Tener o no tener hijos

-- Tener hijos no se pregunta, se supone un hecho natural
-- No tener hijos cuestiona el poder y la idea de lo natural femenino
-- A las no madres se las nombra desde lo carenciado y negativo

Yanina Avila González

Hablar de las personas que deciden no tener hijos es un terreno culturalmente nuevo a pesar de que en la historia encontramos experiencias de resistencia de algunas mujeres que se opusieron a vivir una maternidad forzada, tal es el caso de Las Preciosas , en Francia, en la segunda mitad del siglo XVIII.

Elegir de manera voluntaria no tener hijos es un hecho que podemos actualmente vincular con la aparición de los métodos anticonceptivos modernos que trajeron como resultado la posibilidad real de separar definitivamente la sexualidad de la reproducción. Pero también tiene que ver con otros factores, como son la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, así como los mayores niveles de educación; pero tiene que ver sobre todo, con los discursos y prácticas libertarias de los derechos de las mujeres como personas, como ciudadanas; discurso impulsado en gran medida por el movimiento neofeminista.

Me parece que plantear la disyuntiva entre tener o no tener hijos (1) es un tanto maniquea, porque nos opone a las mujeres entre quienes optaron por tener hijos con quienes no deseamos tenerlos.

Para comenzar, el tener hijos es algo que no se pregunta, se supone un hecho natural propio del proceso de maduración, realización y curso de la vida de las mujeres (y los hombres). En esta idea, la maternidad es concebida como el eje fundante de la identidad femenina.

La feminidad en nuestra cultura está íntimamente vinculada a la maternidad así como la sexualidad vinculada a la reproducción. En la perspectiva de la jerarquía de la iglesia católica -radicalmente opuesta al uso de los métodos anticonceptivos químicos o físicos- la finalidad primera y última de la sexualidad es la reproducción y la única voluntad que interviene es la de Dios padre. Recuérdese que para la jerarquía eclesial, la mujer es María, pero de acuerdo con la organización de Católicas por el Derecho a Decidir, “María fue consultada para ser madre”.

Elegir no tener hijos de manera voluntaria no es un hecho individual ni se da por fuera de la sociedad y de la historia. Es un hecho que toca las relaciones de poder.

Las elecciones reproductivas están altamente condicionadas por una multitud de factores, que incluyen la historia individual, familiar y social, la herencia cultural, las condiciones materiales y económicas, las condiciones legales y políticas de un momento histórico, así como las condiciones íntimas y psíquicas de la vida de cada mujer.

La elección no tener hijos, es algo que no está puesto en la oferta reproductiva para las mujeres. Elegir no tener hijos es algo que rompe con lo establecido, que contraviene y cuestiona lo que se concibe como natural femenino. Desestructura el mito del deseo materno que sostiene que todas las mujeres desean ser madres. Requebraja la idea de que el deseo materno es una suerte de instinto natural o sagrado, propio de la condición femenina.

La misma palabra “elección” resulta en cierta forma problemática, en la medida que sugiere una igualdad de oportunidades para seleccionar libremente entre las alternativas posibles. Pero en la realidad, a ninguna mujer se la educa para no ser madre, o no tener hijos. Ni siquiera para tener ambas posibillidades. A las mujeres se nos educa desde pequeñas en y para la función materna, tanto en la potencialidad reproductiva de la maternidad biológica, como en el trabajo social del maternazgo (es decir, los trabajos de cuidados y atención a los otros). Ya de adultas – casadas y con hijos- las mujeres podemos trabajar, hacer política, arte, ciencia o literatura. Pero sigue primando la idea de que lo principal en la vida de una mujer y por encima de todo, son los hijos-hijas; que ninguna mujer se realiza del todo si no es madre, a nivel biológico o social.

De allí que a las mujeres que elegimos no tener hijos se nos mira como raras, egoístas. Como inmaduras, incapaces de llevar a cabo el compromiso de ser madres en tanto preferimos la vida profesional a los hijos. Se nos infunden miedos respecto a la vejez, a la soledad, a la posibilidad de contraer cáncer. Se piensa –y no sólo a nivel del común de la gente, sino incluso a nivel de los médicos y expertos en ginecología-, que “el útero que no da hijos, da tumores”. Es también frecuente oir que la mujer que no quiere tener hijos es una “víctima del feminismo”.

La posibilidad de elegir tener o no tener hijos, es una reivindicación que surge del feminismo, sí, porque ha sido el feminismo quién ha verbalizado y conceptualizado que la biología no es destino y que -al contrario de la víctima- las mujeres debemos ser dueñas de nuestros cuerpos y dueñas de nuestras vidas.

Por otra parte, las mujeres que elegimos no tener hijos, no estamos cuestionando a las mujeres que sí son madres y que sí tienen hijos y los desearon, o que no los tienen pero desean tenerlos. Esta falsa oposición entre mujeres surge de un racionamiento binario, o de un silogismo que nos entrampa en un círculo vicioso. Porque no reconoce la heterogeneidad de formas de ser mujer y porque deja intacta la crítica al patriarcado, que en el fondo es quien ha construido este sistema simbólico que establece que ser mujer es ser madre, o que la mujer es igual a su útero. Esta representación reduccionista, deposita sobre los hombros de las madres individuales la totalidad del trabajo de maternazgo, eximiendo a los hombres, a las empresas y al Estado de la responsabilidad social de este compromiso, que es un trabajo que se espera que las mujeres (madres) hagamos gratis y por amor.

Esta denuncia y crítica no es compartida por algunas corrientes del feminismo social o maternal, que plantean que efectivamente las mujeres tenemos ese don tan especial que brinda la maternidad, y que se expresa en el amor y cuidado a los otros, postura que coincide con la definición hecha por el patriarcado. De ahí la importancia de debatir y analizar entre nosotras las mujeres feministas los mecanismos por los que se filtra e invisiviliza el poder y que tiene la astucia de naturalizar los hechos culturales. No es irrelevante el hecho de que hoy en día la política hacia la salud de las mujeres se haya centrado en lo que se llama “salud reproductiva” y no en un enfoque global que nos permita vivir y concebir nuestra corporalidad completa, sana, propia y libre, donde lo reproductivo sea solo una más de las posibilidades productivas de lo humano.

Un resquicio por el cual se imponen las relaciones de poder es a través del lenguaje y la producción de significados. Por ejemplo, la palabra maternidad de acuerdo con la definición del diccionario Espasa (1985) es la cualidad de lo que es bueno: Mater significa materno; mientras que idad, que es un sufijo del latín taten significa bondad. Por tanto: maternidad quiere decir “la bondad de ser madre”.

Por tanto resulta que las mujeres no madres, no son buenas o bondadosas. ¿Como llamar a estas mujeres que no tienen hijos o que no son madres? Hasta el momento no existe un concepto positivo para denominarlas más que desde lo que no son o no tienen.

Un buen comienzo para que tengan un nombre y obtengan un lugar no carenciado o en la falta, es visibilizar su existencia plena y completa desde un ser mujer que no es madre, ni quiere serlo.

(1) Título de una charla de Diálogos en Confianza del Canal Once de Televisión, al que fui invitada a participar el 2 de diciembre de 2003..