Jornada Semanal,  25 de enero de 2004       núm. 464

JUAN DOMINGO ARGÜELLES
DEL RATING AL OLVIDO

Es sabido que hace sesenta y seis años, en 1938, el hoy desaparecido periódico El Nacional organizó una encuesta para determinar quién era el mejor o, en todo caso, el poeta más popular de México.

En el cómputo final –que Gabriel Zaid reproduce y comenta en su libro Leer poesía–, don Enrique González Martínez (1871-1952), decano entonces de la lírica mexicana, obtuvo el primer lugar con 8,002 votos, seguido a distancia no muy cercana por Carlos Pellicer, con 7,224; Leopoldo Ramos, con 6,842; Gregorio de Gante, con 6,799; Francisco González León, con 6,666; Octavio Paz, con 6,424; Renato Leduc, con 6,203; Gilberto Pinto Yáñez, con 6,183; Antonio Mediz Bolio, con 5,941; José Juan Tablada, con 4,694; Efraín Huerta, con 4,554; Justo A. Santa Anna, con 4,049; Manuel Maples Arce, con 3,269; Xavier Villaurrutia, con 3,167, y Miguel N. Lira, con 3,032.

Por debajo de estos quince, en el rating poético quedaron poetas tan conocidos y apreciados hoy como Salvador Novo y José Gorostiza. Pero lo que llama la atención no es que don Enrique González Martínez, que entonces contaba con sesenta y siete años de edad y que ya había publicado lo mejor de su obra, hubiese ganado, sino que un puñado de poetas, entre los veintiséis más votados, tuviese tan altas calificaciones y, por ende, tan elevada popularidad (entre las minorías que los conocían), y que hoy apenas merezcan, si les va bien, unas pocas líneas en algunos diccionarios, manuales o libros de historia literaria.

Los señores Leopoldo Ramos, Gregorio de Gante, Gilberto Pinto Yáñez, Justo A. Santa Anna y Gastón de Vilac (vigésimo primer lugar con 2,572 votos), pasaron, literalmente, del rating al olvido... sin que el mundo (y ni siquiera el mundillo de la poesía mexicana) se haya acabado. Hoy sería muy raro que alguien que no fuese integrante de sus familias se acordase de ellos y reivindicara la aparente calidad de sus escritos líricos que en 1938 celebraron con entusiasmo esos miles de presuntos lectores.

A riesgo de equivocarnos, no dejaría de ser insólito que alguien declarase en este día que los lee con asiduidad, con gran provecho y con enorme admiración hacia sus indiscutibles méritos líricos. Y si nos dijera de memoria no algún poema sino tan sólo el título de uno de sus libros, ya sería algo digno del más sonado reconocimiento, pues no hay mayor prueba de la trascendencia literaria que la memoria así sea infiel o aproximada. Mordaz y radical, Schopenhauer ironizaba: "Según Herodoto, lloraba Jerjes viendo su inmenso ejército, exclamando que dentro de cien años ninguno viviría; quién no lloraría al ver el grueso catálogo de la librería de la feria de Leipzig, pensando que de todos esos libros ya no vivirá ninguno después de diez años."

Vistas las cosas así, la popularidad y el rating poéticos son las formas menos seguras de pasar a la posteridad. ¿Existieron realmente esos poetas? Tan escasas huellas dejaron que las nuevas generaciones hasta tendrían derecho a suponer que fueron inventos de El Nacional. Pero existieron, ciertamente.

En la edición de 1977 de la Enciclopedia de México, dirigida por José Rogelio Álvarez, se afirma que Leopoldo Ramos nació en El Triunfo, Baja California en 1898 y que murió en el Estado de México en 1957; que se inició como periodista en La Gaceta de Guaymas, Sonora, y que escribió para varias publicaciones en la Ciudad de México, principalmente en las páginas del diario Excélsior; finalmente, que su obra poética comprende Urbe, campiña y mar (1932), Presencias (1934), Un hombre en la calle (1939), Bauprés (1942), Sobretarde y un soneto a la luna (1947) y El mantel divino (1950). Es todo cuanto dice y, al parecer, dice mucho.

Gregorio de Gante nació en Tecali, Puebla, en 1909, y al parecer todavía vivía cuando se publicó la edición de 1977 de la Enciclopedia de México, porque no se consigna ahí fecha de fallecimiento. Leemos: "Trabajaba de maestro en Teziutlán cuando se unió a las fuerzas revolucionarias que comandaba el general Antonio Medina. En 1924 ganó la Flor Natural en los Juegos Florales de Tampico, y más tarde en los de Michoacán. Obtuvo el primer premio de literatura en el concurso del cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Puebla."

De Pinto Yáñez y de Santa Anna no nos informa nada la Enciclopedia de México, pero Gabriel Zaid advierte en el ensayo referido que Gilberto Pinto Yáñez nació en Comitán, Chiapas y que fue novelista, dramaturgo y ensayista, además de poeta. Autor, entre otros libros de poemas, de Bronces (1942) y Exaltaciones (1946). De Justo A. Santa Ana (sic), el diccionario enciclopédico Milenios de México, de Humberto Musacchio, nos informa que nació en Villahermosa, Tabasco, en 1890, y que murió en la Ciudad de México en 1944. También se nos informa ahí que fue diputado local y federal y secretario de prensa en la campaña presidencial de Plutarco Elías Calles, y se consignan algunos de sus libros de prosa, pero no se dice que haya sido poeta.

Y de Gastón de Vilac, ni el viejo Diccionario de escritores mexicanos (1967), ni el acucioso Musacchio nos dicen nada; todo lo cual demuestra, como se ha advertido, que ni la popularidad ni el rating poéticos sirven para asegurar la posteridad.

En la historia y la crítica de la poesía tarde o temprano habrá la especialización universitaria de paleontólogo literario, pues para un lector incluso ávido no es fácil saber qué fue de aquellos famosos y populares, y si no es su poesía, ¿qué otro tipo de huellas puede dejar un poeta?