Llach a un grupo de alumnos suyos durante el decurso de una cena, en su casa, hace poco más de veinticinco años (atacó, alevosamente, con esa obra mayor que es Campanades a morts), entre quienes estaban Blanca Luz Pulido y José Luis Arcelus; se sumarían el poeta Ángel José Fernández, el ermitaño Efrén Minero, el incisivo Luis Tovar y otros más cuyo nombre es el de una pequeña Legión (si se tolera la paráfrasis bíblica), pues se cuentan con algo más de veinte dedos… Como dijo el poeta Fernández, "somos pocos, pero tenemos la fortuna de conocer y disfrutar, en México, a Lluís Llach". 

(Continuará.)