Jornada Semanal,  domingo 1 de febrero  del 2004             núm. 465
Para María Cecilia Silva Díaz

En Vida de Pi, el hilarante y complejo libro del canadiense Yann Martel, el protagonista, un hindú nacido en Pondicherry, se presenta así: "Mi nombre es el nombre de una alberca." No sólo por eso la infancia de Pi es extraordinaria: crece rodeado de las mascotas más inusitadas en el zoológico de la ciudad, donde sus padres son dueños y administradores. Además es devoto del hinduismo, el cristianismo y el islam. La novela es la historia de sus devociones, de su fascinación por los animales y de su naufragio y supervivencia en una balsa, acompañado por una cebra, un orangután, una hiena y un tigre de Bengala llamado Richard Parker.

Volvamos al nombre: sus padres, contagiados del entusiasmo de Francis Adirubasamy, socio y amigo de la familia, nadador en Francia en su juventud, decidieron llamar al hijo como la alberca preferida de su amigo: Piscine Molitor. Pero a pesar del entusiasmo deportivo que impulsó esta decisión, el nombre fue un semillero de incordios y convirtió a Piscine en el blanco de las burlas escatológicas de sus compañeros de escuela. Pondicherry es un rincón francófono en el vasto subcontinente angloparlante: Piscine naturalmente se convirtió en pissing, "orinando". "La burla podía enmudecer, pero la ofensa permanecía, como el olor de la orina cuando ya se ha evaporado." Un día, harto de que hasta los maestros pronunciaran mal su nombre, Piscine corre al pizarrón y proclama su nuevo apelativo: Pi Patel. ? = 3.14. "Así, en esa letra griega que parece una choza con un techo de lámina, en ese número escurridizo e irracional con el que los científicos tratan de comprender al mundo, encontré refugio."

La relación del protagonista con su nombre es un tema recurrente en la narrativa hindú contemporánea, un leitmotiv inseparable del problema de la identidad racial, religiosa y personal: en Los versos satánicos, de Salman Rushdie, Gibreel, "cuando está cansado, de buena gana asesinaría a su madre por haberle puesto un mote tan condenadamente ridículo"…; Vishnú se llama el mendigo moribundo en La muerte de Vishnú, de Manil Suri, nombre sobre el que se teje el análisis de las relaciones entre vecinos de distintas religiones que constituyen el libro; en The Namesake, de Jhumpa Lahiri, que podría traducirse como El homónimo, un niño es bautizado Gogol por su padre, un inmigrante bengalí que ama la literatura rusa. La forma en la que Pi aborda el problema de su nombre es reveladora: está avalada por Simón, llamado Pedro; Saulo de Tarso a.k.a. Pablo; por Judas, el Tadeo. La solución es una letra griega con valor matemático, un acercamiento a la ciencia. A lo largo de esta novela en la que hay elementos de fábula mezclados con rasgos de Kipling y Defoe, el personaje zanjará problemas religiosos, morales y prácticos con esa misma mezcla de fervor e inventiva.

Los dos temas que atraen el afecto y la inteligencia de Pi antes del naufragio son Dios y los animales: los otros. Para ciertos creyentes el ser humano participa de lo divino, pero sabemos que ni los animales ni los dioses son humanos. Las epifanías y los éxtasis son, con el inventario de fisonomías animales, lo que otorga su extraña fuerza a la primera parte de la novela. El sangriento, a veces nauseabundo relato de la supervivencia de Pi al mar y al tigre, constituyen el vigor de la segunda.

En el tratamiento de los fenómenos divinos Martel usa una prosa llena de detalles concretos. Cuando Pi manifiesta su extrañeza al saber que Dios Padre permitió la muerte de Su Hijo, lo compara con Krishna, quien de niño, al ser acusado de comer tierra, abre la boca para que su madre, Yahoda, vea que no era cierto. Yahoda "ve en la boca de Krishna el Universo […] ni un guijarro, ni una vela, criatura, aldea o galaxia faltaba, incluida ella misma y cada mota de polvo en su lugar verdadero". Pero es en el lirismo lleno de humor de los retratos animales que Martel despliega sus poderes: en las imágenes de ratas, hienas, cabras, rinocerontes, y sobre todo en las descripciones del tigre, por turnos amorosas, pávidas y triunfales. Richard Parker es "la joya aciaga" de Borges, la luz brillante de Blake, el otro lejano y próximo, materia perfecta y perecedera con quien compartimos el planeta.

A la pregunta que tantos se hacen escudriñando el cielo; al ¿estamos solos en el universo?, esta novela me enseñó a contestar: no.

Los animales son nuestra portentosa e insondable compañía.

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