La Jornada Semanal,   domingo 1 de febrero  de 2004        núm. 465
Cuentos de Arrabal 
en contrapunto a la obra pictórica de Gironella

Fernando Arrabal

"Hijo mío, hijo mío".

Por fin encendió una lamparita y vi su cuerpo. Pero su cara quedó en la oscuridad.

Yo le dije "Mamá".

Me pidió que la abrazara. Y sentí sus uñas clavarse en mis hombros: pronto noté la humedad de la sangre.

"Hijo mío, hijo mío, bésame".

Me acerqué y la besé. Y sentí sus dientes clavarse sobre mis labios: la sangre corrió por mi cara, húmeda.

Se separó de mí un instante y pude ver su vientre. Dentro de sus entrañas había un ternerito que dormía. Y la cara del ternero era mi cara.

Cuando entré en la habitación se me acercó un niño; dijo que hacía tiempo que me esperaban. Las paredes de la habitación estaban llenas de pies cortados, mordisqueados y ensangrentados. Junto al niño había un perro con una caperuza de diablo que parecía reírse de mí.

El niño llevaba una especie de sotana y tenía muy poco pelo, como si empezara a volverse calvo. Con su voz chillona gritó: "Ya ha venido, ya ha venido." Y de todas partes surgieron risas estridentes.

El niño me dijo que me sentara, sacó un enorme cuchillo y me cortó un pie. No me atreví a decir nada. El perro mordisqueó un instante el pie ensangrentado.

El niño me dijo que esperara aún un momento. Entonces, con el cuchillo, me cortó el otro pie y se lo echó al perro. A mi alrededor la gente rió a carcajadas.

Vino el cura a ver a mi madre y le dijo que yo estaba loco.

Entonces mi madre me ató a la silla y el cura, con un bisturí, me hizo un agujero en la nuca y me sacó la piedra de la locura.

Luego entre los dos me llevaron, atado, a la nave de los locos.

Ella me dio un ramo de flores, me puso una chaqueta roja y me subió sobre sus hombros. A la gente le decía "Como es un enano tengo que llevarlo así, tiene complejo de inferioridad." Y la gente se reía.

Como iba muy de prisa tenía que agarrarme bien a su frente para no caerme. Alrededor, formando una especie de calle había muchos niños; a pesar de que yo iba sobre ella apenas les llegaba a las rodillas. Y todos reían. Y ella explicó que no debían reírse, porque yo era muy susceptible. 

Todos reían a carcajadas.

Ella corría cada vez más; yo veía sus pechos al aire y su camisa que flotaba al viento. La gente cada vez reía más, las risas parecía cacareos.

Por fin me dejó en el suelo, y desapareció. Un grupo de gallinas verdes gigantescas se acercaron a mí. Yo no era mayor que sus picos que se aproximaban para picotearme.

Bajo la mesa ella y yo nos abrazamos. Gracias a las faldillas no nos podían ver, pero yo temía que nos sorprendieran.

Un gran sapo se metió también debajo y gruñó. Quise salir, pero ella me pidió que la siguiera acariciando y me di cuenta que sus pechos se habían convertido en falos.

Ella me dio un cuchillo para que matara al sapo. Le atravesé la garganta, pero el sapo con sus patas movió el cuchillo hasta hacerse un agujero en el cuello por el que comenzaron a salir ranas. Las ranas hacían mucho ruido y se nos subían por todas partes.

Para que las ranas no nos molestaran nos metimos en una cuba llena de sangre. Allí seguí acariciándola y me pareció sentir que su cuerpo estaba cubierto de falos.

Por fin mi madre levantó las faldillas y todo se iluminó. Entonces vi que ella era un gran sapo amarillo.

Fernando Arrabal, España, dramaturgo, narrador y cineasta, fue fundador, junto a Alejandro Jodorowsky, del movimiento “Pánico”. Ha escrito, entre otras: El triciclo, Tormentos y delirios de la carne, Baal Babilonia, La hija de King Kong y El mono o Enganchado al caballo. Como director de cine es autor deViva la muerte, Iré como un caballo loco, El árbol de Guernica y La traversée de la Pacific. En 2001 recibió el Premio Nacional de Teatro de España.