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México D.F. Jueves 29 de enero de 2004

Robin Cook

Sentencia que omite el tema central

Si alguna vez soy juzgado por un cargo serio, quiero reservar des-de ahora a lord Hutton para que sea juez en el proceso. Los estándares impecables en los que insiste para admitir algo como prueba lo predisponen a dictaminar inocencia. Para él no existen reservas en busca de equilibrios. Su juicio es casi unidimensional. Es totalmente claro.

En el asunto central, lord Hutton tiene razón. Yo nunca dudé que Tony Blair creyera que la guerra era justificada. Por el contrario, mi preocupación era que abordó el tema con una sinceridad tal que no permitió que se colara la más mínima incredulidad. El primer ministro nunca imaginó que fuera falso que Irak podía lanzar un ataque con armas de destrucción masiva en 45 minutos. Creyó apasionadamente en esta afirmación porque necesitaba evidencia para apuntalar su fe.

La tragedia es que la investigación de Hutton encontró evidencias de que Gilligan buscaba el gran reportaje. Gracias a Hutton, sabemos que había miembros de los servicios de inteligencia que no estaban conformes con la forma en que el dossier de septiembre fue "tergiversado". Si Gilligan sólo se hubiera conformado con presentar suscintamente su reportaje, habría hecho una valiosa contribución a la oposición contra la guerra. En vez de eso, presentó una infundada acusación de engaño deliberado. No son sólo los directivos de la BBC, sino toda la comunidad periodística la que debe reflexionar sobre los peligros de distorsionar la verdad con tal de volver sensacionalista un reportaje.

En algunas de las cuestiones secundarias, lord Hutton se mostró generoso hasta la exageración. Yo no podría compartir ni por un momento la misericordia que lo lle-vó a afirmar que los miembros del Comité Conjunto de Inteligencia fueron influenciados "de manera subconsciente" por su propio conocimiento de lo que Downing Street esperaba de ellos. Con sólo interpretar de manera objetiva la evidencia, es obvio que John Scarlett sabía, de manera muy consciente, que el primer ministro quería que él le diera una justificación para ir a la guerra.

Quedé también bastante incómodo ante el número de correos electrónicos que re-velaron en tantas ocasiones que Downing Street exigía cambios en las versiones de los informes y que el Comité Conjunto obedecía. Incluso aceptaron hacerlo cuando las enmiendas propuestas violentaron la versión equilibrada de los servicios de in-teligencia, que incluía originalmente, entre otras cosas, la aseveración de que Saddam Hussein sólo usaría sus armas químicas si era atacado.

La conclusión obvia de todo esto es que se necesita una relación más cercana entre Downing Street y los servicios de inteligencia para así proteger a ambas entidades de cabildeos políticos. El caso de Irak demuestra los peligros de una situación en que las agencias se devanan los sesos para producir la información de inteligencia que los políticos quieren adaptar a sus prejuicios.

El reporte de Hutton pudo haber dejado claro que el gobierno no se propuso engañar al público y al Parlamento mediante la información de inteligencia con la que justificó ir a la guerra. Sin embargo, el mismo juez enfatizó este miércoles que su dictamen no incluía la confiabilidad sobre los servicios de inteligencia, pues esto hubiera excedido los términos en los que se planteó la investigación.

Por tanto, el reporte no resuelve el problema principal, que es la enorme brecha que existe entre las aseveraciones del gobierno en cuanto a la amenaza que Irak representaba, y su posterior imposiblidad de demostrar dicha amenaza.

Tony Blair repitió su eterna petición de que todos debemos esperar un reporte del Grupo de Búsqueda en Irak, que se vuelve más frágil semana a semana. El inspector estadunidense de armas, el saliente David Kay, aseguró el pasado fin de semana que "probablmente ya hemos encontrado 85 por ciento de todo lo que vamos a encontrar". No importa por cuánto tiempo el Grupo de Búsqueda mantenga su presencia vestigial en Irak: parece que ninguna de las personas que aún están en él espera encontrar un arma lista para ser usada en 45 minutos, o cualquier otro lapso.

Durante seis meses, Gilligan le ha dado al gobierno el regalo de una conducta inadecuada, gracias a la cual Downing Street ha podido darse baños de pureza moral y arremeter diciendo que el reportaje era difamatorio. La esperanza de la administración Blair ha sido desde un principio que esto postergue su admisión de que fue un error apoyar la guerra hasta que a todos se nos olvide el tema de Irak.

Paradójicamente, es precisamente la ne-gativa a reconocer la realidad lo que mantiene viva la controversia. Mientras Blair insista en que los servicios de inteligencia estaban en lo correcto y que la amenaza era real, el país le seguirá pidiendo pruebas.

Este miércoles el primer ministro fue absuelto de conducta deshonrosa y estuvo en posición lo suficientemente fuerte co-mo para admitir que la inteligencia, en la que él creyó con su buena fe, estaba equivocada. No haberlo hecho era otra oportunidad perdida.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

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