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México D.F. Domingo 18 de enero de 2004

Juan Saldaña

Magia china

Intentando disimularla pero con fuerza incontenible se ha abierto paso en el rostro del presidente Fox la clara sensación del triunfo. No me cabe la menor duda que el más amplio porcentaje de esta impresión está representado por los resultados que él piensa haber obtenido de la reciente reunión de Monterrey.

De la efeméride quisiera Fox resaltar el afecto y consideración, aparentemente otorgados por Big Brother Bush al presidente mexicano, que dan inicio con su recepción en la sala de conferencias del evento y culminan en el paroxismo de la invitación al rancho tejano para marzo.

Habrá de correr mucha tinta todavía para la glosa de los llamados beneficios de la presencia de Big Brother en México; mucho habremos de platicar aún al respecto. Sin embargo y aun con los argumentos más autorizados a nuestro alcance, prevalecerá la duda que corroe, inevitablemente, a una apabullante mayoría de mexicanos: y yo Ƒqué tengo que ver con todo esto?

Y ƑMéxico? Bien, gracias...

Porque apreciamos de verdad cualquier beneficio que obtengan nuestros paisanos indocumentados por su trabajo del otro lado, pero desde una posición tímidamente institucional debemos admitir los enormes desequilibrios, las insolentes y recurrentes muestras de injusticia que nuestro desarrollo conlleva. Se generan capitales pero enfrentamos alarmantes muestras de crecimiento de grandes manchas de población sin ocupación productiva.

Debemos admitir que no hemos logrado detener sino que hemos estimulado, en los últimos años, una creciente polarización del capital y del ingreso que como maldición secular continuamos concentrando en pocas familias. El exceso de población desocupada distorsiona una adecuada política de salarios. Los trabajadores depauperados tienden a emigrar, y formas inclusive sofisticadas y delictivas de la economía informal se abren paso aceleradamente en el panorama productivo nacional.

La corrupción política y social ha sido en México bastante más grave que la estrictamente económica. Observar el proceso por medio del cual los impulsos primigenios de una sociedad felizmente emergente y libre después de la revolución de 1910 fueron dominados y usufructuados por los eternos y mezquinos cobradores del mérito social, resulta moralmente ilustrativo.

Los movimientos revolucionarios más conspicuos sugieren que parte definitiva de sus objetivos está significada por la creación o restauración de instituciones que aceleren el desarrollo de los pueblos. De esta manera pareciera que, como ritmo ineludible, a todo periodo revolucionario debe suceder una etapa de construcción que estimule el avance social.

En la realidad nacional esta etapa restauradora y constructiva se inicia, de hecho, con la entrada en vigor de nuestro documento constitucional de 1917; debe enfrentar ambiciones y quimeras durante todas las décadas del México del siglo XX, deteriorarse y corromperse hasta la infamia, para estar en aptitud de demostrar al país que puede militar sin privilegios una vez cedido el ejercicio del poder al adversario.

Suficientes años antes se habían dado clarinadas sobre lo que podía ocurrir. La más precisa se registró en el crucial 68, en el que demandas de los más amplios estratos sociales fueron enarboladas por estudiantes y académicos, portavoces generosos de la queja social. El gobierno se cerró y rigidizó. Puso en marcha e institucionalizó la guerra sucia como represión y crueldad social "por acuerdo superior".

Sobrevino después la adopción por el gobierno de una conducta pendular y caprichosa. Así, a la adopción de una serie de medidas que pretendían descentralizar tradicionales funciones estatales, se sucedieron decisiones centralizadoras sin explicación previa. La posición del gobierno se tornó altamente vulnerable.

Baste recordar culminaciones de procesos como el de la "nacionalización bancaria", como capricho de gobernante descontento que, a la postre, conduciría a un enorme deterioro del ahorro de los mexicanos al entregar sus fondos, en no pocas ocasiones, al capital extranjero o a la consolidación de monopolios y negocios privados de ex banqueros.

Políticas hijas del instantaneísmo y del interés individual y familiar han generado las regulares crisis del sistema bancario nacional. La solución ha sido siempre salvar a los banqueros y a toda la cauda de empresarios que constituye su fauna de acompañamiento; hacer "magia china" con las responsabilidades de gobierno y crear tantos fobaproas como sean necesarios.

El pueblo mexicano sufre, en su inmensa mayoría, las consecuencias, efectos y resultados del modelito económico imperante. No hay respuesta congruente a nuestra crisis real. Debe pensarse. La ayuda real no va a venir del rancho tejano.

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