Jornada Semanal, domingo 18 de enero de 2004           núm. 463

MARCELA SÁNCHEZ

  Tres talentos en el Premio INBA-UAM

En el marco del XXIV Premio inba-uam, concurso de composición coreográfico, vale la pena comentar el trabajo de tres jóvenes talentos que obtuvieron los primeros lugares en sus distintas categorías.

Con la coreografía Damascus, camino al tiempo perdido, Manuel Stephens se hizo acreedor al primer lugar en la categoría A, en la que participan los coreógrafos con más de diez años de experiencia. En esta obra, Stephens aborda el tema de la memoria y la experiencia de los homosexuales. En este complejo universo, la presencia de niños y adolescentes funciona como un recordatorio de la inocencia perdida y como un medio para subrayar los sucesos dolorosos de la vida adulta. Con este propósito, Stephens creó una serie de cuadros sucesivos cuya estructura se basa en apuntes visuales que operan como una especie de citas de la memoria: hombres que transitan por el amor, el rechazo, el abandono, el dolor o la soledad.

Se le llama Damasco a un tejido de seda cuya trama y urdimbre son de un mismo color y cuyos dibujos se distinguen por su brillo. Stephens reproduce en esta coreografía el mismo patrón: los cuerpos en movimiento de los bailarines son un dibujo que permanece en la memoria y lo entrelazan con el mundo luminoso de la infancia, para dejar en los espectadores un sabor de melancolía. El trabajo se desarrolla en el campo de la sutileza y la simbología; desde ahí, nos narra las fortunas y las desdichas del amor homosexual. Al mismo tiempo, lanza una mirada dubitativa sobre la idea del presente, al poner el drama de la pérdida de la infancia, ese momento en que el futuro es un vasto territorio de posibilidades. Damascus, camino al tiempo perdido contiene además una reflexión sobre la dialéctica masculino/femenino, presente en todos los seres humanos. Cabe señalar que el trabajo tuvo el apoyo de excelentes bailarines como son: Víctor Corona, Gerardo Nolasco, Gersaín Piñón, Edgar Robles, Marco Santana y Wilquer Valenciaga.

Escalando a la Luna (intento 1826), coreografía de Gilberto González, obtuvo el primer lugar de la categoría B, en la que participan los coreógrafos con experiencia de tres a cinco años. González parte de tres personajes ficticios que a principios del siglo xix intentan por todos los medios llegar a la Luna. La obra narra las vicisitudes de estos personajes en su fallido intento, acentuadas por el hecho de que todo sucede en el año remoto de 1826, época en la que apenas comenzaba el vértigo de la ciencia y en la que, a pesar de que la idea de alcanzar la Luna estaba en la imaginación de muchos, las posibilidades reales eran todavía lejanas. La fecha resulta más significativa si se piensa que Julio Verne, a quien debemos los primeros relatos sobre el tema ( De la tierra a la Luna y Ascenso a la luna) nace en 1828. Unos años después, Mary W. Shelley crea ese prodigioso monstruo llamado Frankenstein. En su trabajo, Gilberto González consigue tocar una gama asombrosa de emociones. Tres seres vestidos de astronautas caminan en cuclillas. A su lado un pequeño cohete espacial resplandece como un símbolo de su máximo anhelo: volar a la Luna. A través del humor y la parodia, el coreógrafo reflexiona en torno a la fragilidad humana y el fracaso. El movimiento de los actores-bailarines es trazado de manera minuciosa. Cada gesto corporal tiene un significado vital: un movimiento de cabeza, una mirada, la lentitud de un brinco. El trabajo de los intérpretes (Ramón Solano, Juan Ramírez y el mismo Gilberto González) merece un largo aplauso. Onírico es el nombre de la compañía que González funda en 1998, año en el que gana el XIX Premio Continental de Danza Contemporánea INBA-UAM con la obra Pintado en caja de música. González había dado pruebas de su talento y creatividad con su trabajo Vías de vuelo, en donde con aparente sencillez consiguió poner en acto infinidad de imágenes poéticas.

Azares para cinco, coreografía de Magdalena Brezzo, obtuvo el segundo lugar en la categoría B. Como su título lo indica, Magdalena se propuso explorar el complejo universo del azar. A la manera de la película alemana Corre Lola Corre (Tykwer) o de la comedia norteamericana Groundog Day (Ramis), los protagonistas del trabajo de Brezzo viven una y otra vez el mismo comienzo de un pasaje de sus vidas, pasaje que a causa del azar culmina en distintos desenlaces. Una mesa al centro del escenario nos da la perspectiva desde la cual un mismo suceso se repite con distintos finales. El cambio de ubicación en la mesa de cada uno de los personajes contribuye a acentuar la ilusión de las variantes. El trabajo coreográfico destaca por el ingenio con el que Magdalena Brezzo logra importar distintos lenguajes a la danza, así como por el empleo del humor, el uso eficaz de sus recursos y la limpieza del trazo corporal de sus ejecutantes, entre ellos, Camilo Chapela, quien por segunda ocasión obtiene el Premio Nacional como mejor ejecutante, Virginia Amarilla, Daniel Delgadillo, Yuridia Ortega y Diana Rayón.

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