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México D.F. Jueves 29 de enero de 2004

Margo Glantz

La Isla y la noche

Viví varios años en París, el bulevar Saint Michel estaba adoquinado y durante algunos meses me alojé en un hotel pequeñito del barrio latino situado en la rue Serpente, cerca de Monsieur le Prince, en el año memorable de 1953, cuyo invierno fue muy crudo. En octubre pasado, en el año de Gracia de 2003, cuando se cumplían exactamente 50 años de haber visitado esa ciudad por primera vez y donde permanecí cinco años, volví al hotel donde nos alojamos hace medio siglo mi primer marido y yo, ahora un pequeño hotel de tres estrellas, con un lobby elegante, restaurado, luminoso, de donde ha desaparecido, al lado de la puerta, un letrero en metal niquelado con letras negras que anunciaban que había ''gas à tous les étages".

Los cuartos de hotel eran pequeños y sólo tenían un lavabo y un bidet, y en cada piso, en un recodo de las retorcidas escaleras que hacían juego con el nombre de la calle, un excusado cuyo inclemente olor me acompañó todo un invierno.

Luego nos mudamos a un hotelito del Parc Montsouris y por fin a la Casa de México de la Ciudad Universitaria, donde vivimos los cuatro años siguientes. Allí conocimos a Enrique González Pedrero y Julieta Campos, quienes desde entonces y a pesar de haberse encontrado hacía relativamente poco eran ya una pareja estable.

Uno de mis primeros recuerdos de París fue un mitin en favor del presidente Jacobo Arbenz, en el que Enrique tuvo una participación muy importante, en esa época cuando en Guatemala se reiniciaba otro largo periodo de dictaduras y genocidios, por desgracia aún vigente.

Julieta estudiaba literatura francesa, era delgadita, como Enrique; el pelo lo tenía oscuro, hablaba muy lento y con un marcado acento cubano, un acento que a Fernand Braudel (importante historiador y autor del clásico libro sobre el Mediterráneo, director además de tesis de Paco López Cámara) le gustaba mucho, porque le parecía ''más sabroso" que el de los mexicanos.

Comíamos en el restaurante universitario: las becas eran exiguas, aunque hubo algunos becarios ricos, tanto que, hablando de uno de nuestros compañeros, habitante de la Casa de México e hijo de un político que tenía un coche de carreras alemán, Joaquín Gutiérrez Heras comentó que su beca le servía apenas para ''argent de Porsche".

Nosotros vivíamos de la beca, solíamos romper la rutina y comíamos en un restaurante cercano e invariablemente pedíamos como postre un Mont Blanc, puré de castañas y crema chantilly, cuya simple mención aún me provoca reflejos pavlovianos. Quizá en ese mismo bistró, Paco y Enrique jugaban al futbolín de manera encarnizada, antes de que les diera por jugar largas partidas de ajedrez o discutir sobre política.

Y los recuerdos se agolpan, junto con otros: Julieta me ha enviado su reciente novela, La forza del destino, en la que cuenta -en 777 páginas- la historia de su familia y la de la isla, porque como Martí ella tiene dos patrias, ''Cuba y la noche".

Esa Cuba donde estuve en 1961 y viví la invasión de Bahía de Cochinos, allí compré en El Encanto, tienda que habría de ser volada por una bomba, una falda color azul eléctrico tan entallada que mi figura se volvió, al usarla, esteatopígica, seguramente por el oculto deseo de parecerme a las hermosas mulatas que caminaban suntuosamente por los malecones. Alguien me reconvino, me avergonzó porque, dijo airado, que Ƒcómo me atrevía a vestir así en una reunión histórica en la que se decidía el futuro de la democracia? Ningún ruso, ningún chino, ningún centroamericano y es obvio, ningún cubano, encontró nada raro en mi vestimenta.

La novela de Julieta empieza con un coro de voces, ocupa simétricamente otras 70 páginas del libro; las voces de quienes hablan allí siguen empeñadas en narrar a la Isla, son muchos: los escritores, los poetas, los políticos, los que viven en Cuba y los que han salido de ella, Fidel y el Che, Camilo Cienfuegos y Máximo Gómez, Martí y el Almirante de las Islas del Mar Océano, María Zambrano y Jorge Mañach, Eliseo Diego y Cintio Vitier, Abilio y Cabrera Infante, Faustino Pérez y Camilo, Miami y La Habana, Matanzas y Varadero:

''He dicho que por fin comenzamos a vivir nuestros hechizos. He dicho que podemos empezar. Empezar siempre. Estamos en 1959. Estamos en el principio. Me llamo Lezama Lima... ƑCómo es posible seguir naciendo aquí, en esta Isla invisible?ƑEn esta Isla improbable? ƑEn esta Isla imaginaria? Ƒ En esta Isla que no está en ninguna parte? ƑEn esta Isla que sólo fue un espejismo del Almirante?"

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