Federico
Patán
Miret
cuentista
Examino
mis apuntes de lectura y descubro la información siguiente: conocí
la narrativa de Pedro F. Miret en los ochenta. Conocer quiere decir finalmente
haberla leído. Porque del autor me habían llegado noticias
muy generales, inciertas, incluso caprichosas. Era exiliado de la Guerra
Civil española, era guionista de cine, era narrador, estuvo en Argentina,
fue amigo de Luis Buñuel. Nada lo suficientemente definitivo para
llevarme a buscar sus libros. Que no eran muchos. Luego, uno de sus títulos
llegó a mis manos. ¿Habrá sido Prostíbulos,
con una primera edición en Argentina, el año 1973? Seguramente.
Pero en la edición de 1987, perteneciente a la colección
Estelas en la Mar, de la editorial Pangea.
Aquí es necesario detenerse. Fue,
esa colección, un intento de rescatar la literatura del exilio español
republicano. La idea vino de Victoria Schussheim, esposa de Miret. Con
la ayuda del inba y de la sep fue acumulando títulos para descubrir
que acumularlos no bastaba. Las escasas ventas liquidaron finalmente el
proyecto, con la enorme decepción de quien lo lanzara. Menciono
esto porque justo allí encuentro una de las varias razones que hicieron
decir a Gerardo Deniz: "En la literatura mexicana del último veintenio,
Miret casi no existe, lo cual, se mire como sea, es injusto." Esa indiferencia
por Miret tiene motivaciones de orden individual y motivaciones de grupo.
Paso a explicarme. Miret nació en Barcelona el 22 de abril de 1932.
En 1939 se hallaba a bordo del Sinaia, camino de México.
Desembarcó en Veracruz sin "ninguna sensación de angustia,
alegría o de cualquier otro tipo: tenía siete años",
como informa a Eduardo Mateo en una entrevista. Por tanto, es parte de
lo que se ha llamado "la generación hispanomexicana" del exilio.
Esta
pertenencia constituye la razón grupal del desconocimiento relativo
que envuelve a la figura de Miret. A la llamada "generación Nepantla"
se la ha puesto, en términos generales, en un ghetto social.
Las razones individuales pertenecen a la psicología del propio Miret:
no fue hombre de promocionarse. Pensaría acaso, y razón le
sobraba, que los buenos libros terminan por imponerse a la indiferencia.
No era hombre de promociones y sí de amigos. Nos dice, vuelvo a
Mateo, que toda "relación se hace fundamentalmente en los cafés,
viene de raza. Tengo tantos amigos españoles como mexicanos. La
relación se produce en función de afinidades, no de nacionalidades".
Eso lo define. Sin embargo, ¿define a su narrativa? Luis Buñuel
dijo en su momento: "Miret hace magia con la realidad misma y sin salirse
de ella." Acertada definición. Fue con el universo que me encontré
cuando la primera lectura de sus cuentos: un modo de ver la realidad cotidiana
que la transformaba en algo desusado y, consecuente paradoja, por lo mismo
permitía comprenderla mejor. Me pregunto si en esto no participa
el distanciamiento que todo exiliado lleva consigo respecto a sus dos orillas
geográficas. Miret parece creerlo cuando afirma que "la forzosa
equidistancia del exiliado, creo, es una ventaja en mi caso de escritor
,
y más porque lo baso todo en la observación."
La observación, nos dice. Ahora
bien, cada escritor adquiere o se construye un modo de observar. Algunos
se quedan estacionados en un realismo primario, en el cual los sucesos
mantienen lazos de unión con una impresión desadjetivada,
por decirlo de algún modo. A ellos no pertenece Miret. Y conste,
en su mundo narrativo no están ausentes las descripciones cuando
son necesarias, pero las hallo escuetas. Tienen el mero propósito
de situar la acción o crear una atmósfera. Baste un ejemplo:
"Las calles están desiertas
el sol no ha salido todavía,
pero ya es de día
los comercios están cerrados
" El texto
va dejando que nosotros pongamos carne en una estructura así de
adelgazada. Por ningún lado barroquismos. Y sin embargo, los cuentos
atrapan, los cuentos fascinan, los cuentos aterran.
Ese
terror no viene de algún personaje monstruoso; es un terror de índole
más agobiante: surge de lo cotidiano. Ir al cine, subir a un tranvía,
salir a la azotea de nuestro edificio, visitar una fábrica. Algo
tan inocente como eso provoca en nosotros la angustia. En especial porque
no parecen existir razones para ella. Propongo esto como la paradoja central
de la ficción breve de Miret. Es justo aquí donde se capta
mejor su maestría de narrador, porque fácil es provocar el
sobresalto por los medios convencionales de una aparición sorpresiva,
de un personaje sub o sobrehumano, de una amenaza palpable, en ocasiones
de origen desconocido. Difícil es conseguirlo mediante el expediente
de la sugerencia. ¿Ante qué reaccionar si al parecer nada
hay ante lo cual reaccionar? Porque vamos a ver, ¿qué de
particular tiene la visita a una fábrica? Entra el protagonista
al edificio y, fuera de unos guías que se van sucediendo, nadie
lo habita. La atmósfera es de oscuridad y ésta crece con
el avance de la trama. Los guías parecen estar allí para
nada decirle al personaje y, por tanto, nada decirnos a nosotros. Al final,
el protagonista queda a la espera de un misterioso señor C que lo
llevará a la salida. Nada más.
Y sin embargo, una amenaza indefinida transcurre
por el cuento. Proviene de la situación de desamparo en que se encuentra
el protagonista, pero también de ese final en el cual no sabemos
si realmente lo llevarán a la salida o lo dejarán esperando.
¿Y qué decir de ese personaje kafkianamente definido por
una letra, a cuya espera queda el protagonista homodiegético? La
inquietud surge de lo indefinible de la amenaza que se percibe. Igual nada
ocurre. Sin embargo allí estamos, dispuestos a lo peor. Y sin duda
con esto llego a uno de los recursos preferidos de Miret: no precisar lo
que subterráneamente está ocurriendo. Léase este inicio
de cuento: "Hace rato que el tranvía ha abandonado las calles más
transitadas y hace rato también que el tranvía no encuentra
a otro
" Puede ser lo normal, dependiendo de la ruta. Pero el lector perceptivo
descubre en ese arranque meramente descriptivo causa para adelantar contratiempos
o amenazas. Llegamos al final de lo narrado: nada parece haber sucedido,
excepto que cambiamos de tranvía y de conductor y de revisor. Pero
el cuento se transforma en una alegoría, tal vez señaladora
del vacío que puede transcurrir por la existencia humana, como a
lo mismo apuntan otros cuentos.
Por
tanto, los cuentos de Miret cumplen ampliamente con lo solicitado por Julio
Cortázar: que "un vulgar episodio doméstico
se convierta
en resumen implacable de una cierta condición humana, o en el símbolo
quemante de un orden social o histórico". Tal vez por eso los personajes
de Miret tienden al anonimato, como ansiosos de representarnos a todos.
Tal vez por eso los cuentos aparecen en primera persona, como dispuestos
a entregarnos de primera mano la experiencia que el ser hombre significa.
Otro rasgo presente en la narrativa corta
de Miret es la violencia. Pero una violencia a la que califiqué
de "amable" en otro escrito. ¿Por qué amable? Porque se rehúsa
a los fáciles atributos de la exposición gore y en
los hechos menudos procura hallar el modo de sacudirnos. Uno de sus rasgos
característicos es la falta de explicación que la acompaña:
detienen a un hombre en un café, a otro lo atan por solicitar una
llave, a muchos más los conducen por la fuerza a la galería
de un cine. La violencia, curioso efecto, es algo que la narración
puede solicitarnos que esperemos sin luego entregárnosla, y en la
frustración consecuente radica una parte de la fascinación
ejercida por estos cuentos.
Entonces,
diría yo que lo inasible constituye la razón de ser de estas
narraciones. Y allí está el modo de examinar la vida que
Miret tiene. La realidad no es una y la modifica la manera de examinarla
que tengamos. Miret, me parece, indaga si la superficie de los hechos constituye
la explicación de los hechos. Sus cuentos responden con un no rotundo.
Lo imprescindible es bucear por debajo de esa superficie. Allí nos
encontramos con las inquietantes sugerencias de Miret, que no llegan a
concretarse en un peligro definido. Justo tal efecto es el buscado y tal
el mensaje que desea entregarse: vivimos un mundo de indefiniciones, en
el cual nos asimos a lo concreto para creernos seguros.
Narrador de obra escasa pero importante,
Miret merece algo más que la discreta atención hasta el momento
recibida. Y en tanto que cuentística, ha creado una provincia narrativa
mediante una voz singularizada y un modo de ver el mundo harto inquietante
en el cual, sucede con estas visiones un tanto amargas, no falta la ironía
solapada. Escritor juguetón y travieso, aprovechó estas dos
cualidades para dejar atrás cuentos de impostergable lectura.
Federico Patán,
España; maestro en letras inglesas, profesor de la UNAM, periodista,
narrador y poeta; en 1986 ganó el Premio Xavier Villaurrutia.
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