Jornada Semanal,  25 de enero de 2004         núm. 464

ANA GARCÍA BERGUA

UN MAPA DE SOLEDADES

Un procedimiento narrativo de lo más interesante, desarrollado por James Joyce en la novela moderna, es el de contar una historia a través de una o varias subjetividades. Hay ejemplos de él con distintos rangos de complejidad. Me vienen ahora a la mente, porque los he estado leyendo los libros de Milan Kundera, quien lo utiliza con magistral versatilidad: distintos personajes relatan un mismo episodio desde su punto de vista, o bien se van pasando la voz narrativa en una especie de carrera de relevos. La narración se convierte entonces en un juego de espejos que, si bien reflejan todos la misma cosa, lo hacen cada uno de manera particular, con lo que se pone en duda la realidad de la cosa misma. Curiosamente, mediante la suma de subjetividades se logra una visión más parecida a la realidad, con todas sus complejidades y sus vivientes misterios. En la literatura de Kundera, este recurso se apunta en La broma todavía con ciertos titubeos, y a mi modo de ver cristaliza totalmente en La insoportable levedad del ser, cuyos protagonistas viven su relación y la desintegración de su entorno de manera casi opuesta. Tan viva asimismo, esa incomunicación constituye uno de los principales nudos del drama: ¿dónde se podrán encontrar?

Roberto Ransom (México, df, 1960) experimenta con este recurso en su tercera novela Te guardaré la espalda, editada en 2003 por Joaquín Mortiz. Te guardaré la espalda cuenta la relación amorosa entre Rodolfo y Lorena, una bailarina y un alto funcionario divorciado no en el papel sino en los hechos: uno de esos lobos priístas de los de antes, de aquellos que se podían dar el lujo de ser muy influyentes sin figurar demasiado. El tercer elemento de esta historia es Esteban, el guarura del funcionario, testigo y parte violenta en la relación entre los dos primeros. Un poco al modo de Kundera, en Te guardaré la espalda los protagonistas se turnan para dar su versión de la historia, en tres capítulos a los que el autor separa como el "libro" de cada quien, reforzando un poco la idea de que el testimonio de cada uno es algo cerrado y radicalmente subjetivo, al grado, por ejemplo, de que no llegamos a calibrar la posición y la parafernalia de alto funcionario que rodea a Rodolfo si no es por lo que dicen de él Lorena y Esteban. Rodolfo, en su libro, habla sobre todo de sus obsesiones por mirar a los bailarines o a las fotografías, de sus relaciones con Lorena, o con Paula, su esposa y su hija del mismo nombre, con quienes vive distanciado. La historia que cuenta Rodolfo es perceptiva: una historia de la vista y del cuerpo. El libro de Lorena es también una historia de percepciones, más relacionadas con el cuerpo de la mujer, con tener un cuerpo de mujer. En su testimonio caben las teorías esotéricas de sus amigas, el despecho, la conciencia de sentirse usada sin saber bien a bien cómo, cuando Rodolfo parece regalarle todo lo que ella quiera. Los libros de Rodolfo y Lorena, al compararse, muestran un desencuentro de la percepción: cómo ciertos gestos, ciertas posturas, ciertas reacciones son interpretadas de manera diametralmente distinta por cada uno de los integrantes de una pareja, y cómo a raíz de estas percepciones subjetivas se toman decisiones sentimentales y vitales. Es muy interesante cómo Roberto Ransom va decantando la fallida comunicación gestual en esta relación aparentemente incondicional entre un hombre de sesenta años y una joven de veintitantos. Se trata de una especie de maqueta estética, como un homenaje a la fotografía y a la danza, en la que se representa también el fracaso del matrimonio de Roberto y Paula: en los gestos malentendidos, en las cosas no dichas, en las discusiones tontas, todo lo que desemboca en pereza para relacionarse y a la postre en indiferencia.

La versión de Esteban el guarura es la más terrenal, la que más se inscribe en una prosa tradicional, por llamarla de algún modo: un poco policiaca, un poco dirty realism. Esteban fungiría como quien describe las cosas desde el exterior, desde una personalidad en apariencia más sencilla o menos pretenciosa, como se la quiera ver. Este realismo, sin embargo, no ayuda a que su versión de los hechos sea cierta, pues está limitada por una serie de prejuicios y suposiciones viciadas por la frustración y el deseo, lo cual a mi juicio es un gran acierto del novelista. A fin de cuentas, la objetividad puede ser también un truco narrativo.

Te guardaré la espalda es un libro excéntrico que navega por nuestra vida subterránea; una especie de ping pong entre tres personajes singulares, en realidad poco emblemáticos, en el que las pelotas caen en el vacío. En ella, este novelista conocido por obras anteriores como La línea del agua e Historia de dos leones apuesta por un difícil y tragicómico mapa de soledades.