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México D.F. Miércoles 21 de enero de 2004

Arnoldo Kraus

Malas noticias

El arte, escribo arte porque eso remeda, para comunicar malas noticias a un enfermo o a sus familiares es un acto complejo, difícil, incómodo, triste y, con frecuencia, irrepetible. Irrepetible porque los pacientes y sus familiares suelen ser diferentes entre sí y con capacidades disímbolas para entender y procesar malos diagnósticos. Irrepetible a la vez porque los médicos también difieren y porque no todos son hábiles para comunicar o para explicar. El problema fundamental no sólo se remite a la sagacidad para hablar, sino a la sustancia del hecho. "Cáncer de páncreas con metástasis a hígado", "su hijo de dos años tiene diabetes mellitus", "es positiva la prueba de sida" o "el diagnóstico es esclerosis múltiple", son palabras que conllevan dolor y temor por la irreversibilidad del suceso, por ser enfermedades crónicas -"para siempre"- y porque, en ocasiones, no es mucho lo que puede ofrecerse.

Desde una perspectiva ética, asumiendo que los enfermos son entes autónomos, parecería correcto que los doctores deberían decir "toda" la verdad. Sin embargo, en medicina es común, sobre todo cuando se informa por primera vez una mala noticia, que los galenos "mientan un poco", ya sea para mitigar el sufrimiento del enfermo o porque no es bueno -ni fácil- decir todo "de golpe". Muchos consideran que transmitir todo el peso de la información puede ser nocivo y aun desalentar al afectado. Otros, incluso, van más allá, ya que aseguran que notificar abruptamente malas noticias puede desencadenar depresión o angustia. De hecho, algunos doctores "viejos", sobre todo aquellos que han cultivado el arte de la relación médico paciente, y que han sedimentado su ejercicio tratando de cuidar los intereses del doliente, sugieren que mentir "un poco" es buena práctica, ya que protege y beneficia a las personas más endebles.

A las dificultades previas, agrego otras circunstancias. Muchas veces la angustia no permite a los enfermos entender la información.

Por otra parte, hay médicos incapaces de explicar el diagnóstico y el pronóstico, ya que ellos mismos sufren. Otros piensan que ser empáticos, o compartir "verdaderamente" el problema del enfermo, es contrario a su estatus profesional y, finalmente, muchos médicos suponen que el suceso es también complejo debido a que piensan que el afectado los considerará culpables de su mal. Ilustro lo anterior con un caso.

Bien recuerdo, recién iniciada mi carrera de medicina, el comentario de un maestro. Hablábamos, precisamente, de la importancia y trascendencia de la comunicación entre doctores y pacientes y de las huellas, buenas o malas, que pueden quedar "para siempre" a raíz de ese intercambio de palabras. "Cuando tenía 25 años -comentaba el profesor-, y estaba en una de mis primeras guardias en el servicio de urgencias, recibimos a una familia que se había accidentado en la carretera. Sólo uno de los hijos había sufrido traumatismos "serios". Tratamos de resucitarlo, pero no fue posible. Tuve que salir a informar a los familiares. Era la primera vez que me enfrentaba a una situación similar. Nunca le había dicho a nadie que su hijo había fallecido y no tenía idea de cómo ni qué debía decir. La madre empezó a gritar. No supe qué hacer. Le dije: 'lo lamento' y corriendo abandoné el cuarto. Han pasado desde entonces casi 30 años. Aún hoy puedo escuchar sus gritos".

Transmitir malas y tristes noticias, cuando se habla de salud, es un acto complejo y desagradable. El meollo del asunto se centra, como en tantas otras disciplinas, en el arte de comunicar. El balance debe ser exquisito: decir lo necesario sin ocultar lo fundamental. Decir "bien" lo trascendental sin mentir en lo sustancial y abrir las puertas necesarias para que el interesado pregunte tanto como quiera. En "ese decir casi todo" y en "ese mentir un poco", términos como esperanza, escucha, acompañar y dolor, inter alia, son cimentales.

Atemorizados ante la crudeza del diagnóstico, y ante la incertidumbre del futuro, muchos pacientes aceptan mejor las malas noticias si saben que se les acompañará y que se le ayudará cuando lo requieran. Sea para paliar dolores, para ser escuchados o para decidir hasta cuándo vale la pena seguir luchando, el paciente que logró comunicarse bien con su galeno entiende y soporta mejor las malas y tristes noticias. Decir "tiene cáncer, pero..." no detiene el tumor. De-cir "tiene esclerosis múltiple, pero..." no mejora el pronóstico. Abrir tantos puntos suspensivos como sea necesario puede mitigar el dolor "de decir y escuchar".

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