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México D.F. Jueves 29 de enero de 2004

Olga Harmony

Postales

Es excelente que Boris Schoemann brinde el espacio del Teatro de la Capilla, que tiene en concesión, a montajes que no encuentran acomodo en los escenarios cuya vocación sería acogerlos, pero cuya demanda supera con creces a la oferta. El único problema es que la atención de los medios y del público que podría ser atraído por éstos deja que muchas obras pasen desapercibidas porque no existen los canales de difusión que les sean propicios. A veces, por alguna recomendación, me ha sido posible ver alguna escenificación interesante y ahora, por invitación del autor y director Martín López -a quien ya se le conoce como excelente vestuarista- asistí al estreno de su opera prima, Postales, que pienso que debe atraer la atención más allá de una muy corta temporada de los miércoles, y aun dentro de ésta, porque se trata de un debut muy prometedor.

El autor sitúa en el Nueva Orléans de los años 30 y sobre todo 40 -y en décadas sucesivas- la historia de Isabel, como un ''monólogo a dos voces" en el que interviene un actor que hace diferentes papeles, principalmente el del capitán, padre de Isabel y marino mercante (posiblemente ubique en un puerto de Estados Unidos la acción por esto, y por el juego del Queen Mary en el que se desea embarcar la protagonista y que sin duda es el número II, en clara nostalgia por el inaugurado en la tercera década del siglo pasado. También la idea de los concursos de baile corresponde a la gran depresión estadunidense y años subsecuentes y no se corresponde con la sociedad mexicana) que le envía postales desde cada puerto de embarque. Las postales paternas despiertan la fantasía de la hija y a cada postal corresponde una aventura del imaginario capitán Jackson y de la enana Chabelina -nombre de una muñeca negra obsequiada por el capitán a la niña- que son escenificados por ambos actores, entreverados con la biografía real de Isabel en sus diferentes épocas, la presencia de la madre, sus noviazgos, su amistad con Tomás, su rencor hacia la amiga-rival Claire y su matrimonio.

El dramaturgo logra unos caracteres muy bien definidos, sobre todo el de esta mujer cuyo juego imaginativo, más bien viril en cuanto a las aventuras que imagina y alejado de cualquier estereotipo femenino, es sustentado por la relación con el padre lejano, mucho más fuerte que la madre ausente y presente siempre en su memoria, o la de la tía con la que llega a convivir, que le ha despertado también una gran pasión por los barcos. El juego del capitán Jackson y Chabela se va expandiendo hacia sus amigos y los lleva a un final un tanto inesperado. Quizás en esta primera incursión en la dramaturgia -yo le conocía otra, muy fugaz, para un performance en el MUCA- Martín López debería haber constreñido un poco su material, ya que por momentos sufre caídas y aparenta finales cuando la acción continúa, en un texto circular cuyo final debe reservarse.

La dirección, en la que también es primerizo, ofrece soluciones muy imaginativas, aunque acusa una fuerte influencia de un talentoso director de la generación anterior. Las influencias, cuando se empieza sin ánimo parricida, son legítimas, aunque es de esperarse que Martín encuentre pronto un lenguaje más propio porque es evidente que tiene talento, como lo demuestran su limpio trazo escénico y la manera en que utiliza el agua de la vieja bañera y los diferentes objetos, incluido el tesoro que con tanto afán buscan los seres imaginados por Isabel y que es una liga más con su infancia, o el uso indistinto de las dos maletas para los cambios de vestuario -éste debido al propio director. La iluminación de Matías Gorlero apoya mucho la escenificación, con espléndidos momentos como el del reflejo del agua de una bandeja en el rostro de la actriz. La coreografía de Cecilia Appleton, en los momentos de swing, contribuye también al montaje y le añade una gran vivacidad, amén de ambientar la época y darnos datos mayores acerca de esta contradictoria mujer, ávida de aventuras en su interior e inmóvil en el puerto de su infancia que siempre se apresta a abandonar. Se agradece que Claudia Trejo no deba hacer de niña, ya que es la adulta la que cuenta la historia, y tiene un buen desempeño -excepto su extraña manera de cortar las frases- al igual que Eduardo Castañeda como el capitán.

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