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México D.F. Domingo 18 de enero de 2004

Rolando Cordera Campos

Empieza el verano

El duro invierno no impidió que la calma chicha se interrumpiese y que el fuego y el calor se apoderasen del escenario político nacional. Después de las ridículas "batallas en el desierto" parlamentario de diciembre, el presidente Fox y su correspondiente en el flanco de la política económica abrieron las hostilidades fiscales, mientras que el gobernador de Morelos hizo lo propio en el terreno nada virtual de las armas y las vidas cegadas. Enero se pone caliente y loco y no augura nada bueno para lo que resta de este año peligroso.

El presidente Fox se comprometió ante la vetusta cúpula empresarial a despedir burócratas y no conmovió a nadie, mucho menos concitó el entusiasmo de los señores del dinero. Salvo las perdidas palabras del dirigente formal de los empresarios que festejó la puntada presidencial, nadie más dio crédito, mucho menos apoyo a la audaz iniciativa. Con tino desde Mérida la presidenta de Canacintra, Yeidckol Polevnski, le pide al gobierno "aguantar" la medida y en vez de ello revisar la nómina de sus mandos medios y altos. Por su parte, los sindicatos de empleados públicos la rechazan y en su extraño nomadismo se aprestan a cerrar el paso a este reformismo contumaz que confunde la carreta con los bueyes con tal de no tocar el tuétano de la cuestión: una crisis fiscal rampante que se origina en la incapacidad del gobierno para cobrar impuestos y asignar el gasto de modo eficiente y productivo.

Con obsecuencia no se va a ningún lado. Así se mostró en diciembre en la Cámara de Diputados y se mostrará de nuevo si se empeñan en presentar como reforma fiscal lo que es en rigor un remiendo a la ley del impuesto al valor agregado. Eso es contumacia pero no reformismo, no al menos el que México necesita para ponerse en marcha después de tantos años de estancamiento.

Homologar el IVA puede ser una operación conveniente en otro momento, pero no puede ser el inicio de la reforma fiscal que le urge al país. No es verdad, por otro lado, que sólo en México se trabaje el impuesto con tasas diferenciales. Hasta en la Inglaterra de la Dama de Hierro y en la actual del siempre sonriente Tony Blair, se hacen excepciones y se cobra menos para no agravar la situación elemental de los más pobres. Sólo con ignorancia o mala fe se puede sostener que sin un IVA parejo la hacienda pública no marcha o que el país va al caos. Entre lo que hoy se tiene y lo que se debe tener hay muchas variantes, pero los responsables de la política fiscal optan por la omisión y el silencio despectivo. No hay más ruta que la suya y no sobran los dispuestos a hacerles coro.

Oponerse al IVA o, si es el caso, a la apertura del mercado eléctrico no es síntoma de tradicionalismo. Desde esta mirada se alienta la oposición al cambio, sin duda, pero no todo cambio es sinónimo de avance. De eso deberíamos estar ya graduados pero el tono y los términos de la polémica en curso nos dicen que no hemos pasado la primaria. Salvar a la patria no pasa por elevar el impuesto al consumo en una situación de amplia pobreza y mayor desigualdad, y sí por revisar los métodos de cobro de impuestos directos y globalizar cuanto antes los ingresos para darle al fisco recursos sólidos y a la gente una primera señal de equidad fiscal. Sólo así podremos luego pasar a discutir los términos siguientes de la reforma hacendaria.

Urge que el Congreso en pleno se haga cargo del drama fiscal mexicano, antes de que devenga en tragedia abierta. No será en la Convención Nacional Hacendaria donde esto se dirima; insistir en ello es desdibujar la misión de ese cónclave y contribuir a minar todavía más la credibilidad de las cámaras y de los partidos. Tampoco será la "sociedad civil" la que se encargue de esto o del gobierno general de la República. Con concejitis y delirios comunitarios o revolucionarios no iremos a ningún lado. Lo que falta es sentido de Estado y visión y compromiso para construir los entramados que faltan para tener un efectivo orden democrático. Esta es la coalición que necesitamos. De lo demás que se haga cargo una derecha que no sabe decir ni su nombre aunque sí sabe usar la chequera pública para comprar votos e ilusiones. O vestidos, colchones y camas millonarias en París.

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