Jornada Semanal, domingo 25 de enero de 2004        núm. 464

ESPERPENTOS Y BOBERÍAS

Un amable lector de Zacatecas me pidió que escogiera algunas anécdotas de las que aparecen en la antología nacional de esperpentos, humoradas, boberías, torpezas y metidas de pata que, como todos sabemos, es muy rica y variada en nuestro "maravilloso" país.

Mi amiga Zoila Montes me recordó hace poco una notable orden de arresto dictada por el alcalde de una población del semidesierto queretano. El buen hombre, cansado de los excesos verbales cometidos por su compadre, ciudadano con propensión a la ebriedad, emitió esta tajante orden: "Detenga a mi compadre Casimiro por argumentativo, vociferamentoso e hijo de la chingada." Un alcalde de la zona alteña de Jalisco publicó un edicto de impecable precisión: "A partir del próximo martes los que tengan puercos que los encierren. Los que no, no."

Alfonso de Alba reunió en un ingenioso libro algunos divertidos casos protagonizados por el legendario alcalde de Lagos de Moreno. Tengo la impresión de que el señor alcalde era un socarrón profesional más que un humorista involuntario. Del libro de Alfonso voy a espigar algunas anécdotas del alcalde laguense: se cuenta que, al llevar en una mano el sombrero y en la otra la vara de mando, la única solución que encontró, para poder cumplir sus obligaciones devotas, fue la de meter toda la cabeza en la pila de agua bendita. Lagos tiene un hermoso puente y un río que, generalmente, es como el Manzanares de Lope de Vega y "como no tiene agua corre con fuego". Sin embargo, cuando el año es bueno, el río recoge las aguas de la sierra de Comanja y entra a la ciudad con gran estruendo y aparato. Se cuenta que el Alcalde mandó poner a la entrada del puente esta curiosa advertencia: "Este puente se hizo en Lagos y se pasa por arriba." La ironía era muy clara, pues se cobraba peaje y muchos caminantes, especialmente los "sanjuaneros", para no cubrir la modesta suma, pasaban por debajo. Se contaba, además, que habiendo crecido un nopal en una de las torres de la parroquia, el alcalde mandó construir un complicado andamio para que un buey subiera a comerse la invasora cactácea. Mi abuela llevaba en su bolsa un espejito y, cuando algún guasón contaba la anécdota para zaherir a los laguenses, afirmaba la buena señora que era estrictamente verdadera y que para probarlo tenía una fotografía del buey de marras. Sacaba el espejito y lo ponía ante el rostro del burlador que bien burlado quedaba.

Es muy recordable la famosa carta de Tepatitlán. Para empezar su forma de entrega fue muy especial, pues el correo de Guadalajara la puso, sin mayor traba burocrática, en las manos de un muchacho que llego a preguntar a las oficinas centrales lo siguiente: "¿No hay carta de mi apá?" Huelga decir que el sobre tenía este rótulo: "Pa mijo." En la carta, el afectuoso progenitor proporciona informes sobre el progreso de su lugar natal: "nada más pellizcas la pader y sale la luz", así como otras noticias familiares: "La puerca de tu madre se salió y no ha vuelto, pero no le hace, vamos a mercar una nueva." En esa zona de machos muy machos, la homofobia es una repugnante realidad social que, a veces, produce perlas humorísticas como esta: "Probe del hombre que nació mujer. Más le valiera darse un tiro por doquier." Un gobernador revolucionario (de Querétaro, Jalisco, Colima... en fin, de donde se les ocurra) mandó a llamar al pagador y con gran indignación le soltó esta pregunta: "¿Quén chingados es ese total que gana más que yo?" Un nuevo rico de la zona de la Barca hizo un viaje a las Europas. Periódicamente enviaba postales a su familia para darle sus informes y sus impresiones. La postal veneciana es muy ilustrativa: "Aquí no se puede salir porque las calles están todas abnegadas. La gente anda en unas glándulas grandotas cante y cante."

Los puertorriqueños cuentan de un nuevo rico de la zona de Caguas que nunca había hecho un crucero por el Caribe. Se decidió a hacerlo y se embarcó en San Juan. El rastacuero se llamaba Santitos Colón. Le asignaron su mesa en el comedor y, al llegar a su primera comida, fue recibido por un amable francés que le dijo: "Bon appétit." Educadamente contestó: "Santitos Colón." Este diálogo se repitió varios días, hasta que Santitos se encontró a un paisano y le contó que un francés llamado Bon Appétit estaba en su mesa. El paisano, con gran prudencia, lo puso al tanto de la situación, hizo la traducción correspondiente y le sugirió que, en la siguiente comida, se adelantara al francés y le deseara bon appétit. Así lo hizo y, con una gran sonrisa, exclamó: "Bon appétit". El francés, igualmente educado, contestó: "Santitos Colón". Merce López-Baralt me contó que una ricachona de Ponce, allá por los primeros años del ya lejano siglo xx, hizo un complicado viaje de recreo a las islas francesas. Desde Martinique mandó una postal que así decía: "Esto está muy chévere. Casi todos son negritos, pero muy cultos y educados, pues hablan francés."

Dejo otros ejemplos de estas torpezas, ingenuidades y prejuicios para próximos bazares.
 

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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