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México D.F. Domingo 11 de enero de 2004

Guillermo Almeyra

Argentina: la izquierda que no existe

La mayoría de los campesinos europeos que emigraron a América en el siglo XIX querían enriquecerse. En Argentina, por otra parte, la escasa población favoreció una gran movilidad social (el secretario, socialista, de los torneros de la industria del cobre, por ejemplo, pasó a ser un poderoso industrial metalúrgico o un simple botero, armador naval). Casi todas las clases medias argentinas descienden de esos campesinos-obreros o pequeños artesanos conservadores, que hicieron estudiar a sus hijos y nietos (otro sector viene de la decadencia de familias terratenientes, golpeadas por las crisis de 1890 o 1929), y el nacionalismo los amalgamaba como nación. El voto universal (pero sólo para los varones) obligatorio, en 1912, preparó por su parte el camino para el ingreso triunfante en política de esos sectores con la Unión Cívica Radical de Hipólito Irigoyen, mientras los obreros inmigrados se dividían en socialistas (positivistas y reformistas, que contaban en su seno con un pequeño sector nacionalista y otro revolucionario), anarquistas y anarcosindicalistas (que repudiaban a los partidos, confiaban sólo en los sindicatos y en la llamada acción directa... pero negociaban con el gobierno).

Esta división política entre las clases medias y los sectores obreros también urbanos duró hasta mediados del siglo pasado. El peronismo, resultado de la industrialización y del vaciamiento demográfico del interior que desarrolló las ciudades, cambió las cartas pero no el juego. Los trabajadores manuales del campo y de la ciudad se hicieron peronistas, es decir, siguieron a un gobierno paternalista, nacionalista, de "justicia social", pero dentro del sistema capitalista, mientras las clases medias urbanas siguieron siendo radicales y, en mucho menor medida, socialistas que temieron el ascenso obrero y sindical, por lo cual fueron la base social del antiperonismo liberal, que intentaba derribar a Perón mediante sucesivos golpes de Estado y reducir el peso político y social de los obreros.

Los partidos socialista, comunista y algunos grupos trotskistas se sumaban naturalmente a esa posición y, por tanto, reclutaban en sectores de clase media, cuyas ideas generales no tenían nada que ver con la evolución real de la clase obrera argentina. Además, socialistas, anarquistas y comunistas perdieron con el peronismo casi toda su influencia obrera, pero entraron en el movimiento estudiantil, que siguió teniendo un fuerte sector radical yrigoyenista. Agreguemos a esto que el peronismo, ideológicamente, era un movimiento conservador pero con una terminología tomada de la socialdemocracia, movimiento partidario de la unión nacional entre explotadores y explotados, pero que se apoyaba en la lucha de clases de éstos para impedir la independencia política de los mismos, un movimiento nacionalista clerical (implantó la enseñanza religiosa en las escuelas) y antintelectual pero que, en su oposición a Estados Unidos (que conspiraba con la jerarquía católica), aparecía como progresista ante muchos y llegó a tomar medidas contra la Iglesia.

Sólo a partir de la dictadura de 1955, que derribó a Perón, ilegalizó los sindicatos y anuló importantes conquistas sociales, y como resultado de la resistencia obrera, sectores importantes de la izquierda de las clases medias queriendo acercarse a los obreros peronistas lo hicieron al peronismo. Surgieron así sectores socialistas, comunistas y trotskistas peronistas (Enrique Dickmann, Rodolfo Puiggrós, Nahuel Moreno) y un popurrí como los Montoneros, que unió nacionalistas católicos de extrema derecha con ex comunistas y maoístas, o como el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que pretendió fusionar trotskismo, maoísmo y guevarismo. O liberales picados por una tarántula (el grupo Praxis, de Silvio Frondizi, precursor del delirante Partido Obrero). Esas turbias sopas ideológicas son las que alimentan a la izquierda argentina, que al igual que las clases medias, de las que saca militantes, importa sucesivas modas esotéricas (althusserismo, ahora Alain Badiou, Toni Negri). Es una izquierda que se mueve no a partir del análisis de la realidad, sino intentando que ésta encaje en sus dogmas, una izquierda autoreferencial. Además, como confunde el marxismo con la deducción del comportamiento de los sectores sociales según la evolución del producto interno bruto, es capaz inclusive de creer que está frente a una insurrección proletaria cuando la clase obrera industrial no se mueve, la mitad del país sigue a la ultraderecha y se movilizan sólo sectores muy minoritarios de las clases medias urbanas (asambleas) o de los desocupados (piqueteros).

Esa izquierda cree que los importantísimos síntomas del comienzo de un proceso son ya la culminación del mismo. Para colmo, como todos los sectores populares argentinos, se moviliza fundamentalmente contra la corrupción, que es consecuencia del sistema, no contra las raíces del mismo (grita šque se vayan todos!, pero sólo los políticos). Como resultado, los votos del Partido Comunista no llegan a dos dígitos y los del Partido Obrero ni a uno, y cuatro de cada 10 argentinos siguen a Menem o a López Murphy.

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