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México D.F. Jueves 29 de enero de 2004

Angel Guerra Cabrera

ƑElecciones?

El arranque de las primarias del Partido Demócrata, de donde saldrá su candidato a los próximos comicios en Estados Unidos, ha-ría verosímil una eventual derrota de George W. Bush entonces, si el proceso electoral fuera limpio. Esta conclusión se derivaría de los informes sobre ese ejercicio en los estados de Iowa y Nueva Hampshire. Según sondeos, los electores demócratas e independientes acudieron a las urnas decididos a sacar de la Casa Blanca a su actual inquilino y poner fin a la guerra en Irak, al decaimiento de la economía, del empleo y de los servicios de educación, salud y seguridad social. Es significativa la inesperada ventaja de tres puntos sobre el presidente en la preferencia de los electores a escala nacional atribuida al senador John Kerry, vencedor en las dos primarias, por una encuesta publicada esta semana en la revista Newsweek.

Pero es temprano para echar campanas al vuelo. En primer lugar, no será fácil desalojar a Bush de la Casa Blanca por vía electoral, aunque los demócratas consigan más votos. Prueba de ello es que en 2000 el hoy presidente llegó al cargo pese a haber obtenido medio millón de sufragios menos que su contrincante Al Gore, gracias a que una Corte Suprema, mayoritariamente conservadora, legitimó el escandaloso fraude electoral en Florida al ordenar que se detuviera el recuento de votos y adjudicarle arbitrariamente la victoria. (Amplia documentación sobre el fraude en el estado sureño y en todo el país puede leerse en la página web del periodista Greg Palast, pero existen no menos de media docena de autores que lo han investigado y demostrado exhaustivamente.) En segundo lugar, de entonces acá la mafia petrolera y militarista encabezada por Bush ha acopiado enormes recursos económicos y poder político, ha tomado medidas para reiterar en grande el fraude generalizado -ahora mediante sistemas de cómputo electrónico del voto, contratados a empresas afines a los republicanos- y puesto a su exclusivo servicio a gran parte de los medios de comunicación corporativos de Estados Unidos, todo ello en una medida probablemente inédita.

No debe obviarse, además, que ese grupo se destaca por su profundo desprecio a los pueblos -incluido el estadunidense-, su total falta de escrúpulos éticos y su postura ideológica y actuación fascistas, justificadas con una interpretación oscurantista y fanática del Viejo Testamento. Sobran hechos para comprobarlo, pero bastaría con citar el propio fraude que los llevó a la Casa Blanca, la manipulación oportunista del atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 para instrumentar por la fuerza su proyecto antidemocrático y de hegemonía mundial, la consiguiente burla al sistema de Naciones Unidas, la promulgación de la llamada ley patriótica, la sarta de mentiras a sus conciudadanos y al mundo en que han basado la agresión a Irak, su tenaz oposición al ejercicio del sufragio universal en ese país y a la transferencia de la soberanía a quienes resultaran electos, y el contenido excluyente, colonialista y racista de las directivas so-bre seguridad nacional aprobadas por Bush.

Tampoco hay por qué pensar que una victoria del candidato demócrata conduciría necesariamente a un cambio en la irracional y agresiva conducta actual del sistema imperialista estadunidense. Más de un analista ha afirmado que el establishment ya decidió terminar con el torpe desempeño del grupo bushista aprovechando las próximas elecciones y que de lo que se trataría es de mantener después la misma política con algunos cambios cosméticos. Aquí cabe recordar la vieja máxima de que no hay nada más parecido a un republicano que un demócrata. Algo que hoy se antoja muy exacto, cuando los cabecillas del último partido se abstienen de mencionar o de tratar a fondo ante los ciudadanos temas como el mismo fraude electoral o la catastrófica situación económica. Y es que aunque de seguro pondrían al presidente estadunidense y sus compinches en la picota pública, evidenciarían también la participación bipartidista en la corrupción generalizada en el sistema dominante. Así lo corroboran las continuas salvas de ovaciones de los legisladores de ambos partidos al gris discurso de Bush sobre el estado de la unión.

Con todo, cabe reconocer la potencialidad de transformación social implícita en el rechazo al bushismo manifestado en las elecciones primarias demócratas, muestra de una opinión pública que intenta sobreponerse al clima de terror e inseguridad creado por aquél.

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